Crónicas

La muerte de Libardo nos puso a vivir

Melissa Ochoa comparte en esta crónica literaria sus reflexiones sobre la vida y la muerte, con el sello macondiano que cada día cobra más fuerza en la región Caribe, mucho más con la partida de Gabo.

Por Melissa Ochoa – Chacharera

Melissa Ochoa

Melissa Ochoa

Una vez en la Iglesia la pastora pidió que los niños y los jóvenes entrevistáramos a nuestros padres con el fin de conocer cada detalle sobre el día de nuestro nacimiento. ¿Cómo fue? ¿Cómo estaba el clima ese día? ¿Quiénes esperaban por nosotros en nuestras casas? ¿De qué color fue nuestra primera vestimenta? ¿Qué fue lo primero que dijeron los doctores? ¿Cuál había sido la reacción de nuestros padres desde el momento en que nos concibieron hasta el momento en que nacimos? en especial, la de la madre. 

Para mí fue todo, menos un ejercicio tierno, pero nos ayudó a comprender ciertas facetas de nosotros mismos y de aquello que no entendíamos.

El día que murió el Papá de Isaura, el cielo estaba gris y dos días antes había llovido fuertemente en Buenavista, San Marcos y Sincelejo. La tierra se había hecho barro y la hierba estaba reverdeciendo, los robles amarillos y morados estuvieron florecidos con las raíces llenas de oro. Las vacas pastaban y había una suave brisa fría que refrescaba y hacia más fácil la dura labor de respirar.

En el preciso instante en que hablé de ella, se detuvo la brisa, un pájaro se me hizo encima y se fue volando.

A veces, la misma naturaleza se encarga de decirnos cuándo dejar la cursilería y hasta ahora entiendo que en la vulgaridad hay tanta honestidad y exactitud, que a veces la misma vida nos vale mierda  y eso también hace parte de su contemplación.

Ese día, la tía Marta se lamentaba porque ni siquiera podía ayudar a Isaurita a arreglar su ropa. La Tía “Chicho” que también me cuidó a mí de niña cuando tenía ocho años, quería comprarle una camisa blanca a Andresito.

Yo la esperaba en el Consuelo afuera de la casa, entre las flores en una banca de madera a la sombra de un árbol gigante de laurel llenándome de hormigas y con un libro de Gonzalo Gallo González en el que buscaba adecuadas reflexiones para comprender lo que la Biblia me había dicho y así poder decir algo en lo posible acorde a la situación, si es que era pertinente acabar con la sabiduría del tormentoso o apacible silencio.

Isaura y Libardo

Isaura y Libardo

El día en que ese hijo de pastores se fue, acabó la lucha contra el reinado de la carne y los pájaros continuaron cantando, como siempre lo han hecho y lo seguirán haciendo; la hubiera ganado o la hubiera perdido, porque a uno se le puede partir el alma pero el mundo sigue girando.

Y  Los pollos comieron maíz, las vacas hicieron mu, los chismes los lavaron, los de la boca y los de la cocina, al perro que estaba debajo del fogón de leña lo pisaron, el perro chilló y Lico Ochoa lo espantó, a Eduardo José lo regañaron más de la cuenta, a la Chicho le mandaron rayos y centellas y la Tía  Marta parecía tener la razón.

El señor José esperaba a su hija viuda y a sus retoños, todos la esperábamos junto a “doña Chave”, su madre. Desayunamos tarde, y antes tomamos café tinto mientras se enviaba la noticia, se recibían llamadas y condolencias a todos los celulares, ese día hubo buena recepción de la señal, los trabajadores cortaban leña en el rancho de atrás, la verdad no tenía ganas de hablar, solo de escribir, comer sin engordar y sin importarme si también lo hacía.

Aún en mi propio retiro, los lastres del mundo material de cuando en vez me hostigan, me susurran y les escucho, me molesto, los admiro, me imagino a su imagen y semejanza y después los ignoro.

Ahora sí sirvieron el desayuno, a continuación me quemé la lengua con el cacao caliente, presagio de que debía ser cuidadosa por lo menos ese día con mis palabras, así que me callé pero lo observé todo.

El día que murió Libardo, hacia cuatro meses que se había muerto el cacique de la junta Diomedes Díaz. Por esas tierras todo se llama Diomedes, el diomedazo, el cacique y su música sonaba por todas partes, porque además faltaba poco para el Festival Vallenato en donde este año se le rinde homenaje. También hacía poco que Gabriel García Márquez se había ido al eterno Macondo, pero no al motel de mala muerte como uno que vi en la carretera a unos kilómetros de Sampués, si no al Macondo real, el de las mariposas amarillas, Libardo se fue con tan buena compañía al cielo y en tan buena temporada que el día de su partida fue  el último  de la Semana Mayor.

Murió el 22 de Abril de 2014 a las 6:40 am, 10 minutos después de que Marta dejara de hablar con su hermana Susana, la esposa de Libardo, que había llamado antes para decir que todo estaba bien, pero después de tres cultos evangélicos y una vigilia, después de una hermosa oración que le dio paz y certeza a Isaura, Libardo partió con Dios.

Después de todo eso, el guerrero perdió la batalla contra  el cáncer de próstata y se quedó como dormido, simplemente dejó de respirar y cambio su estado  por uno menos doloroso y se fue a encontrar con   un cuerpo renovado menos corruptible.

El físico, según su pastora y amiga, predicaría un mensaje para los que le lloraban, el mensaje que solo cada uno de ellos conoce que recibió y otro de agradecimiento y reconciliación con el padre que unánimes compartimos la noche en que lo velamos, aunque Isaura fuera criticada por haber agradecido en público a su Dios por la existencia del que la trajo al mundo.

La muerte es a causa de los vivos, recita la fe del difunto y yo aquí ya en horas de la tarde descansada junto a la quebrada en donde los peces me examinan aprendo a apreciar mi vida, sentada en las raíces de otro gigante, escuchando el sonidos de los pájaros, los chivos, las vacas, las gallinas,  las ranas y los grillos, abrazada por el húmedo calor en el que el  sonido del silencio parece propagarse más rápido.

No creo que a mi niña le importen mucho los pequeños detalles, pero es que ese día, yo volví a ver el vuelo de los azulejos, conocí a los pasarroyos, caminé por lindas quebradas, dormí dos horas, me comí un mango “pueco” y al fin me fui a bañar al patio cuando los trabajadores se fueron  y nadie regó la matas porque igual había llovido, nadie se quejó por eso ese día, nadie se quejó  suficientemente de nada.

El tío Walter y la tía Lourdes salieron a buscarla en el Chevrolet rojo, en el mismo que fuimos al árbol del Guacarí, el que nos llevó y nos trajo como en doce horas de Barranquilla a Sincelejo, el mismo en el  que sacamos a pasear a las mellas y a Eduardo Jose y en el que llevamos a el señor José hasta San marcos para que le sacaran la muela y yo terminara leyendo poemas a una viejita que no conocía y me pregunto ¿Niña que lee?,  el mismo en el que no me pude montar para ir a buscarla porque no cabía y había que mover mucha gente hasta el velorio, y el que la llevaría  hasta la finca de Buena Vista donde su padre creció, que había dejado a los quince años para buscar un mejor futuro en Sincelejo y  lo regresaron en contra de la voluntad de su hija  para que todos sus seres amados y allegados y curiosos se reunieran para darle una última despedida.

Y tanto que habíamos planeado el encuentro en el consuelo, yo había llegado cargada de libros y confesiones, gastada y cansada de mis quejas pero en realidad llegue fue para hacerle compañía.  Agradezco haber podido estar ahí precisamente ese día. Si no hubiera estado igualmente habría viajado para apoyarla tanto como lo hace ella conmigo en la distancia, a través del frío Facebook.

He aprendido que el verdadero amor y lo que le da sentido a la vida no es, ni está en esas emociones y sentimientos que puedas desbordar sobre una sola persona, si no, en las pocas o pequeñas acciones, aquellos pequeños detalles desprendidos del egoísmo que todos podemos hacerles  a otros muchos, en donde el más beneficiado siempre eres tú, por eso mi vida ese día tenía tanto sentido al lado de ella.

Una vez, Anny Gartnner, una amiga judía que vino de Alemnia ,me dijó y enseñó que en el idioma hebreo la palabra coincidencia no existe, y esto es algo que cualquier indio Kogui, Guayu o cualquiera que entienda el idioma Qatsi comprendería, que mi presencia ese día en el consuelo era parte de un laborioso diseño tejido en tiempos de antaño, previos a nuestra propia existencia, la de Isaura y la mía, Cuando dos judíos hacen algo o se encuentran coincidencialmente, se saludan y se dicen: Dios entreteje.

Ya sirvieron el almuerzo pero no tengo hambre, que  me coma una presita y salimos de eso, entonces comí, como comí carnero con arroz y yuca, al lado de las mujeres dolientes que lloraban cual plañideras al hermano, al hijo, al esposo.

Me parecía extraño de por si comer en un velorio, sin embargo eso me  dio la sensación de que sabrían como continuar con sus vidas, y entonces también  comimos diabolines, tomamos tinto, y aromática frente al féretro de su padre mientras evocábamos sus hazañas, “sinvergüenzuras” y logros desde cómo le enseño a su hija ese espíritu político, izquierdista y literato que tanto admiro en la joven de tan solo 18 años, hasta los últimos agonizantes días que fortalecieron la fe de esa joven, desde que la conozco es así esta sincelejana  poetisa y violinista, de pensamiento precoz, maduro y acertado.

Fue triste, como suelen ser por lo general los velorios, aunque en algunos momentos nos reímos e Isaura recaía en cuenta de lo que acontecía y en algún momento exclamo con una mirada casi arrepentida, perdón, es que se me olvida.

-Ya no quiero llorar más-llora todo lo que quieras Isa, todo lo que necesites y si no quieres no llores.-

 Lo analizamos todo, ella fue tan prudente y sensata que parecía tan madura, quiso comprenderlo todo y hasta me explico a tal punto que conmovió  esa parte pesimista y resignada de mí, me hizo ver que ni su propio dolor era tan grande como el de otros cuando vio a su abuela llorar y pedirle a su hijo que se levantara y me dijo: Yo sé que se murió mi Papá y eso es ser huérfano, a mi Mamá se le murió su esposo y eso es ser viuda, pero a mi abuelita se le murió su hijo y eso no tiene nombre.

Estoy segura que Isaura saldrá adelante con su carrera de ecónoma por la que su padre ya en vida no cabía de la dicha y el orgullo, su familia puede estar segura que las cosas saldrán adelante porque muchos que les aman les acompañan, y aunque el camino a la recuperación parezca lejano y uno a veces sinceramente quisiera irse lejos, como para Sincelejo.

 Sé que Isaura encontrará y dará caminos a otros, igualmente fuimos testigos y lo comprobamos Dios sabe cuándo y por qué hace sus cosas él conoce los tiempos y nos da paz, yo por ahora y por siempre Isaura te presto mi esperanza, ya nos quedarán otros días para pasear por el consuelo, y para escribir y leer otras historias, más bonitas, mas cargadas, e igual de sentidas como la que salió ese día.

Related posts
CrónicasEntrevistas

Luis Arias y Libreros, el “cañonero" de la radio barranquillera

ActualidadCrónicasDeportes

El libro de Javier Castell: Los 100 del centenario, ¡una joya periodística!

CrónicasMedio AmbienteSin categoría

No era escalar el Everest, sino los Cerros Orientales (o como la altura afecta a un joven de tierra caliente recién llegado al frio)

CrónicasEstilo de Vida

Adiós, Georgia; hola, Eslovaquia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *