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El Heraldo, un semillero de periodistas y escritores

Desde su nacimiento en 1933, El Heraldo ha sido una permanente escuela en donde se han forjado algunos de los mejores periodistas y escritores del país.

Escrito Por Rafael Sarmiento Coley – Director

Fotografía cortesía El Heraldo y archivos particulares

Marco Schwartz Rodaki, el nuevo director, y Rosario Borrero, jefe de redacción desde hace casi 2 décadas, son el mejor ejemplo de la importancia de El Heraldo como escuela de formación de periodistas altamente calificados.

La jefe de redacción Rosario Borrero, y la Editora judicial Karina González

La jefe de redacción Rosario Borrero, y la Editora judicial Karina González

Para darle los ingredientes esenciales a esa escuela, ha contado siempre con el aporte de maestros del oficio que, con el mayor altruismo, han puesto su experiencia al servicio del aprendizaje de las nuevas generaciones. Muchas veces devengando sueldos modestos, solo por el deseo de mantenerse firme en el oficio que escogieron como proyecto de vida.¿Se sigue ejerciendo esa tarea? No se sabe. Lo cierto es que, hasta hace muy poco tiempo, escritores y periodistas de innegable brillo han honrado con su talento las páginas de este diario a lo largo de80 años.Entre otros: Gabriel García Márquez (cuando era pobre e indocumentado); Alfonso López Michelsen (hasta poco antes de un deceso mantuvo su columna); Ramón Vinyes (‘El Sabio Catalán’ de ‘Cien Años de Soledad’); José Félix Fuenmayor (autor de ‘Cosme’, la primera novela urbana que se escribió en Colombia); Juan Gossaín, gran maestro; Alfonso Fuenmayor (alguien que se dio el lujo de leerse casi todos los libros del mundo antes de morirse); Álvaro Cepeda Samudio; Germán Vargas Cantillo; Alberto Duque López; Manuel García Herreros; Juan Goenaga (jefe de redacción casi desde el nacimiento del periódico); Álvaro Ruiz Hernández (libretista genial para las radionovelas); Adolfo Martá; Otto Morales Benítez (cada vez que cenaba con algún buen vino añejo escribía un libro esa misma noche); Lucio Dussán (el padre de María Jimena Dussán); Carlos Osío Noguera (el popular y ameno ‘Con’); Alberto Charry Lara; Javier Arango Ferrer; José Antonio Osorio Lizarazo (el primer jefe de redacción del periódico, ‘importado’ de Bogotá); Bernardo Restrepo Maya; José Umaña Bernal; Gerardo Molina (fundador del Partido Comunista en Colombia);

Gabo visto@TURCIOSart

Gabo visto@TURCIOSart

3 Juan Gossain, uno de los maestros.

@DonJuanGossain

Jorge Artel (el poeta negroide y primer esposo de Esthercita Forero); Antonio Escribano; Elías E. Muvdi (filólogo y lingüista barranquillero muy apreciado y acatado por la Real Academia de la Lengua Española); Aureliano Gómez Olaciregui; Alfredo De la Espriella (la enciclopedia barranquillera ambulante); Gregorio Castañeda Aragón(poeta Cienaguero de donde descienden todos los Castañeda periodistas y caricaturistas); Javier Auqué Lara(también escritor Cienaguero que se fue a Caracas); Álvaro De la Espriella Arango; Vicente Noguera Carbonell; José Consuegra Higgins; Andrés Salcedo González; Carlos De la Espriella; Gustavo Álvarez Gardeazábal; Luis Carlos Galán Sarmiento; Armando Benedetti Jimeno; Rafael Oñoro Urueta; Rafael U. González; Antonio J. Olier; Luis Palencia Caratt; José Nieto Núñez, Víctor Moré; Porthos Campo Pineda; Meira Delmar (la nunca olvida poetisa Olga Chams); Mike Urueta Carpio (todo un mago para guardar fotos en un archivo particular a cuestas); Camilo Monroy Romero; Armando Cabrera Muñoz; Aquiles Berdugo, y Armando Barrameda Morán.

 Carlos Fuentes y hasta Cantinflas

Lo mismo que el célebre autor de ‘La muerte de Artemio Cruz’, el mexicano Carlos Fuentes; igualmente Miguel M. Delgado, el libretista de Cantinflas; Andrés Oppenheimer; el ex gobernador Eduardo González Martínez; el fallecido ex dirigente conservador y periodista Armando Zabaraín Bermúdez; el comerciante Enrique Bernal Moreno (propietario del almacén ‘El Iris’; el escritor, periodista y pintor sucreño Héctor Rojas Herazo; el ex ministro y ex director de la revista Cambio Mauricio Vargas Linares; el constitucionalista y catedrático Mario Alcalá Sanjuán;  el constituyente Ricardo Barrios Zuluaga; monseñor Rubén Salazar Gómez; Antonio Abello Roca; Eugenio Díaz Peris; Juan B. Arteta; Carlos Rodado Noriega; Carlos Daniel Abello; Urbano Rodríguez Muñoz; el exmagistrado José Gregorio Hernández; Lesmes Corredor Prints; Gonzalo Conde Abello; el sacerdote Jorge Becerra; Apolinar Díaz Callejas; Humberto Salcedo Collante; Adalberto Del Castillo y Amador; Marina Díaz Peris; Hernando Celedón Manotas; Nicolás Renowitzky; Julio Blanch; Juan Manuel López Cabrales, y Roberto Zabaraín Manco.

Alfonso Fuenmayor

Alfonso Fuenmayor

En los primeros años de El Heraldo, Ramón Vinyes mantuvo su columna ‘En tinta violeta’, que después cambió de nombre: ‘Reloj de torre’ (título que luego se lo copió Daniel Samper Pizano en El Tiempo, pero al revés: ‘Reloj del tiempo’. Poco después el terrible columnista Klim le destruyó la mala copia con el argumento más sencillo: “¿Cómo puede llamarse una columna Reloj del tiempo? Jamás había concebido pleonasmo tan repelente”. Entonces la columna de Danielito se redujo a Reloj).

Por esa misma época también mantenía su columna habitual el escritor José Félix Fuenmayor. Comentaba, más que todo, las novedades de la literatura universal. Tareas en las cuales lo secundarían años más tarde Germán Vargas Cantillo y Alfonso Fuenmayor, este último con su columna ‘Aire del día’, que firmaba con el seudónimo de ‘Puck’.

La cofradía que se inventó La Cueva

Alrededor de ese trabajo periodístico, enfocado con mayor énfasis hacia los sucesos literarios del momento, creció, poco a poco, una cofradía que más tarde se conoció mundialmente como el ‘Grupo de Barranquilla’. De él formaron parte activa Álvaro Cepeda Samudio; Alejandro Obregón; Julio Mario Santo Domingo; Rafael Marriaga (autor de la novela ‘La heroína de papel’) ; Roberto ‘Bob’ Prieto; Gonzalo González (GOG); Ricardo González Ripoll; Quique Scopell; Rafael Escalona y, por supuesto, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas Cantillo, todos ellos bajo la lumbre tutelar de ‘El Sabio Catalán’, y José Félix Fuenmayor, padre de Alfonso Fuenmayor, quienes eran los mayores de dicha legión literaria y bohemia. Así nació lo que hoy se conoce como ‘La Cueva’, dirigida por el cinesta, escritor y periodista Heriberto Fiorillo.

García Márquez, que en 1948 estaba parqueado en Cartagena como columnista de El Universal, conoció a varios de los integrantes del Grupo a finales de ese año. Frecuentemente se siguió viendo con ellos, especialmente con Alfonso Fuenmayor, entonces Asistente de Dirección de El Heraldo, y con Germán Vargas Cantillo.

@HFiorillo

Gabo y Fiorillo @HFiorillo

El punto de encuentro era cualquier café de esquina, una librería y, con frecuencia, la casa de José Félix Fuenmayor, quien en el ocaso de su vida sufrió de agorafobia, que es el miedo a las multitudes o lugares públicos. Según recuerda su nieto, Rodrigo Fuenmayor, actual columnista de El Heraldo (es hijo de Alfonso), “nunca más quiso salir, y prefería reunirse con sus amigos en la residencia. Yo estaba muy niño. Recuerdo a Gabito, que solía cantar vallenatos, tocando él mismo una dulzaina. Lo hacía muy bien”.

Barranquilla era una ciudad tan familiar para Gabito, como Aracataca —en donde nació el 6 de marzo de 1927, siendo el primer hijo de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán—porque sus padres, poco después del nacimiento del primogénito, se trasladaron a la capital atlanticense. Cuando estuvo en edad escolar lo matricularon en el Colegio San José, en donde terminó la primaria y adelantó dos años de bachillerato. Fue la época en que compartió pupitre con Juan B. Fernández Renowitzky y varios barranquilleros, quienes años después habrían de recordar sus travesuras. A quien más dedicaba caricaturas y poemas mamagallistas era a “Mi amigo Juanbé”.

Gabo o Gabito por siempre y para siempre

García Márquez publicaba con frecuencia sus escritos en ‘Juventud’, la revista del colegio. Por cierto, uno de los primeros escritos de García Márquez fue un poema —con el buen sentido del humor que habría de caracterizarlo por siempre— dedicado a uno de sus amigos y compañeros de escuela, Juanbé. En esa época firmaba como Gabriel García o con el seudónimo de ‘Gabito’, apodo de casa, y como lo llamarían después los amigos de siempre. Por eso no le fue difícil aceptar la oferta de venirse a vivir a Barranquilla de nuevo y vincularse laboralmente a EL HERALDO, dirigido por el maestro del periodismo Juan B. Fernández Ortega, padre de su amigo de infancia Juan B. Fernández Renowitzky. Además, tenía la secreta convicción de que el llamado Grupo sería definitivo para su ya iniciada formación literaria. En lo que no se equivocó.

Así, en diciembre de 1949 se vinculó Gabito a El Heraldo. No firmó sus primeros escritos. Solo a partir del 5 de enero de 1950 empezó a salir su columna habitual ‘La Jirafa’, con el seudónimo de ‘Séptimus’. Siempre en la página editorial, la 3A del diario.

Esas 400 ‘jirafas’ y cerca de 100 escritos sueltos y sin firma —entre ellos uno que otro editorial—, en medio de un hervidero de intelectuales que alternaban la intensa lectura con la frenética bohemia, fueron el laboratorio en donde el futuro Premio Nobel de Literatura (1982) logró la técnica narrativa para su obra inmortal.

Jacques Gilard, el más severo y confiable biógrafo de Gabito, en la recopilación y prólogo del libro ‘Obra Periodística, Volumen 1, Textos Costeños’, asegura que las jirafas le sirvieron a García Márquez para ir moldeando el carácter, la fisonomía y el alma de los personajes de su obra literaria. Aprendió la destreza en la titulación y conoció a fondo las debilidades y fortalezas del alma costeña. Su fortuna y su desdicha, y esa nostalgia que le produce el sonido quejumbroso de un acordeón.

El primer cronista de música de acordeón

 Fue precisamente García Márquez uno de los primeros periodistas que mayor atención prestó a la juglería costeña, tal como se aprecia en ‘La Jirafa’ del 15 de marzo de 1952 titulada ‘Algo que se parece a un milagro’. Un modelo elocuente de un reportaje periodístico, conciso y breve. García Márquez escribió la columna en mención después de un viaje que hizo a La Paz, cerca de Valledupar, en ese entonces perteneciente al Magdalena Presentación1Grande, hoy departamento del Cesar. Con una prosa sencilla y luminosa, describe el ambiente de un pueblo semi-quemado por la violencia insensata de aquellos años de guerra bipartidista.

Poco antes de venirse a Barranquilla, Gabito había vivido un par de meses en Sucre, población que entonces pertenecía a Bolívar, (hoy es parte del departamento de Sucre), en la llamada zona de La Mojana, en donde en esa época, ocasionalmente, residían sus padres. Había ido en procura de recuperarse de algunos quebrantos de salud. Allí, durante un bazar, conoció a una niña de 13 años que, por su belleza, inteligencia y sencillez, le quitó el sueño. Mucho tiempo después, él revelaría en Cartagena a varios periodistas que, por la belleza de su cuello largo y de piel suave, él cariñosamente le decía ‘mi jirafa’. De ahí nació el nombre de su mundialmente famosa columna.

 El matrimonio en Barranquilla

Demetrio Barcha, boticario magangueleño, padre de Mercedes Raquel Barcha Pardo (la niña que Gabito conoció en Sucre), se trasladó con su familia a Barranquilla, en donde abrió una farmacia. Esta feliz circunstancia hizo que se consolidara el amor de la pareja, que finalmente contrajo nupcias el 21 de marzo de 1958 en la iglesia del Perpetuo Socorro de Barranquilla. Como pocos, en estos tiempos volátiles, Gabito y Mercedes han cumplido al pie de la letra, sin la menor posibilidad de violarlo, el juramento sacramental de permanecer unidos hasta que la muerte los separe.

Algunos de los contertulios de Gabito en su época de redactor de las ‘jirafas’ coinciden con Gilard en que ese fue el punto de partida del escritor que estaba formándose. Además, desde esa época tenía claro que, para echarse encima la responsabilidad de escribir algo perdurable, había que contar con un 10 por ciento de inspiración y un 90 por ciento de transpiración. “Era un relojito suizo para llegar a las ocho de la mañana, y no se iba sin darle la última lectura a sus escritos, en las galeras, después de haber salido de los linotipos”, según recuerda uno de los testigos de aquella época.

Juancho Jinete, ya fallecido, otro testigo ocular de aquel momento, recordaba que, contrariamente a lo que se cree —dadas las juergas continuas que armaban muchos de los que andaban en ese entonces con el futuro Premio Nobel— Gabito “nunca fue un parrandero insigne. Todo lo contrario, era muy dedicado a sus lecturas y a su trabajo periodístico”.

De aquí salió con la munición literaria suficiente para convertirse en uno de los más grandes escritores del mundo. El 21 de octubre de 1982, en horas de la madrugada, se enteró de la noticia que hace tiempo esperaban los millones de lectores de su obra en el globo terráqueo: la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura. Y el 8 de diciembre de ese mismo año, vestido de impecable liqui-liqui blanco, similar al que usaba su abuelo materno, el coronel Nicolás Márquez, en las ceremonias especiales a las cuales asistía con sus charreteras de Coronel de la Guerra de los Mil Días, recibió el Premio ante la Academia Sueca en pleno y 400 invitados, entre quienes estaban el inmortalizado compositor Rafael Escalona, los disfraces, danzas y cumbiambas del Carnaval de Barranquilla y las notas quejumbrosas del acordeón de Emilianito Zuleta Díaz, la voz de Poncho Zuleta, y la caja de Pablito López, heredero de la dinastía de músicos de La Paz, Cesar, en donde él, muchos años atrás, hizo que la gente olvidara sus congojas obligando a los músicos a que cantaran para sobreponerse a la tristeza porque les habían quemado el pueblo. Allí leyó su célebre discurso ‘La soledad de América Latina’, que es un canto a la justicia social y a la libertad de los pueblos del Tercer Mundo.

Una escuela permanente

 La siguiente generación de la escuela no podía ser menos fogosa y óptima que la anterior. Con la presencia de Juan Gossaín, El Heraldo, siempre en plan de formación e innovación, vinculó a jóvenes —muchos de ellos sin haber terminado el bachillerato—, quienes alternaban armónicamente con los veteranos de la redacción.

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Olguita Emiliani

Para ello contó siempre con el apoyo entusiasta de la Dirección, que reforzó esas tareas de permanente capacitación con talleres amenos y muy constructivos. Fue así como El Heraldo empezó a practicar el periodismo de investigación que había puesto de moda en Bogotá en El Tiempo Daniel Samper Pizano, quien fue invitado por la Dirección de este diario costeño, y presidió varias concurridas Tertulias con la cual se fortaleció el ejercicio del periodismo que busca lo que hay detrás de la noticia.

Figuras legendarias del periodismo barranquillero, como los desaparecidos Fabio Poveda Márquez y José Cervantes Angulo, dejaron una huella imborrable en las páginas del diario, con trabajos reporteriles impecables que les merecieron premios nacionales e internacionales. Ambos también aportaron enseñanzas a la nueva generación del periodismo costeño.

Luego vino la voz templada de Olguita Emiliani Heilbron, columnista certera y crítica mordaz que firmaba con el seudónimo de ‘Morgana’, quien por muchos años se desempeñó como Asistente de la Dirección, para darle continuidad a la escuela que había empezado Gossaín, quien a su vez recibió esta antorcha de quienes desempeñaron esas mismas tareas desde 1933.

Fue en esas dos etapas, a partir de la década de los años 70, cuando surgieron periodistas y escritores brillantes, como el recién fallecido Ernesto McCausland Sojo, Roberto Pombo (hoy director de El Tiempo), Estewil Quesada, Mauricio Vargas, Marcos Schwartz (quien regresa al redil, no como peón sino como director), José Orellano, Gilberto Marenco Better, Julito Olaciregui, Mabel Morales y el intrépido Sigifredo Eusse Marino, este último, famoso en los anales de la redacción de El Heraldo por el célebre título a uno de sus mejores cubrimientos periodísticos: “En un 2 por 3, 4 asaltaron el 5 y 6”. Cuatro osados pelafustanes armados de viejos revólveres irrumpieron de repente en las oficinas de apuestas y recaudos del concurso hípico conocido como ‘El 5 y 6’, y en una acción de tres minutos desocuparon la desvencijada caja registradora.

16 En llos escritorios ya no hay montañas de papeles

Rafael Sarmiento Coley, hoy director de Lachachara.co

Ese constante flujo de un valioso recurso humano que realiza tareas periodísticas sobresalientes le ha merecido a El Heraldo numerosos premios, como el del CPB por la investigación sobre las consecuencias del polio en el Atlántico. Trabajo que estuvo a cargo de los periodistas José Cervantes Angulo, Horacio Brieva y Manuel Gaspar Pérez Fruto (el popular ‘Gaspito’), entre otros. Crónicas sobre el mismo tema realizadas por Cervantes Angulo merecieron el premio internacional de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP.

Por el trabajo investigativo de la redacción de El Heraldo, con un equipo integrado por Mauricio Vargas, Marcos Schwartz, Pedro Lara Castiblanco, Jorge Medina Rendón y Ernesto McCausland, igualmente se obtuvo el Premio de Periodismo Simón Bolívar, en la modalidad de Periodismo Investigativo.

Fabián Cárdenas director de Diseño

Fabián Cárdenas director de Diseño

Premios que se suman a los logrados por Fabio Poveda, uno de los mejores periodistas deportivos que han pasado por el diarismo colombiano, y Juan Gossaín, cronista insigne del periodismo nacional. Galardones que se agregan al María Moors Cabot logrado en 1952 por su Director-Fundador Juan B. Fernández Ortega, y al Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista, ganado por Fernández Ortega y luego por su hijo Fernández Renowitzky.

Internet

Internet

A lo largo de todas esas generaciones de la escuela ha permanecido como un roble el indoblegable columnista Chelo De Castro (José Víctor De Castro Carroll), el más autorizado editorialista deportivo que le queda al país. Crítico documentado y satírico, don Chelo se resiste a dar el paso de su vieja maquinita ‘Remington’ al computador. Y todavía corrige sus columnas, lápiz en mano, como en los viejos tiempos de los linotipos. Lo que no le resta un ápice a la calidad indiscutible e insuperable de su columna diaria con cerca de 70 años de experiencia.

Chelo De Castro es, sin duda, el estandarte de una selecta nómina de columnistas de El Heraldo contemporáneo. Nómina de la cual forman parte, entre otros, Adolfo González Henríquez (tempranamente fallecido), Adolfo Meisel Roca, Alfonso Gómez Méndez (actual Minjusticia), Arturo Sarabia Better, Cecilia López Montaño, Rudolph Hommes, Dayana Acosta-Madiedo, Diego Marín Contreras, Gonzalo Gallo, Harold Martínez Patrón, Heriberto Fiorillo, Ignacio Consuegra Bolívar, Jairo Parada Corrales, Jesús Ferro Bayona, Joaquín Mattos, Lola Salcedo Castañeda, Óscar Montes, Rafael Campo Miranda, Tomás Eloy Martínez (ya fallecido), Tita Cepeda y Yomaira Lugo.

Un sólido equipo de trabajo

 Una de las características constantes en la sala de redacción de El Heraldo ha sido el trabajo de equipo y el sentido de pertenencia. Lo que ha florecido, especialmente, en momentos de mayor frenesí en las salas de redacción de un diario. Cuando ocurre una noticia ‘grande’, estalla en la sala de redacción el espíritu de cuerpo, en donde todos aportan ideas para mejorar el resultado del conjunto.

Sala de redacción

Sala de redacción

Su debut brillante en la era de internet lo dio con ocasión de los ataques de Al Qaeda a las Torres Gemelas de Nueva York y al Capitolio norteamericano. Logró poner en su web la más completa información, y además, sacar una edición impresa extra. De esa destacada generación de periodistas formados en El Heraldo se mantienen en pie: José Granados Fernández (editor de política); Alix López de Llanos (editora de locales); Martha Guarín (editora de Latitud); William Vargas Lleras (editor de regionales); Roberto ‘El Bobby’ Llanos (editor de los periódicos populares Al Día; Denis Contreras (editor nocturna); Karina González (editora judicial y policía); Karen Chamié (editora de revistas y Tendencias); Leopoldo Diazgranados (editor de la web); Josefina Villarreal, hija del difunto fotógrafo Miguel Villarreal por muchos años vinculado al periódico, (editora gráfica, en reemplazo de Jairo Buitrago, el popular ‘Gancho’ Buitrago), y como secretaria de dirección y coordinadora de las editoriales, la polifacética Anita González de Velásquez.

09 Las secretarias de redaacción

Las secretarias de redaacción

Con ese recurso humano invaluable es que ha marcado la diferencia. ¿Hasta cuándo? Pues hasta cuando los jóvenes de la cuarta generación quieran. No sea que se les dé por vender la vaca lechera, o, en el peor de los casos,  la dejen morir de tanto exprimirle la ubre y no darle la suficiente alimentación. Pero, eso si, para la ‘malvada’ redacción– como se le salió un día decir a Ilse Gieeseken de Cuello, una de las accionistas—ni un peso más de aumento.Y el argumento de ella y algunos de los demás socios (no todos), para pensar así es que presuntamente hay periodistas que reciben ‘propinas’ de sus fuentes. Lo cual muy pocas veces se ha comprobado. Por el contrario, más de un periodista ha entregado a la dirección del diario un sobre con dinero, dejado subrepticiamente por algún abogado indecoroso. Lo justo sería que a los periodistas honestos, como son en su gran mayoría, se les pagaran salarios dignos. Y a los sospechosos de ser corruptos, cancelarles el contrato o dejarlos con los tradicionales sueldos bajos.

 

Sobre el autor

Director general de Lachachara.co y del programa radial La Cháchara. Con dos libros publicados, uno en producción, cuatro décadas de periodismo escrito, radial y televisivo, varios reconocimientos y distinciones a nivel nacional, regresa Rafael Sarmiento Coley para contarnos cómo observa nuestra actualidad. Email: rafaelsarmientocoley@gmail.com Móvil: 3156360238 Twitter: @BuhoColey
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