Su primer negocio fue un almacén de telas con las cuales, en cada Carnaval, vestía a las reinas. Y murió en pleno Carnaval. Fue una despedida acorde con su modo de ser, alegre, irónico y mamagallista.
Por Rafael Sarmiento Coley
Quien sacó a flote lo de la metáfora del sepelio de don Roberto Esper Rebaje fue Dianita Acosta, al recordar que su primer gran negocio fue un almacén de telas en la calle de Las Vacas (Calle 30), con las mejores mercancías traídas de los prestigiosos telares de Oriente Medio, por lo cual en cada Carnaval todas las reinas acudían a ‘Almacenes Robertico’ a comprar sus ajuares para su reinado; y el dueño del almacén, carnavalero hasta los tuétanos, y buen comerciante, además, volvió costumbre regalarles los vestidos a las reinas en todos los carnavales; y miren ustedes las sorpresas de la vida, este hombre generoso, enamoradizo y dicharachero muere en pleno Carnaval.
Diana Acosta habló en nombre del alcalde Alejandro Char, y leyó el Decreto de Honores de la administración distrital, a quien hoy, al despedirlo hacia su última morada, se le hizo justicia al reconocérseles todos sus innegables méritos como empresario, como visionario, emprendedor, apasionado, tenaz y hasta terco.
Eduardo Verano De la Rosa, el gobernador del Atlántico, uno de los primeros oradores en esta liturgia de despedida de quien él consideró “un gran hijo de Barranquilla y del Atlántico”, recordó la increíble proeza lograda por Roberto Esper Rebaje, un luchador innato desde sus primeros años de vida. Líder solitario de todo un imperio radial y periodístico. Con Emisoras en Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Ciénaga, San Jacinto y Playa Mendoza. Con periódicos propios en Barranquilla, Cartagena y Bogotá.
Fundador de los primeros almacenes de grandes superficies, los famosos “Supermercados Robertico donde usted compra como pobre y come como rico”.
Verano De la Rosa recordó también las amenas charlas que se realizaban en la amplia sala-oficina de don Roberto Esper. “A pesar de no haber pasado por una universidad, era un hombre sabio por naturaleza. Era un incansable lector. Un historiador. Tenía ese conocimiento profundo de los que vienen y van de un lado a otro, de un país a otro, de un continente a otro. Y realizando cambios extremos como eso de pasar de vendedor de telas, a supermercados de comida, y de ahí a la radio y tener que aprender a quitar un tubo y arreglar una antena, él mismo con un destornillador y unas pinzas en mano. Fue concejal y presidente del Concejo. Representante a la Cámara y, sobre todo, amigo de sus amigos”.
Decían que era tacaño
La leyenda negra de algunos empleados que salieron por malas mañas de las empresas de don Roberto Esper no lo bajaban de avaro. Los testimonios dicen todo lo contrario. El reconocido radioperiodista y exgobernador del Atlántico Ventura Díaz Mejía lo recuerda “como un hombre generoso, que no le regateaba una buena paga a quien tuviera los méritos. Conocí a don Roberto en 1965, cuando estaba recién iniciado como locutor radial. Y cuán no sería mi sorpresa cuando, a pesar de mi poca experiencia, me llama personalmente don Roberto para que me fuera a trabajar con él en Radio Libertad, la primera emisora grande que tuvo la Costa, con la antena más alta del país, 120 metros, 50 kilovatios de potencia, y con las verdaderas estrellas radiales de la Costa Caribe del momento: Marcos Pérez Caicedo, Gustavo Castillo García, Edgar Perea y tantos otros superhombres de la radio colombiana. Poco tiempo después, cuando ya había botado el miedo y me sentía con bríos, un día me llama don Roberto a su oficina y me dice: ‘mijos’, porque así lo llamaba él a uno, ‘tú no puedes andar en esa carcacha como si fueras menos que Marcos Pérez o Gustavo Castillo. Vamos al almacén de un amigo mío para regalarte un carro como tú te mereces’. Llegamos allá, y él mismo escogió, no uno, sino dos carros…imagínense ustedes cuál sería mi alegría. Casi me da un yeyo ahí mismo”.
La viuda que le llevaba frutas
En cada cumpleaños de don Roberto, una señora vestida de negro llegaba bien temprano a la oficina y le dejaba una canastica con diversas frutas. Nadie preguntaba. Porque todo el mundo en La Libertad sabía la historia. Ella fue la esposa de uno de los empleados más antiguos de don Roberto. Debido a su vida desordenada, se lo llevó una enfermedad terminal cuando apenas había recorrido la mitad del camino en este mundo historial.
Debido a su forma de vida licenciosa, dejó a su mujer y sus hijos en la miseria, en casa arrendada y sin nada de ahorro ni pensión. Un día la viuda fue a visitar a don Roberto y, llorando, le dijo que los iban a lanzar de la casa porque debían tres meses de arriendo. “Y dónde vives tú, mija”. Ella le dijo: “en Carrizal, don Rober”.
“Bueno, vamos para allá”. Por el camino la interrogó acerca del dueño de la casa. Le contó que era un boyacense malgeniado que, cuando se emborrachaba, iba a gritarle groserías por los atrasos en los arriendos, que eran quince mil pesos mensuales en esa época.
“¿Y tú sabes dónde vive ese cachaco?”. Ella le dijo que sí. “A tres cuadras de la casa”. Don Roberto siguió manejando el campero, que en ese tiempo era su carro de combate. Al llegar a Carrizal le dijo a la viuda de repente: “Me llevas a donde el cachaco ese para verle la cara”. Llegaron. Ahí estaba el dueño de la casa. Don Roberto se le presentó, y, el boyacense, de inmediato lo reconoció, “¡Ah! usted es don Robertico, el dueño de almacenes Robertico y Radio Libertad! Hombre cuánto honor, cuánto gusto”.
Don Roberto le contestó el saludo y fue al grano. “Esta mujer es la viuda de un trabajador que me fue muy fiel. No le dejó una casa. Yo se la voy a regalar. Cuánto vale la casa que le tienes arrendada”.
El boyacense palideció, se apretó las manos, hasta cuando tuvo fuerzas para hablar, con titubeos, “yo, yo, yo no la vendo don Roberto”. Y de nuevo el legendario tigre de los negocios lanzó el zarpazo: “yo no te he preguntado si la vendes o no. Te digo que cuánto cuesta para pagártela enseguida. Aprovéchame ahora en caliente porque después nadie te comprará esa casa porque ya conocí los planos del sector y será derrumbada para ampliar la calle”. El cachaco casi sufre un soponcio del susto, convencido de que aquel famoso y poderoso empresario le estaba diciendo la verdad. Entonces cariacontecido le dijo: “Don Robertico, deme $300 mil y ya le traigo las escrituras”.
Los recuerdos de Ítalo Iguarán
¿Cuántas rutilantes estrellas no pasaron por las empresas de Roberto Esper? Otra de sus anécdotas que recordó este domingo Dianita Acosta es que, siempre que se encontraba ante un grupo de periodistas, les decía con una sonrisa en su rostro, “aquí se forman, y cuando ya están cuajados, se los llevan”.
El único que nunca se fue de su lado fue el pivijayero periodista y locutor Ítalo Iguarán Pertúz, quien durante más de tres décadas ha sido el lector del noticiero de Radio Libertad, esa emisora cuyo lema, creado por su propio dueño, es “la manta que no respeta pinta”.
En sus palabras de despedida a quien por tantos años fuera su jefe, recordó que, cuando llegó a manos de Don Roberto, era poco o casi nada lo que sabía de radio, menos de periodismo, “y él me enseñó con la misma paciencia que enseña un padre a su hijo”.
El Arzobispo de Barranquilla, Monseñor Víctor Tamayo, quien presidió la ceremonia religiosa, recordó la generosidad que siempre tuvo “don Roberto con los asuntos de la iglesia. Jamás se negó a una colaboración, por grande que fuera. En una ocasión diseñamos el proyecto de montar una emisora propia de la Iglesia Católica en Barranquilla. Todos los sacerdotes exclamaron ‘¡eso es imposible! Una emisora vale mucha plata’. Los convencí de ir a visitar a don Roberto, con el fin de que nos vendiera a buen precio una de sus tantas emisoras. Cuál no sería nuestra sorpresa, que sin mayores preámbulo nos dijo: ya es de ustedes la emisora, dónde quiere que se las instale, y después me la van pagando como queso”.
A pesar del dolor
Dorian Fayad, además de hermano de la difunta Nadime, la esposa y madre de los hijos de don Roberto (Eduardo, Nadime y Luz Marina), fue su compinche para emprender todas las locuras que se le ocurrían al eterno visionario. Así, cuando fundó la primera emisora, ahí estaba a su lado Dorian, quien también compró la suya, Radio Aeropuerto. Eran amigos y socios para todo.
Dorian al igual que sus sobrinos, estaban con el dolor en el alma, pero con un soplo de alegría en el corazón por los bellos recuerdos que afloraban en el sepelio. Antonio, hermano de don Roberto, Darío Tarud (esposo de Nadime), sentían que de verdad el pueblo barranquillero admiraba a este viejo luchador que estaban despidiendo hacia su morada eterna.
Como lo dijo Patricia Patiño, rectora encargada de la Universidad Autónoma (Ramsés Vargas, el titular, está de viaje), “don Roberto deja un legado difícil de superar”.
Verano De la Rosa invitó a impedir que “la llama de la Libertad” se apague, y reconoció que don Roberto era dueño de una memoria envidiable. “Su legado es un tremendo reto para las generaciones presentes y futuras”.
Tal vez ya se esté cuajando un heredero que agarre el guante, dentro de su prole de nietos: Stefanny, Jessica, Susana, Daniela, María, Eduardo Roberto, Roberto Antonio y Eduardo Isaac. Ya ellos saben cuánto pesa ese legado de su abuelo.