“…Nadie ama aquello que no conoce ni defiende lo que nunca ha amado…”
Por Andrés Ibáñez
Algunos amigos de infancia llevábamos meses en un proceso de aprendizaje, en el que los utensilios de trabajo eran los baldes de trapear en la casa. El deseo de aprender nos hacía esperar pacientes a que nuestras madres terminaran sus quehaceres para tomar dichos recipientes, dos trozos de madera vieja, y salir corriendo por las calles de terreno árido hasta el lugar en donde nos daban la clase. No teníamos más recursos, pero pasábamos las tardes de cada sábado ensayando sin importar los mares de sudor que brotaban de nuestros poros debido al calor. Ya nos sabíamos varios de los ritmos tradicionales e incluso participamos en varios eventos en los que nos dimos a conocer como los “Pote Band”. Nunca nos detuvimos y siempre nos cautivó el profesor, quien con una dosis de ingenio arrancaba de un árbol una hoja de laurel o en su defecto conseguía una de limoncillo para sacarle sonido (parecido al de una flauta) y acompañarnos en cada toque.
Llevo guardados un par de recuerdos de aquella época de niñez, especialmente de esa noche que aún me llena de nostalgia, en la que la luna se había vestido de sol para estar en la actividad de clausura del curso de percusión. “¡Pelaos, afuera les tengo una sorpresa y espero que les guste!”, nos dijo el instructor con una sonrisa dibujada en el rostro. Salimos corriendo a las afueras de aquel recinto y allí estaban, los caballeros con ropa blanca reluciente, cada uno con un instrumento. Se acomodaron y empezaron a interpretar varios temas reconocidos, las palmas desbordaron con la fuerza de un león y la alegría en el ambiente era completamente inefable. Poco a poco cada uno de nosotros fue intercalando con los músicos el uso de los tambores, hasta que ya quedamos todos los aprendices posesionados. Nos sentimos tan libres como el aire, como los pies de quienes danzaban, parecía una ceremonia nupcial en la que de alguna manera nos casaríamos con el folclor. Pero, ¿cuál era la procedencia de los tambores, y por qué nos enamoraron tanto?
Tradición ancestral
¡Toc-toc-toc-toc! es el sonido del golpear sobre la madera con el que comienza la jornada Marco Aurelio Martínez Vargas en el taller San Martín. Ubicado en el kilómetro 33 vía Tubará, acompañado de su hermano Miguel y su cuñado César Calante. Han sido días muy atareados para ellos, sin embargo no se negaron a compartirle a La Cháchara un poco de su experiencia como hacedores del Carnaval:
¿Señor Marco, cómo y cuándo nace su interés por elaborar instrumentos folclóricos?
M.M. Mi padre dejó este legado, él lo había aprendido de un tío y decide transmitir ese conocimiento a una parte de mis hermanos y a mí, yo desde la edad de 12 años ya te armaba un tambor pero no me metí de lleno en el cuento, yo vengo a dedicarme a esto de verdad por ahí en el año 1991 que fue que le cogí como más amor a la cosa.
¿Cree usted que hay un toque especial a la hora de hacer un tambor?
M.M. Pues yo diría que sí, el amor que uno le pone al trabajo. Si usted tiene su familia se dedica a ella, a trabajar por ella, por su bienestar… y usted sabe que la semilla del amor son los hijos y usted trabaja para ellos, para que ellos estén bien y todo… lo hace con amor, así lo hago yo con los instrumentos. Uno tiene que estar siempre en armonía porque estamos haciendo música, y se debe estar feliz por ello.
¿Qué tipo de madera se utiliza para hacer los instrumentos?
M.M. Ahora mismo el tipo de madera que utilizamos es la ceiba amarilla, que es la que más se da en la región, la más fácil de conseguir y además tiene una buena acústica, da buen sonido y eso es lo que le gusta a la gente.
¿Aparte de hacer instrumentos, usted a que se dedica?
M.M. Trabajamos la ebanistería, como ven tenemos madera ahí para hacer puertas, ventanas y todo eso, pero nuestro fuerte son los instrumentos, aparte de eso también trabajo las máscaras del Carnaval, unas máscaras en madera, pero eso lo tengo quieto porque me absorbe más lo de los tambores.
¿Cómo es la relación que se mantiene dentro de la familia?
M.M. Gracias a Dios por esa parte, mantenemos una familia muy unida y como le digo en parte mi papá me dejó un legado y…
En ese instante el señor Marco deja perder su mirada en el suelo, sus ojos se tornan un poco humedecidos y con la voz algo quebrantada continúa: “… junto con mi mamá quería que se preservara, ellos ya se marcharon y aparte del taller me toca estar pendiente de que todo en la casa esté en orden, que no falte nada y me he mantenido así, yo soy soltero no me he casado pero aquí estoy.
¿Para usted cuál ha sido el mejor momento de su trayectoria?
M.M. Nosotros siempre nos mantenemos activos, trabajando para universidades y fundaciones, a la gobernación, al distrito, a ciertas alcaldías en los municipios, le trabajo a una gente en Bogotá, inclusive varios tambores se han ido para Miami, New York. El año pasado hasta un chino vino a comprar un tambor aquí, así que yo diría que desde que estoy en esto he pasado los mejores momentos de mi vida, no se puede negar que hay momentos que son críticos, pesados, pero uno tiene que jugarse con eso. He pasado varios momentos difíciles pero no me pongo a recordarlos, prefiero guardarlos para mí, los momentos amargos que uno pasa los deja, los aparta por allá (risas) porque como te digo mi misión es trabajarle a la gente y hacer que queden contentos con mi trabajo.
¿Nos podría resumir un poco el proceso para hacer los tambores?
M.M. Sí. Nosotros lo primero que hacemos es ir a la finca donde compramos la madera, la talamos nosotros mismos a nuestro gusto y tenemos en cuenta las medidas que nos pide la gente, más que todo en los tambores alegres es donde exigen mucho, luego empezamos a trabajar en la horma y el fondo de los tambores, puede que la madera se raje un poco pero uno lo resana. Hay que dejar que la madera seque, ese secado dura por ahí un mes, puede durar menos. Después se le da la forma por fuera y se le hacen los acabados, luego lo inmunizamos porque a pesar de que trabajamos con la cuestión de la luna y eso de que se corta la madera después del quinto de luna, se toman esas precauciones; aunque la mejor luna para cortar es la luna llena, esa parte es tradición indígena y la he aprendido con los tíos y con los abuelos, es algo muy verídico. Cuando uno corta la madera en mal tiempo la madera se apolilla, entonces es mejor prevenir. Bueno, luego viene la postura del cuero de chivo que lo buscamos en los mataderos y lo ponemos al sol para que seque, no le echamos nunca nada, así como se seca se pone; por último se pone las cuerdas de afinación y el aro de bejuco para sostener el cuero. Algunos tambores son personalizados con tallado y listo, se entregan.
Posteriormente decidimos conversar con uno de los usuarios y también amigo del señor Marco Martínez, quién nos dio su punto de vista sobre la labor del mismo. Lisandro Polo Rodríguez, Rey Momo en 2016 y líder del grupo Tambó:
¿Hace cuánto conoce usted al señor Marco?
L.P. Yo a Marco lo conozco desde hace muchos años, hace más de 20 años, yo iba bastante donde Marco inclusive él en algún tiempo me estaba enseñando a hacer tambores. Yo me iba los domingos a su casa, tenía una relación cercana con sus padres y hasta dormía allá. Me parece una excelente persona.
¿Cuál cree usted que es el secreto para preservar ese amor por el folclor?
L.P. Bueno, yo creo que nadie ama aquello que no conoce ni defiende lo que nunca ha amado, entonces eso es lo que nos gusta y eso está ahí, esa es la tarea que nos pusieron los ancestros y debemos cumplirla al pié de la letra.
¿Qué recuerdo tiene usted de la Pote Band y qué pensaría si le dijera que varios de esos niños aún siguen haciendo folclor?
L.P. Eso fue algo que surge de la necesidad, yo venía trabajando hace muchos años con el Distrito. ¡Uy! ¡Eso fue hace rato! (risas) tanto tiempo que casi ni me acuerdo y, bueno, teníamos talleres con unos muchachos pero la dotación llegó fue al final ya, y para mantenerlos activos decidimos utilizar todos los elementos cotidianos y así hacer que no perdieran el interés. He visto a varios de ellos y la verdad es algo que a uno lo llena de satisfacción ver que de pronto la semillita que uno siembra se siembra en buena tierra, no todos los procesos son los mismos sin embargo siempre se trata de ser más que el profesor, el amigo, un hermano, el apoyo que ellos necesitan porque son muchachos en su mayoría de barrios vulnerables. No es fácil ni para ellos ni para uno mantenerse en este medio tan difícil, hoy en día se dan de mejor forma las cosas pero en un tiempo atrás era más complicado. Uno ve que ha florecido una camada de pelados nuevos y talentosos que se toman esto en serio y que se preocupan por estudiar y ahondar en las raíces y no simplemente hacer música, anteriormente las cumbiambas y los grupos que estaban acá en Barranquilla tenían que contratar músicos de la provincia para que los acompañaran, hoy en día no, hoy en día hay un semillero de jóvenes haciendo música; además de esto se están interesando por la investigación por ir más allá, entonces eso es bastante interesante porque se están abriendo puertas.
Sí. Fue el profesor Lisandro el que nos llevó parte del grupo Tambó en aquella ocasión, gracias a su labor muchos de los niños, adolescentes y jóvenes que pudieron perfectamente seguir otro camino encontraron en el arte su salvación. Un trabajo arduo como el del señor Marco nos enseña que es preferible amar lo que se hace y pensar en dar lo mejor independientemente de las malas rachas, que los instrumentos más que simples objetos son una forma de conexión con la naturaleza y con nuestra esencia. Se sabe que son muchas cosas las que han cambiado en estos tiempos, muchas costumbres se han perdido y se han adquirido malos hábitos, pero en vez de tomar el papel de criticón y dejar que la indiferencia nos consuma ¿por qué no pensamos en cómo transformar de forma positiva las diversas realidades? ¿Estamos viendo más allá? Paradójicamente el folclor es un tema muy serio, y se debe hacer algo más que hablar.