
Paisajes del confinamiento. Un texto crudo de Carlos Polo.
Por Carlos Polo
Durante los últimos tres minutos he intentado devolverle el filo a un viejo machete oxidado que encontré entre los cachivaches amontonados en el patio, el casi imperceptible zumbido que emite la fricción entre el metal y la vieja piedra corrugada me destempla los dientes y esta cosa sencilla y práctica, se me convierte en una especie de tortura.
Las sirenas estallan con su desespero matinal…
¡Lavarse las manos!
Afuera se vuelven a escuchar gritos, habladurías agitadas e inentendibles, seguidas de más disparos, afuera, afuera… Hace un tiempo que ese espacio perdió para mi sentido y configuración, ¿qué es afuera ahora? He perdido ya toda certeza de lo obvio… Pero afuera continúa estando allí, en alguna parte, con todo el peso de sus contornos y sus dimensiones físicas… Y eso me lo deja bien claro el sonido desesperado que produce el chirriar de llantas que muerden el asfalto.
¡Cambiar el tapabocas!
Mi Pequeño saltamontes acaricia las teclas de su piano, es raro verlo así, en pijamas, el cabello alborotado, tapabocas, guantes y el rostro abotagado de tanto dormir…
¡Lavarse las manos!
La casa se llena con el sonido de un rock demasiado tecnificado y posmo para mi gusto. Dejo de lado el oxidado machete por el momento y vuelvo abrir la nevera como esperando que suceda un milagro, los dos tarros de agua a medio llenar, un trozo de mantequilla congelado, un sobre medio vacío de salsa de tomate, una de mayonesa en las mismas condiciones y pare de contar… Ya no recuerdo claramente cuando fue la última vez que salimos a buscar suministros.
¡Lavarse las manos!
A parte de una lata de sardinas y dos latas de atún, la alacena es otro desierto, otro espacio baldío… Ayer nos dejaron sin electricidad y estamos todos a ciegas, afuera vuelven a sonar disparos, esta vez más espaciados y distanciados…
¡Lavarse las manos!
El piano ahoga los gritos y los ecos que se filtran, que escalan por la ventana para hacernos partícipes de su existencia…
Elisa se empeña en revisar cada cinco segundos la pantalla de su móvil, las últimas 48 horas ha estado obsesionada con las cifras, con ese movimiento amorfo que nos llega como un eco débil, disfónico… Qué importan ya los números, qué importan ya los relojes, las flores marchitas, los corta uñas, el champú, las botas de cuero, los abrazos, las estrechadas de mano, los bostezos…
¡Lavarse las manos!
Cof, Cof, cof, cof… La tos seca e impertinente hace que el piano se detenga, el mundo entero se congela en un solo plano, mis ojos se estrellan con los de Elisa, un moscardón gordo y brillante atraviesa la estancia con una lentitud mórbida, podría cortarlo en dos con un solo golpe de este machete viejo… Los ojos de Elisa me hablan, me gritan desde la orilla de su silencio… Hay que salir, hay que enfrentar esa cosa desdibujada y enorme que llaman afuera.