2019 es un año electoral en las regiones. Se avecina una pugna de ideologías y una diarrea de promesas.
Por Jorge Guebely
Tan pronto terminó el año viejo, un borrachito me recordó que el año nuevo es electoral. “Toca elegir nuevos gobernadores, alcaldes, concejales, diputados, que, en términos generales, son tan viejos como los anteriores”, dijo. “En política, nunca hay año nuevo”, concluyó.
Especuló que, si la sociedad estaba dividida en clases sociales, la contienda electoral debería ser clasista. Los ricos deberían votar por los candidatos para ricos; y los pobres, por los candidatos para pobres.
Como no era suficiente votar con criterio clasista para salir del hueco, había que hacerlo también con moral electoral. Votar por el candidato bueno, el demócrata, el estadista o aspirante a estadista. El que actuaba por encima de ideologías, partidos e intereses personales; a favor del ser humano y en contra de su decadencia. De lo contrario, votar en blanco.
Debíamos castigar al candidato malo, el auténtico delincuente, el que actuaba a favor de su partido, de sus agentes financieros, de su enriquecimiento personal. Castigar al delincuente organizado en comunidad política, el que encontró en la política el modo de delinquir legalmente.
Para él, era casi imposible conocer el verdadero rostro de un político, especialmente en campaña electoral. Siempre ocultaba su rostro detrás de un buen discurso. Mientras más delincuente, mejor discurso, siendo buen delincuente se presentaba como buen estadista. Precisamente, por buen delincuente.
Ante tanta confusión, acudió a las palabras de Cristo: “Por sus obras los reconoceréis”. Lo que el político hizo en el pasado lo repetirá en el futuro, pues la farsa era un estigma para toda la vida.
Para evitar incoherencias electorales clasistas, tenía sus reglas: “Si usted es rico”, me dijo, “no vote por un candidato del Polo Democrático. Pero si usted es pobre como yo”, insistió, “no vote por candidatos del Centro Democrático, pues no hay peor peligro que un pobre vote por un candidato para rico. No se confunda con el adjetivo ‘democrático’, ninguno de los dos lo son”.
También tenía reglas para evitar las incoherencias morales. “Si quiere elegir con criterios morales”, me dijo, “evite los partidos tradicionales, allí pululan los más inmorales. Evite los que desconocieron los votos de la anti-corrupción porque optaron por la corrupción. Es decir, los que no quisieron congelar salarios de congresistas por exceso de cinismo, los que se negaron a limitar el periodo en corporaciones públicas porque harán de la política una profesión de malandros…».
Lista larga, duró enumerando hasta el amanecer del primer día del año nuevo. Tan larga como el despertar de la conciencia ciudadana.