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La vez que Gabriel García Márquez llamó a Fuad Char por el Junior

El accionista de los ‘Tiburones’ contó una anécdota sobre la emoción que sintió ‘Gabo’ con el equipo de 1993.

Por:Rafael Castillo Vizcaíno

Publicado en El Heraldo

Muchos años después, frente al pelotón de legendarias figuras, se revelaron varias historias… la tertulia ‘Junior, 100 años de gloria’, organizada por EL HERALDO el viernes anterior en la sala de juntas del periódico, removió y renovó el baúl de los recuerdos.

Entre las anécdotas inéditas que se contaron, hay una relacionada con nada más y nada menos que Gabriel García Márquez (1927-2014).

De nuestro inolvidable Nobel de Literatura se sabe perfectamente que era hincha de Junior. En una columna publicada en EL HERALDO, titulada ‘El juramento’, Gabo declaró que se había convertido en hincha del club tiburón después de ver la victoria 2-1 contra Millonarios, el 4 de junio de 1950.   

“El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo”, dijo Gabo en su texto.

Los rojiblancos, encabezados por Heleno de Freitas, a quien García Márquez dedicó unos elogios en el escrito, superaron a los azules, liderados por Alfredo Di Stefano.  

“Si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía”, redactó el escritor y periodista en 1950.

Gabo también elaboró artículos sobre Heleno y Junior en la revista Crónica. Aparte de eso y la célebre columna, en la cual describió su primera experiencia en el estadio Romelio Martínez, antigua casa de la escuadra caribeña, el magdalenense le confesó al escritor cordobés Jorge García Usta (1960-2005) cuál era el equipo de sus amores.

-¿Cuál es su equipo?

-¿Cuál más? ¡El Junior!

La pasión que le despertó Junior al autor de ‘Cien años de soledad’, ‘La hojarasca’, ‘El coronel no tiene quien le escriba’, ‘El amor en los tiempos del cólera’  y ‘Crónica de una muerte anunciada’, entre muchas otras obras literarias exitosas, no se difuminó con el tiempo. En 1993 vibró con la emocionante estrella que conquistó ‘el Tiburón’ al derrotar al América 3-2 en la agonía del juego.

Eso es lo que se desprende de lo relatado por Fuad Char Abdala en la tertulia en EL HERALDO. El accionista de Junior dice que Gabo lo llamó asombrado luego de ese sufrido partido ante los ‘Diablos Rojos’ en el que los ‘Tiburones’ pasaron del infierno a la gloria gracias al gol agónico de Oswaldo Mackenzie, que de paso arruinaba la fiesta que ya habían montado los hinchas Medellín, tras vencer a Nacional, con vuelta olímpica, collares de arepa y todo, pensando que ya eran campeones.

“Ese día, cuando terminó el partido, me llamó Gabriel García Márquez y me dijo: ¡Fuad, ese partido es para escribir una novela!”.

Char Abdala contó que Gabo solía llamarlo para hablar de Junior y otros temas.

“Ese día, cuando terminó el partido (Junior-América, 1993), me llamó Gabriel García Márquez y me dijo: Fuad, ese partido es para escribir una novela”, contó Fuad Char en la tertulia en @elheraldoco. Esa y otras situaciones del Gabo rojiblanco en esta nota.

‘El juramento’, de Gabriel García Márquez

Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado. Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo. Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores.

Es que con ese sólo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad. No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía. En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?).

Por otra parte, si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía. Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera.

Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de alfiler. Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos –que ayer se portó como cuatro– cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad. De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias.

Y esto por no entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica. No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Adalberto Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo –desde el punto de vista deportivo– la oveja descarriada.

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