Su destitución es un jaque mate a la tradición izquierdista en el Palacio Liévano y se constituye en un mazazo que asesta la ultra derecha en Colombia.
Escrito por Jorge Mario Sarmiento Figueroa – Editor general
Como no bastaron las locuras de Mockus, las borracheras de Lucho Garzón, ni el descarado carrusel de contratos de Samuel Moreno, hizo falta que Gustavo Petro, el cuarto alcalde consecutivo de la izquierda colombiana en Bogotá, cometiera un grave error para que ahora sí la derecha más radical se apreste a retomar las riendas de la ciudad más apetecida del país por su condición estratégica de capital.
Ya los medios capitalinos anuncian a Francisco Santos como uno de los posibles candidatos a las elecciones atípicas que tendrán que organizarse una vez la Procuraduría deje en firme su decisión. Otro de los aspirantes sería Juan Manuel Galán, quien si bien no comparte las doctrinas de derecha de Pacho Santos ni del Procurador Ordóñez, está muy lejos de ser un símbolo de la izquierda del país.
Lo que hizo Petro no tiene punto de comparación con su antecesor Samuel Moreno, quien está preso por corrupción en la contratación de obras. El ex guerrillero de origen costeño cae por un error estratégico al creer que podía enfrentar a las mafias del aseo en Bogotá, dueñas de un negocio que vale billones de pesos, sacándolas del juego en el terreno de la opinión pública. Pero no tuvo en cuenta que esas mafias son las que pagan muchas de las campañas políticas de «sirios y troyanos», desde ediles hasta senadores, y quién sabe si de procuradores.
Desde siempre, el poder en la sombra son los dueños de las industrias y empresas que proveen de servicios y suministros estratégicos a la sociedad. Lo sabían los egipcios, lo sabía Julio César, lo supieron los españoles cuando se lanzaron sobre América. Resulta ingenuo que Petro lo ignorara, o que quisiera pasar por encima de esa realidad.
Peor aún, Petro pensó que su discurso bastaba para que el nuevo esquema de aseo se ejecutara. Pero no fue así: olvidó que la izquierda, por tradición, tiene fama de ser una gran apasionada, buenísima para armar concentraciones y defender los derechos del pueblo ante el poder. Sin embargo ella misma no ha dado muestras de saber manejar el poder cuando lo tiene. Algunas veces ha terminado más corrompida que la clase derecha que tanto cuestiona, y otras simplemente ha demostrado ineptitud administrativa, como se evidencia que le ha ocurrido a Petro.
Esto, que no tiene por qué ser una verdad de a puño, y tal vez es uno de los sofismas con que la derecha ha evitado que la izquierda en política se tome el poder, tristemente se convierte en una realidad por lo menos en la capital de Colombia, donde, salvo Mockus, los últimos tres alcaldes que eran forjadores del Polo Democrático terminaron siendo vivos ejemplos de lo que no debe hacer un Alcalde Mayor.
Alejandro Ordóñez, el Procurador que utiliza su cargo como si fuera un inquisidor, quería la cabeza de Petro para exhibirla en beneficio de los suyos. Estos últimos quieren el poder necesario para destronar a Santos y retomar la senda que gobernó a Colombia en los últimos ocho años. Para eso necesitan la capacidad electoral de una ciudad de 7 millones de habitantes, el músculo burocrático y financiero de su erario y su condición estratégica.
La primera conclusión es que Bogotá, siendo la capital del país y los ojos de Colombia ante el mundo, deambula con el rumbo perdido añorando los años recientes de los mandatos de Peñaloza y Mockus, a merced de las dentelladas que los políticos locales y nacionales se dan por ganarse su riqueza. Y mientras tanto, los que la habitan de pie llevando del bulto.
La segunda conclusión es que la noticia de la destitución de Petro es muy grave porque pone de manifiesto el grado de politización al que ha llegado la justicia en el país. Para nadie es un secreto que Ordóñez no es un servidor público neutro y pluralista, sino un títere severo e implacable de quienes usan sus hilos para dar golpes a diestra y siniestra.
Petro se sabe defender y para eso cuenta con el populismo que lo caracteriza, pero ahora tienen su cabeza y no dudarán en tirarla a la basura que él mismo revolvió.