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El tesoro que guardan Las Bóvedas de Cartagena

Abandonadas durante muchos años, emprendedores y artesanos han convertido el sector en el mercado de artesanías más grande de Cartagena.

Por: Cucha Duque – SentirPositivo.com

Durante mi niñez en Cartagena, mi madre me llevaba a Las Bóvedas, el principal mercado de artesanías de Cartagena donde, además de admirar los productos, aprovechaba para visitar a unas amigas que trabajaban en ellas y a esperar a que uno de mis hermanos saliera del colegio Salesiano que queda en frente.

Tendría 8 ó 9 años en ese entonces y veía cada bóveda como un lugar inmenso, lleno de ropa, cuadros, ganchos para el cabello, chivas miniatura y juguetes de trapo que llamaban artesanías. La verdad es que me gustaba porque me dejaban correr en el piso rojo, jugar entre los arcos como si estuviera en un palacio y, con algo de suerte, mi mamá me compraría mango biche con sal o una paleta.

Fui creciendo y mi hermano dejó de estudiar allí, así que dejé de frecuentar aquel lugar y en mi adolescencia nada que fuera artesanía estaba de moda. Las Bóvedas no eran lugar que los cartageneros de mi edad quisieran frecuentar, no se hablaba de las molas, ni de las mochilas Wayúu y mucho menos del sombrero vueltiao, vestirse con guayabera era “corroncho” o “boleta” y por supuesto nadie se tomaba fotos con las palenqueras. Lo que sí recuerdo es hablar con mis amigos sobre los “detectores de cachacos” esos frascos de plástico que se colgaban los turistas en el cuello para guardar el dinero y con el que muchos, por inocencia, ingresaban al mar y veían partir su dinero entre las fuertes olas, situación que por supuesto era motivo de burla.

Han pasado más de 20 años y regresé a Las Bóvedas en busca de escenarios hermosos que adornaran un video, pero al llegar me encontré con mucho más. Encontré una riqueza cultural incalculable junto con los testimonios vivientes de quienes durante casi 50 años han sido partícipes de la transformación de esta reliquia colonial construida por el ingeniero Antonio de Arévalo en 1792 y que, desde los años 70, ha sido el gran mercado de artesanías por el que ha pasado muchísima gente de todas partes del mundo para comprarse un recuerdo colombiano, cuenta Nicomedes Vergara, guía turístico de la ciudad.

Nicomedes es un moreno alto de más de 50 años, que ha dedicado su vida al turismo, y ha logrado sacar adelante a su familia guiando a los visitantes y contándoles, entre sus relatos, que el cuartel de las Bóvedas fue la última construcción realizada por los españoles en el siglo XVIII, y que la estructura cuenta con 23 bóvedas y 47 arcos, que durante la colonia fueron utilizadas como cuartel militar, depósito de armas y luego en la época de la independencia fue una cárcel.

Su discurso va más allá de los datos históricos, Nicomedes habló de los artesanos que venden sus productos a través de Las Bóvedas y que con ello viven dignamente. Las últimas dos palabras de la frase retumbaron en mi mente “viven dignamente”, pues me duele reconocerlo públicamente pero hasta el momento en mi imaginario conservaba la idea del artesano pobre y mal vestido que vive literalmente de amor al arte, ese a quien no le valoran el trabajo pero llena salas cuando se van a mostrar resultados sobre la cultura.

Entonces busqué los testimonios de esos artesanos y encontré a algunos de San Jancinto, Tuchín y de Cartagena y para mi sorpresa Doña Elsa Trujillo, quien hace bolsos, lleva más de 40 años comercializando su arte en este lugar, cuenta que su familia vive de esta actividad y que gracias a la relación con los comerciantes de Las Bóvedas, ha logrado sacar adelante a sus hijos y hasta tiene casa propia.

También me encontré con Álvaro José, que junto a su familia teje sombreros vueltiaos que transporta desde Tuchín, Córdoba hasta Cartagena y quien es enfermero de profesión pero que se dedica a las artesanías “porque gana más”; y Elizabeth, una defensora de los derechos de las negritudes, quien manifiesta que a través de sus palenqueras, hechas en porcelanicrón, puede trasmitir su cultura afrodescendiente. Señala además que una de las ventajas es que los comerciantes de las Bóvedas le pagan a los artesanos “chan con chan”.

Las Bóvedas estuvieron abandonadas durante muchos años, hasta el punto en que se convirtieron en un depósito de basura, que además albergaba a habitantes de la calle y a murciélagos. Por ello, en los años 70 fueron entregadas por el arquitecto Alberto Samudio, entonces director de la promotora de turismo de Cartagena, a personas que pudieran rescatarlas, arreglarlas y darle valor social y turístico.

Hernando Romero, comerciante de Las Bóvedas desde hace 20 años, relata que su suegro el señor Jesús María Zuluaga y la familia Villareal fueron los primeros en hacerse cargo del lugar, junto a Fini Piñero la esposa del artista Eladio Gil, escultor de la India Catalina y el monumento a los Pegasos. “Según la historia que me cuentan, un arquitecto restaurador de Cartagena el doctor Samudio, le ofreció a doña Fini las llaves de cualquier Bóveda que quisiera porque estaban completamente abandonadas”.

Foto cortesía Comerciantes de Las Bóvedas

Foto cortesía Comerciantes de Las Bóvedas

Las anécdotas que deambulan por estos arcos coloniales y la sabrosura de la narración oral de la gente del Caribe, hacen eco de esas historias que tienen tanto de asombrosas como de desconocidas. Por ejemplo, y según afirman Elisabeth Cunin y Christian Rinaud en Las murallas de Cartagena entre patrimonio, turismo y desarrollo urbano El papel de la Sociedad de Mejoras Públicas, publicado en la edición No. 2 de Memorias, revista digital de historia y arqueología desde el Caribe, entre 1884 y 1920 se destruyeron pedazos de murallas por ser consideradas “un obstáculo material y psicológico, como una herencia inútil que impide la entrada de la modernidad”, que seguramente fue el mismo pensamiento de aquel alcalde de Cartagena, que dio la orden de repellar las murallas del cuartel de las Bóvedas y pintarlas de amarillo como las conocemos actualmente.

Por fortuna existen otras historias, relatos inspiradores de personas que lograron visionar este lugar, hasta entonces abandonado por las autoridades, como una forma de generar ingresos para sus familias y para los artesanos de la región y del país y así contribuir en el posicionamiento de Cartagena como la principal ciudad turística de Colombia y uno de los destinos preferidos en América Latina y el Caribe.

“Lo que se montó aquí inicialmente fue un museo, porque Jesús María Zuluaga embalsamaba todos los pescados que cogía en la playa, le llevaban tiburones y todo tipo de pescados y aquí montó el museo y así atraía el turismo”, cuenta Romero.

Petra Villalobos una de las pioneras del comercio en las Bóvedas empezó con un negocio de juegos infantiles que no prosperó y como había firmado un contrato tenía que responder por el local, entonces invirtió 300 pesos en artesanías que le permitieron sacar a flote el almacén que aún atiende diariamente junto a su hija.

En estas paredes también habitan la historia de inmigrantes que vieron en Cartagena un lugar para vivir y criar a sus 5 hijos como Fini Piñero y Eladio Gil, estos artistas llegaron de España en 1961 y, como fue mencionado, fueron los primeros en instalarse en dos Bóvedas que ahora son atendidas por sus hijas Ana Raquel y María José.

Noticias Positivas - El secreto que guardan las bóvedas 2En una de esas Bóvedas reposó durante 20 años el molde de la India Catalina y en la actualidad se expone una de las tres réplicas exactas hechas en fibra vidrio de la emblemática escultura. “Se trató de hacer una mujer desnuda como era en ese momento, como debía estar en ese momento la India Catalina, quien nació en Galerazamba, entonces Judith Arrieta una chica que trabajaba con nosotros fue la modelo”, cuenta Ana Raquel mientras nos muestra la escultura.

Escuchar las historias de personas que llevan más de 45 años trabajando por sacar adelante sus negocios, promover la cultura y el valor de los artesanos del país, me pone a pensar en que realmente la gente del Caribe colombiano es pujante, que somos una gente alegre y trabajadora con la capacidad para afrontar a través del tiempo las circunstancias, las vacas flacas y las gordas, con la increíble capacidad para seguir luchando día tras día para progresar y además hacerlo con una sonrisa.

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