El talento discursivo del líder de la Revolución Cubana es innegable, ya que le permitió sostener durante casi seis décadas el gobierno, a pesar de las serias dificultades de su país para satisfacer las necesidades básicas de su gente.
Lexander Loaiza Figueroa @Lexloaiza
La saga de Fidel Castro es digna de cualquier serie de gran presupuesto. Sobrevivió a la Guerra Fría, convirtiéndose en la manzana de la discordia de las dos más grandes potencias del mundo en los años 60. Se las arregló para mantenerse vigente a pesar de la caída del muro de Berlín, de la Unión Soviética -su antigua mentora y benefactora-. Se mantuvo a flote con el bloqueo económico de los Estados Unidos, los desastres naturales, la caída en los precios internacionales de su principal producto de exportación, el azúcar y el auge de las telecomunicaciones a nivel mundial que minaron el aislamiento de los cubanos.
Buena parte del férreo control del poder se debió a su extraordinario carisma, que combinado con su arrolladora capacidad para esgrimir argumentos en sus apasionados y muy extensos discursos no daba cabida a la duda. Por lo menos a sus seguidores.
Castro conocía muy bien el poder de la palabra, por ello aprovechaba al máximo su talento natural para pasar de un tema a otro, adornando y a veces fundamentando con anécdotas cada unas de sus tesis para mantener el interés de la audiencia. Su célebre “encarceladme, que la historia me absolverá”, pronunciado cuando era notificado de su sentencia tras el fracaso del asalto al Cuartel Moncada en 1953, fue premonitorio.
Otro momento crucial que daba muestra de su increíble oratoria, fue en 1959, cuando frente a decenas de miles de seguidores en La Habana, pronunció el discurso del triunfo de la revolución que según los asistentes se extendió por más de nueve horas.
Convencido de su poder argumentativo tan inusual, utilizó este don para crear a su alrededor más que una legión de seguidores, una masa de fieles, de subordinados bajo el dogma que propugnaba; que estuvieran dispuestos, sin cuestionamiento alguno, a pasar cualquier tipo de necesidad en nombre de la Revolución.
Sus contenidos estaban llenos de frases que, prefabricadas o no, lucían espontáneas y llenaban de un febril sentimiento nacionalista a los asistentes de sus alocuciones. Exclamaciones como “¡Patria o muerte!”, “los hombres mueren, el partido es inmortal”, “imperialismo”, “socialismo o muerte”, “la revolución no desaparecerá”, sirvieron de asidero emocional a su retórica. Fueron expresiones tan exitosas que fueron copiadas al carbón por otros líderes izquierdistas latinoamericanos, como Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales, principalmente.

La influencia de Castro traspasó fronteras, como en el caso de Chile donde fanáticos le rendían homenaje.
Castro usó el poder de la oratoria cuando, ya convertido en el líder indiscutible de la isla, comenzó su peregrinaje para fortalecer la imagen de su revolución en el plano internacional. En 1960, habló durante cuatro horas y media ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.
Otra estrategia utilizada por Castro y su equipo es la de la imagen de mártir-héroe de la revolución. Aunque nadie duda de que hubo muchos intentos por asesinarlo, sobre todo en la efervescencia de la Guerra Fría; hoy muchos afirman que gran parte de los 638 supuestos intentos de asesinato de lo que hablaban sus servicios de inteligencia, eran en su mayoría inventados.
Como cualquier superhéroe de ficción, su vida siempre estaba entramada en situaciones de peligro de las que luego salía airoso. La CIA, el “imperio”, los “enemigos de la patria”, la mafia, el exilio cubano; siempre había un enemigo al acecho. Claro está, todo se hacía público después de los supuestos hechos y nadie se atrevía a cuestionarlos. Verdades o no, lo seguro es que contribuyó a convertirlo en una leyenda viviente entre sus seguidores.
Si hay algo que quiere asegurar Raúl Castro, es que el idilio entre el ‘Comandante’ y el pueblo cubano se perpetúe el mayor tiempo posible. Para ello ha estipulado una agenda honorífica que incluye un recorrido durante cuatro días por buena parte del territorio cubano de las cenizas del ‘comandante’, un velatorio simbólico en la emblemática Plaza de la Revolución, en el corazón de La Habana; la firma por parte de los cubanos de un libro en el que prometen no dejar morir la revolución, una intensa campaña por los medios oficiales recordando los favores del ‘padre de la revolución’, hasta la sepultura de sus cenizas el próximo 4 de diciembre.