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Doris Salcedo: sin los pies en la tierra

La señora Salcedo es una artista imprescindible dentro del arte colombiano. Pero…

Por John Better A.

Hace más de un año hice el primer experimento en el Taller De Costura Literaria. Un espacio donde lo que menos importaba era “enseñar” a escribir o dar tips de cómo ser un escritor en tres simple pasos.

En esa ocasión me reuní con mujeres víctimas de violencia física, psicológica y sexual; miembros de una fundación que dirige una abogada conocida. Al final de la actividad, les pedí que cosieran una serie de fragmentos de tela que les había pedido llevar al taller. Eran pequeños retazos de vestidos usados por ellas, los tenían que zurcir con hilo negro. Antes de eso, los retazos eran intercambiados entre las asistentes, así que una mujer unía la pieza intercambiada a la de otra compañera, hasta tener terminado nuestro patch work.

La finalidad de este ejercicio era ensamblar todas estas historias de maltrato en forma de retazos y convertirlas en una bandera de victoria y conmemoración que celebrara la vida de ellas y la de aquellas mujeres que no corrieron con igual suerte.

Usé materiales como tela, hilo y aguja; elementos que han estado vinculados a la historia de la mujeres a través de siglos en una labor que no difiere mucho a la de narrar una historia, ya que escribir es casi lo mismo que coser letras y formar un tejido de palabras.

Traigo a colación lo anterior debido a los comentarios que ha generado la pieza “Fragmentos”, el polémico contra-monumento de la escultora Doris Salcedo.

La señora Salcedo es una artista imprescindible dentro del arte colombiano. Gran parte de la materia prima con que “reelabora” su trabajo es extraída de los diversos tipos de violencia, entre ellas la del conflicto armado que ha azotado a este jodido país durante décadas.

En cierto modo, la señora Salcedo es una noble ave rapaz que sobrevuela los escombros de la guerra y otras injusticias alrededor del mundo (xenofobia, mujeres desaparecidas, chicos muertos en pandillas, víctimas de escuadrones de la muerte, entre otros), y pesca entre sus garras; una grieta, un animalito muerto, decenas de sillas, mesas, cabello humano o camisas blancas. Todo esto, la señora Salcedo lo vuelve arte, lo hace objeto de adoración, de conmemoración, contemplación, o lo que usted desee interpretar.

Desde hace días las redes están invadidas de artículos y comentarios relacionados con la más reciente obra de la artista bogotana. Se encuentra de todo: textos analíticos como el de Carolina Sanín en la revista Vice, y también agudas percepciones cargadas de saña y pequeñas duras verdades, como las del insaciable Harold Alvarado Tenorio para Las2orillas; por no mencionar el risible Meme donde se ve a la señora Salcedo sobre las placas de su nueva obra en donde parece de fondo un anuncio publicitario de pisos Alfa.

Debo admitir que me gusta la propuesta conceptual de Salcedo a través de todos estos años, el concepto “violencia” es manejado, esculpido y fundido de mil formas dentro del mundillo del arte moderno.

Se me viene a la mente un freak adorable como el portorriqueño Pepón Osorio y su inolvidable instalación titulada “Escena del crimen”; en esta pieza, el artista se toma parte de un museo para recrear el interior de una vivienda popular en la que ha ocurrido una masacre; Pepón no escatima en añadir sangre y hasta cuerpos cubiertos con sábanas blancas ocupando los espacios, los cuales han sido rodeados con cintas policiales de seguridad que advierten no cruzar la línea.

Pepón Osorio. Escena del crimen.

Si bien la obra de Salcedo no es tan explícita y gore, su austeridad y silencio lo dicen todo, hay un luto perenne en muchas de sus obras, una mordaza que ahoga un grito.

Con respecto al tan comentado ‘Fragmentos’, “construida” con las armas entregadas por las FARC y hecha en “colaboración” con mujeres víctimas del conflicto, es un proyecto que merece la crítica y el debate. Para este se usaron 37 toneladas de armas las cuales fueron transformadas en un piso de inmensas placas metálicas.

Por mi parte, aún no me conecto con la obra. Lo claro es que es un trabajo fragmentario en su forma primaria, y que al finalizar se convierte un todo. Cada placa podría ser un territorio específico de Colombia, que al juntarse forman un mapa cuadriculado de la guerra. La guerra como un rompecabezas no muy difícil de armar y al qué habría que añadirle a futuro unas nuevas placas que representen a los muertos del paramilitarismo y otros grupos armados.

Entonces surgen las preguntas:

¿Es sensato pisar ese suelo metálico? ¿cómo caminarlo? ¿con zapatos? ¿descalzos, para así poder sentir el helado y literal frío de la muerte, la guerra y la desolación? ¿pasarle la lengua y sentir el insípido sabor de ese otro vil metal que costó la obra en cuestión? ¿Cómo se lo explico al que no es tan letrado? ¿Al que no entiende de entrada el concepto? ¿a los mutilados que no podrán caminarlo?

Creo que hay obras que no necesitan un extenso ensayo para entenderlas, algunas gritan, hablan o dialogan con quien la ve, la toca o la siente. Tal vez la señora Salcedo pretenda que al caminar sobre su obra nos sintamos todos involucrados en un conflicto que ha costado años y años de sufrimiento.

Aun así, esta obra me sigue pareciendo una pieza fúnebre-decorativa, ajena a sus víctimas, una propuesta rígida, sin alma, como el mismo material en que está hecha. Quizás de eso se trata y no hay que darle muchas vueltas al asunto.

Una obra hecha para el estudio y no para identificarse o conmoverse. Un concepto un tanto excluyente a las víctimas del mismo conflicto, así hayan martillado y martillado sobre el duro metal. Para ser sinceros, las víctimas directas de la guerra colombiana nunca necesitarán entender esos fragmentos conceptuales que poco tienen que ver son sus realidades, sus pesares, sus muertos y mancillados; a los que recordarán día tras día, noche tras noche, en un lugar cálido como lo es la “memoria viva”.

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