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Johnny Olivares, el «tropero» de las fotos

No es la primera vez que Johnny Olivares arriesga su vida por tomar la foto.
Aunque ésa gráfica le mereció ganar el Premio Nacional de Periodismo Fasecolda 2023, a lo largo de su consagrada carrera siempre ha mostrado su sapiensa , valentía y precisión para tomar la foto precisa y adecuada.

Por Rafael Sarmiento coley


En una ocasión fuimos enviados por El Heraldo a realizar el cubrimiento del desplazamiento de colombianos hacia Venezuela por la llamada «Trocha Verde», partiendo de las inmediaciones de Paraguachón, que es el sitio fronterizo colombo- venezolano en el cual los viajeros de ida y de venida tienen que reportarse con los papeles en regla. Básicamente con el pasaporte actualizado.

Imágenes que quedaron en la retina y que relata la cruda situación que se vivió durante la emergencia ocasionada por el incendio de los tanques de almacenamiento de combustible ubicado en el muelle Compas, en la zona industrial de Barranquilla, presentado el pasado 21 de diciembre en la Vía 40. El héroe caído frente a un ‘monstruo’ vestido de rojo, negro y amarillo”.   Jhony Olivares, ganador en la categoría Fotografía de Premios Fasecolda 2024

https://www.elheraldo.co/atlantico/el-heroe-caido-frente-un-monstruo-vestido-de-rojo-negro-y-amarillo-967531


La zona fronteriza está demarcada con una cerca de alambres de púas. El viajero con sus papeles legales, luego de ser sellados, puede pasar la frontera y llegar hasta una carretera que está a un kilómetro de Paraguachón, donde se parquean buses, busetas y automoviles particulares que ofrecen viajes hasta Maracaibo a precios módicos.
Como el plan era hacer reportajes sobre ésa trashumancia ilegal, caminamos unos cuantos métros de Paraguachón para cruzar la alambrada y seguir de a pié por La Trocha Verde, tal como con admirable precisión lo describe el periodista y escritor cienaguero Javier Auqué Lara en su novela «Colombianos del «C».
Se nos ofreció un guía para conducirnos por esa trocha clandestina hasta una carretera por donde circulaban abundantes buses, busetas y taxis que nos conducirían hasta Maracaibo.
Iniciamos la caminata por un camino estrecho en medio de la maleza. Llevábamos provisiones de agua y mecatos. Todo lo cual se agotó muy rápido porque lo compartíamos con el «guía». Al llegar a un jagüey el «guía» nos dijo que debíamos cruzar el pozo descalzos. Así lo hicimos.
De repente vimos a unos cuantos métros de nosotros tres tipos con armas largas. El guía nos dijo que no tuvieramos miedo porque esos eran también guías que hacían las veces de enlace para protegernos hasta la carretera. Nos dijo que hasta allí llegaba su compañía. Nos cobró por sus servicios y se fué a paso rápido.
No habíamos andado ni medio kilómetro cuando los supuestos guías armados pelaron el cobre: nos amenazaron y nos digeron la verdad: eran unos forajidos. Asaltantes de camino. Nos quitaron todo lo de valor. ¡Hasta los zapatos!
Después de un gran suplicio descalzos por ésa trocha verde, por fin llegamos a la carretera.
Le sacábamos la mano a cuanto vehículo pasaba, pero nadie paraba.
Hasta cuando nos paró un automóvil que venía con cinco jovencitas escolares. El conductor nos dijo:»Los llevo hasta Maracaibo pero tienen que cargar en las piernas a dos de las estudiantes que vienen atrás». Aceptamos y nos fuimos, con tan mala suerte que al llegar a una de las «alcabalas» (retenes), los guardias le dieron al chofer que estaba violando la ley al llevar un número mayor de pasajeros. Que para poder seguir tenía que bajar dos de los viajeros. Y, por supuesto, los candidatos fuimos los dos enviados de El Heraldo.
Llegó la noche y nada que encontrábamos chance. Dormimos a medias en unas bancas que nos prestaron los guardias. Uno de ellos nos dijo medio en broma que estábamos de buenas porque esa noche estaban ellos y no otros miembros de la Guardia Nacional que eran muy hostiles con los colombianos y, peor, si eran indocumentados.
Ésa noche «engañamos» el estómago con unos mendrujos de pan y un tarro de chocolate espeso al que en Venezuela llaman «fororo» .
En horas de la madrugada llegó un camión con una carga larga sin las medidas adecuadas y con una lámpara defectuosa. Lo retuvieron. Le dijeron que no podía seguir. Le ordenaron que estacionara en la berma. El conductor estacionó y le pidió a uno de los conserjes que deseaba hablar con él en privado. Sin duda hubo el pago de una «coima» y le ordenaron seguir, con la condición, además, de que nos «arrastrara» hasta Maracaibo.
Descalzos, con hambre, sin plata ni papeles nos exponíamos a un «carcelazo» seguro.
Por fortuna tecordamos que el Cónsul de Colombia en Maracaibo era José Jorge Dangond Castro, valduparense muy servicial. En una tienda nos ayudaron a conseguir el número del teléfono del Cónsul, y él mismo nos fue a rescatar y nos llevó a saborear pescado a la orilla del famoso Lago maracucho y luego nos ayudó para que pudiéramos regresar a Colombia.

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