Por Rafael Sarmiento Coley
Con las voces de la mayoría de quienes de verdad fueron parte de los amigos más amigo cercanos a Gabriel García Márquez durante su periplo vital en Barranquilla, el libro «Soledad & compañía», es una buena reportería para que el lector se aproxime de manera certera a lo que significó esta ciudad para el cataquero universal.
El único que faltó en esa lista fue Juan B. Fernández Renowizky. Tal vez porque en los momentos en que se hicieron las entrevistas ya el director de El Heraldo estaba retirado a sus cuarteles de invierno. Pero las otras voces que aparecen son muy correctas. Son sus amigos entrañables y compinches para reuniones en donde se hablaba de lo divino y humano, con el tema central de la literatura.
Quique Scopell, Juancho Jinete Avendaño, Miguel Falquez Certain, Heriberto Fiorillo, Ramón Illan Vacca, José Salgar, Plinio Apuleyo Mendoza, Margarita De la Vega, Héctor Rojas Herazo, Santiago Mutis y Guillermo Angulo.
García Márquez llegó a Barranquilla a los seis años de edad, cuando sus padres Gabriel Eligio y Luisa Santiaga entendieron que ya al niño le quedaba pequeño el uniforme de la escuela Montessori dirigida por la “seño» Rosa Ferguson.
Lo matricularon en el colegio San José, en donde se encontró con Juan B. Fernández Renowizky como compañero de pupitre. Sería una cerrada amistad para toda la vida.
Fernández Renowizky, hijo del director -fundador del diario El Heraldo de Barranquilla, Juan B Fernández Ortega, fue el destinatario del primer verso que García Márquez, entonces conocido entre su familia como «Gabito» y para las amistades como «Gabo»: «¡Hombe amigo Juanbé/qué bien se ve usté/aquí en el colegio San José».
Luego de culminar el bachillerato y retirarse de la facultad de Derecho de la Universidad Nacional en Bogotá, Garcia Márquez aterrizó de nuevo en Barranquilla.
Y otra vez, como un presagio de su destino, se acercó a Fernández Renowitzky, quien lo vinculó a El Heraldo como corrector de estilo y ortografía. No desaprovechó dicha coyuntura para iniciar su admirable trayectoria como columnista con el título de La Jirafa inspirado en el alargado y elegante cuello del cuadrúpedo.
Por esas coincidencias de la vida, es un cuello esbelto como el de su novia de infancia y compañera de toda la vida Mercedes Barcha.
De la mano de Fernández Renowizky también empezó a asistir a las reuniones (más bien «roniones») en un estadero denominado «La Cueva» fundado por «cazadores» que no «cazaban» animales sino amigos -y una que otra amiga – para divertirse durante un largo rato y tratar de «componer el mundo» con las más disímiles teorías.
El sitio era de un pariente de Alfonso Fuenmayor. En las mañanas era un taller de odontología, en las tardes vendía pan y leche y por la noche ron y cerveza.
Antes de anclar en «La Cueva», el punto de reunión era una librería muy actualizada en materia literaria con la asesoría ad honorem de Ramón Vynies, el famoso «Sabio Catalán», un literato español que figuraba como tal en las prestigiosas enciclopedias de la época.
Los más asiduos contertulios eran: Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas Cantillo, Álvaro Cepeda Samudio, el pintor Alejandro Obregón, el caricaturista Orlando «Figurita» Rivera y Fernández Renowitzky, quien, debido a sus responsabilidades en el periódico, asistía de vez en cuando.
Álvaro Cepeda Samudio y el empresario Julio Mario Santo Domingo, hijo del presidente fundador de la Cervecería Águila, Mario Santodomingo, también asistían a las reuniones.
Cepeda Samudio y Julio Mario Santo Domingo, al conocer las inclinaciones de Gabo, se convirtieron en entusiastas impulsores del futuro Nobel.
Cepeda Samudio, con el apoyo permanente del Grupo Santo Domingo, viajó a Estados Unidos con el fin de estudiar periodismo, cine y literatura.
Regresó con la calentura de ejercer el periodismo.
En aquellos momentos circulaban en Barranquilla varios periódicos, entre otros el Diario del Caribe, propiedad de Miguel Vilá Santo Domingo, sobrino del viejo Mario y primo de Julio Mario.
Cepeda Samudio, apegado al periodismo norteamericano que despuntaba como verdadero «cuarto poder», empezó a cuestionar a la clase dirigente empresarial y política a cuyos líderes bautizó como «los bobales» porque, según él, no hacían cosas distintas a discutir sobre asuntos intrascendentes mientras la ciudad y la región se iban por el abismo.
Cuando los entonces dueños del periódico le recortaron las alas aplicándole los métodos de la «Santa Inquisición» , Cepeda Samudio se sintió acorralado por la severa censura.
A punto de tirar la toalla, se reunió con su gran amigo Julio Mario Santo Domingo, quien dicho sea de paso también tenía inclinaciones literarias, y le platicó la situación.
La respuesta de Julio Mario fue: «tranquilo, el periódico será tuyo». Y se lo compró.
Diario del Caribe se convirtió en toda una escuela de la cual salió una pléyade de buenos periodistas, columnistas y reporteros gráficos.
En 1971 a Cepeda Samudio le diagnosticaron el cáncer. De inmediato se trasladó a Estados Unidos con la esperanza de encontrar una cura, más todo fue en vano. El periodismo colombiano perdió a uno de sus mejores exponentes, y Gabo sufrió también la pérdida de su amigo, cómplice y principal mentor.
Quien esto escribe tuvo el privilegio de haberse iniciado en el periodismo de la mano de Cepeda Samudio en 1969, y de compartir maravillosas veladas privadas con Gabo en casa de Alfonso Fuenmayor.