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Del sensacionalismo y otros vicios

Nos han inculcado muchos pensamientos que solo aportan  a la decadencia.

Por Andres Ibáñez 

Era el sensacionalismo un fenómeno netamente periodístico, pero con el pasar de los años y  con el auge de las redes, en las que todos pueden compartir sin ningún filtro lo que se les ocurre o lo que consideran como verdad,  se  ha adquirido un hábito en la mayoría de los usuarios, incluyendo a varios profesionales del campo de la comunicación que han perdido la sobriedad con la que deberían manejar lo que informan.

Aunque muchos defienden a capa y espada sus argumentos falaces, y lo justifican con la “libre expresión”, son pocos los que manejan con ética cada suceso que se manifiesta.

Se define la palabra fanatismo como una actitud que muestra pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz en defensa de una idea, teoría, cultura o estilo de vida. La mayoría de veces es designada para hacer referencia a la religiosidad desorbitada de algunos,  pero al parecer se presenta  en igualdad de condiciones en todos los aspectos de nuestra cotidianidad, por ejemplo en la política transformada en politiquería, en la tradición convertida en tradicionalismo o en la diversidad burlada con excentricidad.

Se entendería como un simple juego de palabras pero no lo es, hay una población confundida, desubicada, desesperada por tener la atención de quien le rodea así le toque hacer el ridículo.

 «No hay medio más eficaz para gobernar a la masa que la superstición», Baruch Spinoza.

Nos enseñaron que en el deporte existe un “mejor absoluto”, como si cada equipo o cada persona que lo conforma no contara con capacidades especiales que a su vez son complementadas por cualidades externas, como si no hubiera altibajos en el transcurso de sus carreras, como si los tiempos no cambiaran.

Nos han hecho creer que tenemos que estar por encima de los demás, sea como sea, que debemos ser los primeros en pisotear a cualquiera en caso de un triunfo, porque creemos que la vida es solo ganar o perder, no nos damos cuenta lo miserables que estamos siendo, porque aquí lo que importa es alimentar nuestro complejo de superioridad y no hay lugar para apreciar las virtudes de los demás, y  que se puede ser feliz por los logros del otro.

Hay que autoevaluarse, reconocer que lo viral no es precisamente lo que nos garantiza una educación sana, luchar por una sociedad menos desinformada, y convencerse que el uso de la lógica y de las ganas de evidenciar lo que es mentira y lo que no, es lo único con lo que podemos obtener un cambio que haga conciencia, que haga ver que si hay competencia no se intoxique ni se disfrace con convicciones innecesarias.

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