La millonaria cantidad de hambrientos en el mundo pregunta con el estómago vacío.
Por Jorge Guebely
Refulgentes paradojas de contenidos oscuros sostienen el capitalismo de hoy y de siempre. Brilla su tecnología que obscurece el alma humana. Abunda su información para desinformar mejor. Concentra riquezas que multiplica pobrezas.
Nunca antes se produjo tanto alimento para la humanidad entera, pero nunca antes hubo tanta hambruna sobre la Tierra. Nunca antes hubo 821 millones de seres humanos flagelados por el hambre según la FAO, ni siquiera en 2017 cuya cifra fue de 804 millones y, mucho menos, en 2016, la que estaba en 784. Siniestra paradoja: mientras más aumenta la producción de alimento, más hambrientos proliferan.
Cínicas son las paradojas de sus economistas para justificar la lucrativa pobreza. Culpables las guerras como si éstas no fuesen uno de los apetecidos negocios del capitalismo. Culpable el medio ambiente como si éste no fuese permanentemente depredado por la voracidad capitalista. Nos piden mirar a los países en paz, como si en éstos -Rusia, India, por ejemplo- no hubiese hambruna estructural. Perversa, pero eficaz estrategia: culpar a los otros para ocultar su propia pecado.
Por el contrario, exaltan el libre mercado para resolver las hambrunas locales cuando es éste quien la produce universalmente. Las mejores riquezas de los países pobres van a los mercados de los países ricos. Los ricos se vuelven más ricos; los pobres, más pobres, y los débiles mueren de hambre.
Perpetran semejante fechoría construyendo políticos de rostros honestos y almas de Esaú. Políticos que ferian sus riquezas naturales por cualquier plato de lenteja artificial. Políticos tan pobres que se sienten orgullosos de ser ricos entre los miserables. Ellos mismos, miserables entre los opulentos del mundo. Vergonzosos ejemplos del slogan capitalista: “Sálvese el que pueda y como pueda”.
Países ricos sumidos en la pobreza estructural según los economistas del sistema. Como Nigeria, cuyos habitantes mueren de hambre sobre un suelo rico en uranio. Nigeria, rico en políticos, que es la peor forma de ser pobre. Porque un buen político suele ser un pésimo ser humano: brilla por sus buenas intenciones, pero triunfa por sus pésimas acciones.
Así reflexionaba yo mientras leía el libro “El Hambre” escrito por Martín Caparrós. Y pensaba en los colombianos muertos por hambre mientras escribía esta columna. Y oía la cuerda locura de don Quijote cuando exclamaba: “Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados… y no porque en ellos el oro… se alcanzase…, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.