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Junior: en el barrio de mi corazón

Mi amor por el Junior puede compararse al que le tengo a mi barrio.

Por:  Andrés Salcedo

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Andrés Salcedo con el periodista Francisco Figueroa Turcios

Para ser más exactos, se trata de dos amores que se confunden en uno solo. Ahora, tantos años después, no puedo recordar en qué momento, desafiando a mis hermanos mayores,  que eran del Sporting, me hice hincha del Junior.

Supongo que algo tuvieron que ver un par de pequeños incidentes callejeros. Una mañana en que andábamos persiguiendo a unos gatos por una acera de la calle Bolívar, vimos a un grupo de cinco jugadores brasileros del Junior saliendo del edificio donde vivían, en la esquina de Bolívar con Líbano.
Supe que eran brasileros y que jugaban en el Junior por que uno de los muchachos  de la barra, «Geño» Galindo, que vivía cerca de ese edificio, los conocía y los llamaba por sus nombres. Ary, que era el arquero y el más alto del grupo llegó hasta donde estábamos, me agarró por los dos brazos, me elevó a la altura de su cara ancha y morena, me picó el ojo y metió una boleta para el próximo partido de Junior en el bolsillo de mi camisa.
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Heleno de Frietas

Recuerdo también a Heleno conduciendo un carro muy lujoso que cruzó la placita de San Mateo interrumpiendo nuestro juego de chequitas. Nunca he podido olvidar sus ojos desorbitados  mirando a través de la ventanilla hacia ninguna parte.

Mi corazón de niño se conmovió al ver aquella cara inexpresiva, no sé por qué supe enseguida que aquel hombre cuyo nombre coreaba la gente al paso del automóvil entre una nube de polvo, no estaba en sus cabales. Y lo seguí pensando en los días que siguieron.
Supongo que ya entonces la sífilis cerebral que terminó con su vida algunos años más tarde en un hospital de Minas Gerais, había empezado su trabajo destructivo en la mente de «o atleta mais  belo do Brasil».
Recuerdo vívidamente  un partido en que jugó Heleno y tapó Ary. En el campo estaba también los otros brasileros que acompañaban al arquero aquella mañana de gatos apedreados: Marinho, Haroldo, Tim y Berascochea.  Este último jugaba de centro medio y alguien me dijo, o quizás lo leí en alguna parte, que aunque andaba y se comunicaba en portugués con los brasileros, en realidad había nacido en Uruguay.
En ese equipo jugaba también el rumano Negrescu y uno de los mejore futbolistas barranquilleros de todos los tiempos, Valerio Dalatour. Y, por supuesto, los infaltables «Vigorón» Mejía y «Memuerde» García.
El equipo que el Junior tenía era la mítica «Danza del Sol» , el Medellín de los peruanos, al que Lucho Bermúdez le compuso una canción que llegó a ser muy popular por aquellos días.
Ahora no recuerdo cómo terminó ese partido, soló sé que el corazón se me aceleraba cada vez que Ary atajaba los disparos de Drago, Félix Mina y Chano Campos. En algún momento del partido vi a Heleno metido en medio de una trifulca que se armó casi al final. Fue la única vez que se le vio revuelto el perfecto peinado de cantante de tangos.
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Quarentinha anota de soberbio cabezazo

A veces pienso que uno, que ha ido a ver tantos partidos del Junior, en realidad ha visto uno solo. Un solo, interminable partido en que la pierna que saca el remate que nos hace vibrar es unas veces la de Quarentinha y otras, la del «Gordo» Valeciano.

Con la vida en el barrio pasa lo mismo. La memoria se hace un lío cuando la intentamos precisar con quién bailamos aquellos merengues de Angel Viloria abriendo una fiesta de Carnaval. La conclusión inevitable es que hemos ido a un solo baile, besado a una primera y única novia inmortal, volado una sola cometa y apedreado al mismo, pobre gato callejero.
Nunca, que yo sepa, he salido de las cuatro o cinco cuadras donde transcurrió mi infancia, ni siquiera cuando la vida me llevó tan lejos. Ni he perdido la fe heroica en ese equipo de rayas rojas y blancas donde jugaron los primeros hombres que admiré.
Los rostros de mis amigos de infancia, los labios de las muchachas que amé y los balones que metían Heleno y el «Loco» Airton en el área enemiga, siguen brindándome compañía algunas noches de insomnio. Pero también el penalti fallado por Méndez y una que otra goleada de pesadilla.
El escritor argentino Macedonio Fernández decía que había placeres y dolores de juguetería y de herrería. Yo he sentido unos y otros entregándole mi amor  sin reservas a esta equipo que se metió en el alma por la misma época en que aprendía en mi barrio que la vida está hecha de todas esas cosas que la hacen tan poética, heroica, bella y desgraciada: el amor, la lealtad, el sufrimiento, el honor, la tristeza, el desengaño. Cosas que no están hechas para que duren sólo noventa minutos.
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