Acceder a la educación superior en La Mojana rural es toda una hazaña. Sus jóvenes, cual hicoteas desafiando el barro del olvido y la desigualdad, forjan sus sueños con la esperanza de ser profesionales algún día.
Por Jairo Castro Acosta
Estevin Baldovino empuña el lápiz con la misma esperanza con la que agarra el chuzo y el canalete para sembrar un puño de arroz y tirar el trasmallo en la ciénaga en medio de la tormenta. Desde los siete años siembra la tierra y pesca en los ríos al lado de su padre, un campesino de la región de La Mojana, de quien heredó el amor por el campo y la música de acordeón.
A pesar de las penurias del trabajo del hombre mojanero, Estevin mantiene vivas sus raíces campesinas. Su relación con el agro lo llevó a hacer parte de un grupo de investigación agrícola en el colegio donde estudió. Allí diseñó junto con otros compañeros una máquina para facilitar la siembra artesanal de arroz en los pequeños cultivos. Sus sueños son los de graduarse de ingeniero y quedarse aquí, en su vereda, haciendo lo que su papá le enseñó: sembrar la tierra y coger pescado en la ciénaga, pero apoyado en la ciencia.

Orientador de matemáticas
A Estevin lo conocí en el mes de agosto del año 2021. Era el retorno a clases presenciales de las escuelas públicas del departamento de Sucre, después de la pandemia. Soy un contador de historias que narra con osadía su territorio, como queriéndolo salvar del olvido que amenaza la existencia de los pueblos mojaneros. Un oficio que alterno con mi labor de orientador del área de matemáticas en la Institución Educativa San Marcos.
El timbre sonó a las 8:50 de la mañana. Tercera hora de clase. Inicié la cátedra con una pregunta problema, buscando explorar los saberes previos del grupo frente al nuevo tema: “jóvenes, ¿cómo creen ustedes que afecta la construcción de la hidroeléctrica de Ituango al riesgo de inundación en la región de La Mojana y cuál podría ser una función matemática que permita predecir dicho evento catastrófico?
Las clases desde la virtualidad transformaron mi percepción de las prácticas pedagógicas. Cada vez se requiere más creatividad para enganchar a los estudiantes con las matemáticas y otorgar significado a sus aprendizajes en esta área del conocimiento. Los pocos años de experiencia me han ido revelando que una manera de lograrlo es abordar las problemáticas del contexto en el aula, utilizando la asignatura para construir posibles soluciones desde la escuela. Esto es lo que hago en mis clases de matemáticas.
Recorro pacientemente con la mirada cada puesto de las seis filas del salón de décimo cinco, a la espera de los estudiantes que se animen a romper este silencio de hierro con valentía. Mientras unos escarban el suelo con la mirada rebuscando respuestas, otros se lanzan respondiendo tímidamente.
“Arrasa a San Marcos”, dice uno al fondo. “Intensos periodos de sequías”, replica otro desde el centro del salón. De pronto, el penúltimo de la quinta fila se levantó y respondió: “en mi comunidad, lo que estamos es preocupados por la hidroeléctrica esa. Uno sabe que la energía es importante, pero a nosotros nos preocupa que nuestra vereda desaparezca por culpa de esa construcción”.
La intervención de aquel estudiante me llamó la atención, no solo por su preocupación frente a la problemática, sino también por unos evidentes problemas de dicción que tenía al pronunciar algunas palabras.
ꟷDisculpe, ¿su nombre? ꟷle pregunté, tratando de corroborar que era un estudiante nuevo del curso.
ꟷEstevin Baldovino, soy nuevo en el colegio ꟷrespondió a secas y sin dar más detalles.
Ese día me fui a casa llevando el peso de una verdad ineludible: la escuela se desvanece ante la cruda realidad de los jóvenes que sueñan con forjar su destino a través del estudio, pero arrastran la carga de vivir en vulnerabilidad, una sombra insoslayable que amenaza su permanencia en el sistema educativo y oscurece sus sueños de ser lo que anhelan.
La pregunta problema
Y ante este desafiante panorama, ¿cuáles son las acciones necesarias para garantizar que los estudiantes en situación de vulnerabilidad continúen conectados a la escuela, a pesar de las adversidades? Me pregunté en tono de reflexión, intentando dilucidar alternativas más allá del problema.
Escuchar a Estevin narrar sus luchas contra las implacables garras de la pobreza, un joven con sueños tan grandes para una realidad tan aprisionadora, avivó mi interés por el diseño de estrategias pedagógicas que contribuyan a mitigar la deserción escolar, especialmente de aquellos estudiantes en condición de vulnerabilidad, cuya existencia se encuentra impregnada por la escasez, una sombra que acompaña cada uno de sus pasos.
En la clase siguiente me presenté al salón con el boceto de una propuesta: un par de mapas mentales trazados sin pulso en dos hojas de blog, cada palabra elegida con el cuidado de quien sabe que cada trazo es una promesa. Y como si aquella antigua sentencia bíblica conservara su vigencia, «muchos son los llamados y pocos los escogidos», Estevin fue uno de los pocos que aceptó entusiasmado vincularse a la experiencia.
El vuelo de Estevin
Así nació Agroanfibia, un espacio en el que los estudiantes con altas probabilidades de deserción escolar potencian sus habilidades, hallan la motivación necesaria para continuar sus estudios en el aula de clase y, al mismo tiempo, contribuyen a la generación de soluciones concretas a los desafíos relacionados con la contaminación agrícola e inseguridad alimentaria en el territorio.
Estevin ha caminado medio país con su máquina de sembrar arroz, representando al departamento de Sucre y al municipio de San Marcos en diferentes Ferias Escolares de Ciencia y Tecnología. A finales del año 2022 representó al país en un intercambio académico internacional entre la Corporación Universitaria del Caribe (CECAR) y la Universidad Nacional Mayor De San Marcos del hermano país del Perú. Un hijo del campo haciendo ciencia a partir de los saberes ancestrales de su territorio, es el mensaje de paz y esperanza al mundo de una región que sigue siendo golpeada por la violencia y el olvido estatal.
El pasado nueve 9 de diciembre de 2022, Estevin recibió grado de bachiller en la Institución Educativa San Marcos, pero su sueño de ser ingeniero está embolatado. Sus papás no tienen los recursos económicos para enviarlo a una ciudad del país a estudiar el pregrado.
Tierra pelada en Buenos Aires
Hace ocho meses me desplacé desde San Marcos a la vereda Buenos Aires con el fin de recoger las notas de campo para escribir esta crónica y conocer de primera mano los detalles de la ejecución del proyecto de investigación en la comunidad donde reside Estevin. Desde la cabecera municipal hasta su residencia son ocho kilómetros los que hay que andar por una carretera pavimentada a medias y partida en dos pedazos por las aguas de la Ciénaga El Toro.
La casa de Estevin es un rectángulo en tierra pelada de doce metros cuadrados, paredes de tela verde de construcción y techo de zinc. Al lado de la improvisada edificación se encuentra la cocina, una enramada de palma con un fogón de leña y una troja hecha en guaduas para lavar los platos. En verano, los cuatro habitantes de la casa torean el infernal calor del medio día bajo un palo de mango frondoso.
-Buenas, buenas -saludo desde la puerta del corral, los perros ladran en la cola del patio al notar mi presencia.
-Adelante, esos perros no muerden -grita un hombre alto de tez morena con rasgos de indio Zenú. Es el padre de Estevin.
Después de haber saboreado el café escuchando al papá cantar un par de canciones vallenatas a peso de violina, caminé hasta el fondo del patio donde un joven empuja una carretilla que escarba el terreno y deja caer caminos de arroz en un cuarterón de tierra, cercado con retazos de trasmallo para evitar que las gallinas se coman las semillas. Es Estevin sembrando los granos a sol pelado, mientras canta una canción del campo con el mismo sentimiento sabanero de su padre.
Me enamoré de la vida del campesino
porque desde niño en el campo me tocó vivir
y cómo no sentirme agradecido
si en el campo muchas cosas buenas aprendí.
“Esta canción es mía. Yo no solo heredé de mi papá los oficios del campo, sino también el canto y la composición”, dice Estevin con orgullo de buen hijo al hacer una parada para tomar agua del calabazo. Tomó un buchado del precioso líquido y retomó diciendo: “la compuse para contar del proyecto en la emisora”.
De aquí no me voy
De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, los pequeños agricultores son actores protagónicos en la lucha de los países por lograr un futuro sin hambre. Hace poco, el DANE publicó las cifras de las regiones con más hambre a nivel nacional. Sucre es el segundo departamento con la tasa más alta de inseguridad alimentaria. Qué paradoja es que los campesinos de La Mojana viven la lucha de ese protagonismo por alimentar a su territorio, sumergidos en la pobreza y malnutrición. Las esperanzas por un mejor mañana en sus campos sucumben ante el éxodo de jóvenes a la ciudad, huyendo de la violencia y la precariedad de la vida rural.
“Yo de aquí no me voy. Aquí están mis raíces”, dice Estevin al escuchar el comentario sobre la partida de jóvenes rurales a la ciudad. “Es cierto, la vida aquí es dura. Pero, uno se reinventa. Por eso es que aquí nos llaman hombres hicoteas, porque cuando no estamos pescando, estamos sembrando el maíz, la yuca, el arroz y la patilla. Total, es conseguir la comida para nuestras casas”, agrega.
El campo está quedando sin hijos y las escuelas rurales sin alumnos. La resiliencia de Estevin es una historia rural llena de esperanza, no solo por su amor y arraigo hacia el territorio, sino también por su voluntad para mantenerse conectado a la escuela a pesar de las dificultades.
La inasistencia escolar en el año académico 2020 pasó del 4,8 al 30,1 % en zonas rurales, según cifras estatales. Son datos de papel que responsabilizan al Covid 19 por la alta tasa de deserción escolar rural, pero que esconden problemáticas de atraso e historias de resistencia del campo colombiano.
Y es que ir a la escuela y graduarse de bachiller en La Mojana es toda una hazaña. Es andar por trochas de herradura a pie, en bicicleta o a caballo, como le tocó a un joven del vecino municipio de Majagual, que el día de la graduación recibió su cartón de bachiller a lomo del animal, rindiéndole homenaje por haberlo transportado al colegio durante más de cinco años.
Estudiantes en condición de vulnerabilidad andando por territorios invisibilizados en busca de eso que Estevin llama «salir adelante con el estudio comiendo barro”.
Estevin calibra el distribuidor de la semilla. Concentrado me dice: “antes no sabía ni hablar. Hablaba todo atravesado. Ahora ya no me da pena hablar en público. También me ha servido para cumplir varios de mis sueños, como montar avión por primera vez en mi vida y conocer a Bogotá”.
Ese día, al ver la emoción de Estevin mientras subía las escaleras del avión, recorrí en la memoria el camino andado hasta ese momento, horas de trabajo escribiendo el día a día de una experiencia que nació en la adversidad y ahora es una plataforma en la que los chicos cumplen el sueño de volar.
La melancolía al recordar los momentos de sacrificio se esfumó entre risas, tras el comentario noble del joven Baldovino después de vivir la adrenalina del despegue: “esto es como estar montado en la troja de pajarear”.
Ojalá que llueva
Hernando Valdés Altamar es el rector de la Institución Educativa San Marcos, un hombre sexagenario de paso lento y sabiduría honda que lleva más de treinta años formando a las juventudes sanmarqueras. El profe Valdés reconoce que el proceso de Estevin Baldovino es un ejemplo de cómo la educación transforma vidas. Un joven que se aferra a la academia y a la ciencia para no ser uno más de la espesa cifra de la deserción escolar.
Una grabadora destartalada suena en el dial de las noticias. Uno de los periodistas anuncia las predicciones de lluvia en la región Caribe para el mes de mayo. Después de haber escuchado las altas probabilidades de precipitaciones, Estevin reacciona con alegría levantando su puño derecho: “¡Carajo, la luna trae buena agua! Vamos a coger buen arroz este año, si Dios quiere”.
ꟷ¿Y cómo surgió la idea de esta máquina? ꟷle pregunto, interrumpiendo su alegría por las lluvias anunciadas que ya antes él había leído en la luna de abril.
ꟷLa sembradora la hicimos para los pequeños agricultores de por acá, que puedan tener maquinaria. Estamos pensando en quienes siembran la comida de la casa y hacen trueque de alimentos.
El sueño llamado educación
El grupo de investigación escolar de la Institución Educativa San Marcos, Agroanfibia visibiliza historias de vida de estudiantes en condición de vulnerabilidad que, como Estevin Baldovino, aportan desarrollo al territorio a través de la ciencia y la escuela.
A mitad de año, otra de sus integrantes, María Ángel Escobar Ruíz, ganó una beca de inmersión académica en la prestigiosa Universidad de Harvard, en los Estados Unidos. Una experiencia pedagógica que les abre camino a sus estudiantes, pero no es suficiente para garantizar su llegada a la universidad. Muchos de ellos provienen de hogares rurales en condición de pobreza extrema y moderada.

Según la Universidad de La Salle, solo el 2% de los bachilleres rurales en Colombia continúan su formación en la universidad. Una radiografía de la desigualdad de un sistema que no les facilita a los hijos del campo el acceso a la educación superior.
El Ministerio de Educación Nacional está en deuda con el establecimiento de políticas institucionales que generen más oportunidades de acceso a la educación universitaria para los jóvenes rurales del país. Así mismo, las Instituciones de Educación Superior deben repensar sus metodologías y adaptarse a las necesidades e intereses de los estudiantes rurales, quienes tienen la disposición de estudiar como Estevin, pero no consiguen cupo en un sistema de educación ya prestablecido y pensado desde las facilidades de la ciudad.
Estevin Baldovino se define como un hombre hicotea que, como todos los mojaneros, resiste los embates de la vida y la naturaleza, siempre reinventándose con la ilusión de un mejor mañana. Esa misma ilusión lo llevó a creer en la educación y la ciencia como camino para mejorar su vida y la de las comunidades de su región.
El niño que domó la tierra
Un joven que sabe sembrar el maíz, el arroz, el sorgo y la yuca siguiendo los cambios de la luna, también sabe que, si es noche de luna clara, el bocachico se esconde en la hierba de la ciénaga. Todos estos saberes son la herencia de sus ancestros anfibios, por eso el sueño de convertirse en ingeniero ambiental para preservarlos a través de la ciencia y así generar desarrollo sostenible en su amada región de La Mojana.
Entre risas de timidez y como tratando de revelar su amor por los detalles que construyen vida en este mundo rural, Estevin ahora narra una anécdota de su viaje a una ciudad del sur del país: “en un tiempo mis amigos de vereda abandonaban la escuela para irse a trabajar a Bogotá, cuando regresaban en diciembre me compartían fotografías suyas en la Plaza Bolívar con palomas en los hombros. Desde entonces se convirtió en un sueño para mí tomarme una foto así en esa plaza algún día. Bueno, cumplí el sueño, no en Bogotá, pero sí en Neiva. Iba con mi profesor, es decir, con usted, atravesando una plaza grande y vi ese poco de palomas, aproveché la oportunidad y le pedí el favor que me tomara la foto”.
Para mí ese recuerdo también es motivo de alegría. La jornada de siembra del día de hoy ha terminado, Estevin descansa sentado en las raíces del mango, venteando las alas del sombrero para refrescar su pecho.
“No se imagina usted lo que yo he luchado para entrar a la universidad y nada, no he podido. Lo último que me pasó es que perdí plata en una cooperativa que jugó con mis sueños, me ilusionaron con un cupo en la universidad pública del Cauca, es la hora y no me responden”, se lamenta el joven a mi pregunta del porqué no ha podido ingresar a la universidad.
Contar la historia de Estevin es visibilizar la voz de un joven que estaba condenado a no graduarse de bachiller y que hoy luce con orgullo el diploma colgado en uno de los horcones de su casa. Su sueño ahora es ir a la universidad y obtener el grado de ingeniero.
Mientras desabrochaba las abarcas tres puntá y retiraba sus pies con deseos de librarlos de este bochorno de las 11, agregó un comentario de esos que salen de la boca de campesinos sabios de la región y se vuelven credo en cualquier pueblo mojanero: “el campesino anhela cultivar no solo la tierra, sino también su cabeza por medio de la educación”.











