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La literatura que va flotando en el viento

La poesía era oral, la literatura es escrita, las canciones son cantadas, los artistas, los premios, la crítica, Bob Dylan y, en algún lugar, el alma.

Por Jorge Sarmiento Figueroa

La elección del Premio Nobel de Literatura cada año me revela que no tengo la menor idea de literatura. Cuando llega el anuncio respectivo, nunca conozco al escritor que laurean, no solo porque no lo haya leído hasta entonces, sino que hasta ese momento ni siquiera sabía que existiera alguien con ese nombre y que además se dedicara al oficio de escribir.

En los días sucesivos a la elección de un Nobel suelo leer algunos de los innumerables análisis, biografías del escritor y reseñas de su obra, pero la verdad es que eso no me ha llevado a dar siquiera el paso de comprar algún libro en especial.

Al abrir esta página de mi ignorancia sobre la literatura advierto que mi encuentro con los libros es ajeno a la rigurosa dinámica con la que se mueve el mundo editorial. Yo leo un libro porque me lo encuentro en la biblioteca de mi padre, o porque un amigo me lo recomendó tanto que se lo robé, o porque comprarlo era una decisión tomada. Así que nunca he leído un libro porque su autor se haya ganado el Premio o cualquier otro, que es una de las fórmulas como las editoriales luchan para hacer que los libros se compren.

Resulta que este año la Academia Sueca en vez de elegir a un escritor de oficio, eligió a un hombre icono de la música popular norteamericana y que trascendió a toda la cultura occidental a través de la fuerza poética de sus canciones; pero Bob Dylan no solo se convirtió ahora en el primer músico en ganar el Premio Nobel, sino que también es el primer galardonado a la que yo al menos le sé el nombre desde antes. Antes de alegrarme de eso, mi primera impresión fue sentirme extrañado porque a él, que es músico, le dieron ese premio mientras que debe de haber ahora mismo también tantos escritores que seguro yo no he leído y que están haciendo fila para aparecer algún día con un nuevo nombre para mi colección de desconocidos ilustres.

Cumplí mi ritual de buscar más información sobre Bob Dylan y descubrí que aquella extrañeza que sentí sobre el Premio a él es una cosa común en medio mundo desde hace años, desde que el artista apareció por primera vez en la lista de posibles. La vaina es que en Colombia, donde hay discusiones que usan fusil y sierra, el tema ha llegado estos días a robarle el protagonismo a la guerra por la paz que estamos viviendo. Eso es cosa buena, porque creo que una sociedad que empuña el arte deja de empuñar un arma.

Me gustó mucho ver que en mis redes sociales se dieron argumentos a favor o en contra de la decisión sueca escritos con vigor literario. Es decir, al fin todos sabemos que el Nobel dado es clavo pasado, pero expresarse es también un derecho sano y mucho más si se hace para crear. La verdad es que yo hubiera querido escribir algo sobre Bob Dylan desde este jueves, cuando el cantautor amaneció siendo Premio Nobel de Literatura, porque me llenó de felicidad saber que por fin alguien al que algo le conozco y siento, se lo ganó.

Decidí no meterme en la discusión intelectual sobre las fronteras de las artes, no lo hice porque ya sabemos que no sé un carajo, así que me puse a escuchar la poesía en la música de Dylan… Descubrí que ni tres versos le entiendo al norteamericano; no manejo muy bien el inglés.

¿Y entonces, qué es lo que yo conocía de Bob Dylan?

Leí la traducción de varias canciones y tarareé una y otra vez la misma frase, digo, verso: «¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes que lo puedas llamar hombre?»; y su respuesta: «la respuesta amigo mío, está flotando en el aire».

En esas estaba cuando apareció Turcios, mi tío, desde España. Me escribió un mensaje de Facebook: «Mi Yoryo, me alegra que le hayan dado el Nobel a Bob Dylan. No entiendo inglés ni sé qué canta, sé qué escribe cosas bien tesas, me han dicho, y siempre he escuchado el comentario. Me alegra entonces que se reconozca la obra de un poeta, que buena falta siempre le hace al mundo». Recibí esas palabras como un abrazo, como si mi ignorancia tuviera un amigo en el otro extremo de la cuerda, donde la sabiduría hala y mucho más fuerte que cualquier erudición. Como Jupiter cuando amenazó a los dioses: «Si yo quisiera los halara a todos y me traería con ustedes hasta las columnas de la Tierra».

A Turcios le respondí enseguida: «¡Ey! pinta por favor a Bob Dylan, lo pones tocando su guitarra subido a una piedra rodante. Al lado pones un letrero que le pregunte: «¿Y dónde está tu literatura, Nobel?», y que él responda por nosotros los que lo desconocemos: «Blowing in the wind».

-Va pa’esa, Yoryo:

bob-dylan-turcios

 

 

Sobre el autor

Practicante del periodismo desde niño, comunicador de profesión, artista por vocación. Email: jorgemariosarfi@gmail.com Móvil: 3185062634
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