El 15 de mayo se cumplieron 3 años del Accidente Cerebrovascular (ACV) de Gustavo Cerati, minutos previos a una presentación en Caracas del cantautor argentino Gustavo Cerati.
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Hace un mes cumplió 54 años de edad, (nació en Buenos Aires el 11 de agosto de 1959). Durante estos 36 meses en que ha permanecido en estado de coma la afamada estrella del rock latino, sus incontables fans, han permanecido atentos a su estado de salud.
La madre del artista Liliana Clark, se aferra a la esperanza de volver a ver a su hijo plenamente vivo. No en esa vida artificial que lo mantiene atado a una máscara y unas delgadas mangueras en un cuarto especial de la sala de Cuidados Intensivos de la clinica Alcla, de Buenos Aires.
Con motivo de estos aniversarios, y teniendo en cuenta la enorme resonancia que sigue teniendo el libro ‘Cerati en primera persona’, de la escritora argentina Maitena Aboitiz, reproducimos en Lachachara.co el prólogo que para esta obra escribió la estrella del pop latino, la barranquillera Shakira Mebarak:
De todos los viajes que realicé con Gustavo – tocando en Estambul durante uno de mis conciertos, en el festival de Live Earth de Hamburgo, Mónaco y Buenos Aires – , hubo uno que fue particularmente inolvidable. Luego de mi concierto en Turquía en el 2007, decidimos irnos a navegar al Egeo con amigos. Fue entonces cuando me di cuenta que Gustavo era y será siempre eso, un navegante, un Ulises al que acuden atardeceres dorados, como también cíclopes y sirenas a los que él ha sabido y sabrá siempre enfrentarse.
Fueron varios días de sol, viento, sal marina y risas. Al finalizar el viaje y descender del barco, en el agridulce momento de la despedida, me regaló un espejito recubierto de lapislázuli que había comprado para mí en algún lugar del Peloponeso. Aún me pregunto cada vez que me miro en su reflejo, que habrá querido Gustavo mostrarme de mí misma, a través de aquel diminuto espejo que tan solo cabía en mi mano.
La siguiente ocasión en la que compartimos fue en mi casa de Bahamas, a donde venía a visitarme cada tanto para componer juntos cuando aún yo vivía en la isla. Fue en mi pequeño estudio casero donde escribimos “Devoción” y “Día Especial” y cuando empecé a descubrirle de cerca como creador en toda regla.
A Gustavo como a mì, le gustan las palabras tanto como los acordes; en su adolescencia había confeccionado un diccionario de palabras. No era un diccionario de rimas, ni de significados, sinónimos o antónimos; simplemente era un compilado de palabras que había coleccionado de antaño. Había en él palabras grandilocuentes, palabras comunes, palabras gráficas, palabras sonoras, palabras raras. Me despertaba una ternura sin límites cuando sin darse cuenta recreaba al adolescente porteño, mientras abría un librillo viejo, de páginas amarillentas, roídas por el tiempo, y pasta de cuero marrón gastada, que contenía, como el mejor de los chefs, un sinnúmero de recetas; ese antiguo libraco casi púber había contenido sin duda el principio activo de tantas y tantas pociones mágicas.
Muchas veces estuve tentada de pedirle que me hiciera una copia. ¡El libro de palabras de Cerati! Salivaba ante la idea. Que útil me hubiera sido escribir canciones, inspirada por la colección de palabras que un día habían dejado alguna impresión en la mente febril de uno de mis ídolos.
Las melodías Ceratianas han sido a menudo el marco donde Gustavo ha creado imágenes que sobreviven a la persistencia del tiempo. El surrealismo citadino y a la vez salvaje de sus letras lo convierten, a mi modo de ver, en uno de los compositores más interesantes de Hispanoamérica y, sin duda, uno de mis grandes y contados favoritos.
Gustavo siempre ha sido muy importante en mi vida, incluso desde antes de conocerle, por infinitas razones, pero sobre todo porque en mi opinión es el músico de rock más grande de habla hispana y será difícil que alguien pueda superarlo.
Luego de varios conciertos, y colaboraciones en un par de mis álbumes, la vida decidió hacernos vecinos. En punta del Este, Uruguay, había comprado él un terreno muy cerca de “La colorada”, el campito donde yo iba a pasar casi todos los diciembres. En ocasiones, y de tarde, Gustavo pasaba por mi casa montado sobre un caballo. Aún me parece graciosa y difícil de conciliar aquella imagen del rock star haciendo curso de gaucho, diciéndome: ¿ “Que haces Shaki? A la noche vuelvo y tocamos algo”.
Así tan pronto se escondía el sol, aparecía a fin de cumplir su promesa, esta vez no a lomo de bestia sino como cualquier otro citadino mortal, sobre ruedas; descendía de su 4 x 4 y entrábamos en el antiguo granero que unos meses atrás había acondicionado en un salón para hacer música. Él agarraba el bajo y yo las baquetas, me sentaba con cierta timidez en la batería e improvisaba un ritmo cualquiera, mientras él tarareaba melodías en un idioma que solo él entendía. Entonces me devoraban las ganas de hacer lo mismo y es cuando le decía a algún músico presente, que me relevara. Mi vocación de baterista se desvanecía ante el deseo de agarrar el micro y cantar con él. Entonces los dos navegábamos esta vez sobre melodías improvisadas, sin saber con certeza a qué puerto llegaríamos y qué nuevo reflejo de mí misma me esperaría en tierra firme. Así aparecían canciones que por causa del pésimo uso de mi grabadora digital duraban tan solo un suspiro y otras quedaban para siempre si lograba incluirlas más adelante en alguno de mis álbumes, como fue el caso de “Tu boca”.
Siempre tuve la sensación de que Gustavo detrás de su guitarra se protegía del mundo como quien protege su corazón en el campo de batalla tras un escudo. Sin embargo, cuando nos sentábamos a conversar largas horas, presentía en sus ojitos azules una tregua. Creo que se sentía cómodo a mi lado, había algo en él feliz y sosegado, y una especie de agradecimiento de la amistad y el cariño que genuinamente encontraba y que siempre encontrará en mí…
El sabe que lo quiero y tengo la suerte de sentir que él me quiere.Gustavo, sigue buscando tu camino a Ítaca a pesar de Cíclopes y sirenas. Aquí te espero, porque aún nos queda la canción más importante de todas por hacer.
Mientras tanto, tal como me enseñaste: “uso el amor como un puente”, ese que nos une todo el tiempo. Shak
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