
Por Henry Huertas
Espíritu del agua, espíritu burlón
Tengo abrirte mi corazón
Espíritu del agua, espíritu burlón.
“Mohana”, Totó la Momposina
Tiempos de La Marquesita
De los criollos playoneros
Del espanto, del estero
Del tigre de la montaña.
Porro “El Centauro”, Leonardo Gamarra
Primero fue el Mito
Un mundo desencantado como el actual ha hecho que la palabra mito pierda su significación originaria de sacralidad, ya que los mitos han sido ingredientes primordiales de todas las religiones del mundo, de manera que hoy su significación está cada vez más distante de su origen y por ende, han surgido nuevas acepciones, como fábula, invención, ficción, ilusión y mentira, entre otras, enmarcadas todas en la irrealidad.
Se resalta que el mito ha estado históricamente relacionado con sociedades consideradas como primitivas, atrasadas o culturalmente alejadas en el tiempo en el mundo moderno occidental. Por consiguiente, hoy no sería creíble contar historias a través de las ficciones que construyen los mitos, pues resultarían totalmente inverosímiles para cualquier persona.
Gracias a las investigaciones antropológicas, el mito ha tomado nuevas significaciones que han permitido entender su importancia, especialmente en las maneras de explicar y entender el basto universo de las sociedades primitivas y sus continuidades en el tiempo. De acuerdo con Mircea Eliade (1991), el mito es una “historia verdadera”, y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa. En este orden de ideas, enfatiza que: (…) el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los “comienzos”. Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia […] Es, pues, siempre el relato de una “creación”: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser.
Esta perspectiva de mito de Eliade permite analizar dos narraciones mitológicas que han estado presentes y articuladas al devenir histórico de la subregión Mojana. La primera quizá no se toma como exclusiva de la subregión, como es el mito de la Mojana. El nombre es muy popular por ser el de un río, de la subregión y también de la narración que es ampliamente conocida, pero en la versión masculina del Mohán. Puede considerarse como patrimonio nacional en el sentido de que hay narraciones de la Mojana en diferentes regiones del país, especialmente, en poblaciones ribereñas del Magdalena y el Cauca. Sin embargo, a pesar de darle nombre a la subregión no hay una fuerte identidad arraigada ni mucho menos conocimiento del origen y significaciones que este mito tiene con el manejo y adaptación de las condiciones geográficas, climáticas y ambientales de los asentamientos prehispánicos zenúes de la subregión de la Mojana.
El segundo mito, La Marquesita, se considera propio de la subregión de la Mojana y el San Jorge, pues en cada municipio de estas zonas hay versiones del mismo. La Marquesita fue inmortalizada en la obra de Gabriel García Márquez en el reportaje titulado La Marquesita de la Sierpe (1976) y luego en el cuento “Los funerales de la Mamá Grande” (1986). De este reportaje Dasso Saldívar (1997), estudioso de la obra de García Márquez, sostiene que se encuentran elementos claves para el desarrollo literario ulterior del escritor ya que ahí están “las vetas narrativas que lo conducirían a ‘Los funerales de la mamá grande’ y después a ‘Cien años de soledad’”. De manera que hay muchas similitudes entre La Marquesita de la Sierpe y “Los funerales de la Mamá Grande”. Dasso Saldívar (1997) muestra esta relación cuando menciona los modelos que toma García Márquez para la elaboración del cuento:
Así que la metáfora de la mamá Grande, concebida a mediados de1959, está sustentada sobre modelos dispersos en el tiempo y el espacio y su concesión sería el producto de una larga sedimentada reflexión. Como la tía mamá en la casa de los abuelos, como la Mamita Yunai en la zona bananera, como la María Amalia Sampayo de Álvarez en el Sucre de la juventud del escritor y como la Marquesita de la vecina Sierpe; así mandó y ordenó la vida nacional durante el siglo XIX (y parte de este) la aristocracia criolla, una aristocracia feudal y terrateniente hecha de distritos coloniales.
Indiscutiblemente, en el reportaje La Marquesita de la Sierpe se encuentran los ingredientes del realismo mágico, que no es más que contar hechos irreales como si hubiesen sido los más ciertos, ya que solo existen en el imaginario colectivo de las regiones. Esto resulta una epifanía para el nobel, quien se refiere a ello en una entrevista concedida a la revista El Manifiesto, citada por Cobo Borda (1995):
G.M: Es que es irreal. En el sentido de que no está comprobado, es decir, no son acontecimientos comprobados, sino contados como si fueran comprobados. Son cosas que se contaban con absoluta naturalidad. No sé si me explico […] es decir […] conozco la Sierpe, estuve en la Sierpe [sic], pero por supuesto no vi el ‘totumo de oro’ ni el ‘cocodrilo blanco’; ni nada de estas cosas. Pero era una realidad que vivía dentro de la conciencia de la gente; porque lo que te contaban no te cabía duda ninguna de que eso era así.
Lo anterior demuestra que el mito de la Marquesita ha tomado mayor relevancia, pues el reconocimiento que ha obtenido universalmente hizo que se consolidara como referente de identidad de las subregiones Mojana y San Jorge, en comparación con el mito de la Mojana, que se ha venido desdibujado paulatinamente en el tiempo y en la memoria colectiva de los rianocienagueros de la región.
Teniendo en cuenta a Eliade (1991), que considera al mito como historia sagrada y por tanto una “historia verdadera”, puesto que se refiere a “realidades”, se comprende claramente la relación entre el mito y realidad. Da luces para asumir que los mitos de la Mojana y La Marquesita describen acontecimientos históricos en cuanto a procesos de transformación que ha sufrido el territorio en aspectos económicos, ambientales y socioculturales que por mucho tiempo han estado ocultos y sin develarse por centrarse en la ficción y en el realismo mágico de las narraciones, lo que hace que se pierda de vista lo que subyace en ellos y lo que a
final de cuentas no permite comprender que los mitos son hechos reales y no solo ficciones.
Mohana, espíritu del agua

Algunos investigadores relacionan el nombre de Mojana con la tierra donde habita el Mohán, dios zenú de las aguas, que perversamente rapta a las mujeres vírgenes que suelen bañarse a orillas de ciénagas y caños y que con su feraz naturaleza y sus pedos ahuyenta a los aventureros que, buscándolo, llegan hasta su cueva (Ramírez del Valle & Rey Sinning, 1994). Otra versión menciona que la Mojana era la diosa de las aguas, “libidinosa, enrevesada y fértil» esposa del Mohán, con características similares en su actuar a su marido (Ramírez del Valle, 2013).
Como se observa es poca la información que se tiene del mito de la Mojana. Algunos la identifican como la diosa de las aguas del universo zenú, pero para la mayoría es solo un espanto que ahuyenta a los hombres de las agua de los ríos, caños y ciénagas, pues ahí pueden ser raptados y desaparecidos. De esta forma hace que los hombres se alejen de lo que verdaderamente son, hombres anfibios. En el plano simbólico pareciese que al mito de la Mojana lo hubiesen trastocado, porque en vez representar la importancia del agua en la subregión –en este caso, a través de la creencia en una diosa-, lo han direccionado hacia el espanto y miedo a ella, por lo que el agua deja de apreciarse como la esencia de la vida para convertirse en el terror de los hombres.
De manera que este cambio de percepción y perspectiva del mito ha hecho que el agua no se vea como una fuente potencial para la subregión sino como obstáculo. Esto ha ido produciendo cambios en la relación de los mojaneros con el agua, teniendo en cuenta que cada vez más las ciénagas, caños y zapales están desapareciendo del territorio debido al cambio del uso de suelo por la ganadería y la expansión del monocultivo del arroz. Por consiguiente, las actividades que antes estaban asociadas al agua, como la pesca y caza de subsistencia, están despareciendo cada vez más rápido.
Es claro que el mito de la Mojana tiene sus orígenes en la cultura zenú, pues nace en su territorio y con una relación fuerte marcada con el agua. Esta civilización se asentó y desarrolló en el extenso plano inundable del sur de las llanuras del Caribe, formado por un delta interior donde convergen los caudales de Magdalena, el Cauca y el San Jorge. En marzo o abril los caños corren hacia al sur en el bajo San Jorge y el norte al Magdalena para salir al mar, pero es hasta diciembre, tras ocho meses de permanecer las aguas cubriendo el territorio, cuando empiezan a buscar su salida definitiva por el norte, lo que causa tres meses de sequía (Plazas & Falchetti, Ana María, 1981). Este territorio estuvo densamente poblado en tiempos prehispánicos por los zenúes y sus antecesores, que construyeron una compleja red de canales artificiales en una extensión de más de 500.000 hectáreas de tierras cenagosas (Plazas C., Falchetti, Van der Hammen, & Botero, 1988).
Los zenúes se organizaron en tres grandes divisiones: los finzenúes, concentrados en el valle del río Sinú; los panzenúes, en la cuenca de río Jegú (Xegú), que los españoles bautizaron San Jorge, y los zenúfanas, en el bajo Cauca y Nechí, que eran ricos en minas de oro. Todos estaban unidos por relaciones de parentesco y actividades económicas complementarias. El oro venía de Zenúfana, de tierras que en parte hoy integran al departamento de Antioquia. Los mejores artífices y fundidores se encontraban en Finzenú, a orillas de río Sinú, y también en Panzenú, sobre el río San Jorge, y fueron los orfebres de estos dos cacicazgos (Del Castillo, 1994).
Es precisamente en el plano inundable del territorio zenú donde empieza a incubarse la cultura anfibia. En la relación triádica entre territorio, población y economía se urde esta cultura (Huertas, 2006) que ha sido descrita y no conceptuada por Striffler (1958), quien muestra la interacción constante del hombre con su entorno común: el agua, que le sirve de despensa natural surtiéndole de peces para su alimentación y también como medio de comunicación y le da espacio a la tierra para las actividades agrícolas y pecuarias. De manera que “los hombres que viven cerca del agua son alternativamente, pescadores, bogas, vaqueros y agricultores” (Striffler, 1958).
Sin embargo, es de las nuevas observaciones y descripciones del territorio de lo que se vale Orlando Fals Borda (1984) para conceptualizar la cultura anfibia”, que es: (..) aquella producida por los versátiles habitantes de laderas, caseríos, y pueblos de los ríos, ciénagas, caños playones y bosques de la depresión, aquellos que combinan estacionalmente la explotación agrícola, pecuaria y selvática con la fluvial y pesquera en el mismo hábitat o territorio.
La cultura anfibia del universo zenú se ha caracterizado por rasgos y valores como la multifuncionalidad, que es la capacidad de combinar diferentes tipos de actividades productivas y de vida, que van desde la pesca y caza, pasando por las agrícolas hasta las artesanales como la cerámica y la orfebrería. Esto ha hecho que los hombres anfibios o hicoteas tengan una personalidad multifacética y activista, que a pesar de la adversidad e incertidumbre de las circunstancias materiales del medio ambiente, logran sobrevivir, conservar y recrear sus condiciones de vida y sus valores culturales.
La capacidad de adaptación del rianocienaguero se da frente a los cambios de circunstancias y contextos sociales, culturales y ambientales. La sostenibilidad tiene que ver con su capacidad cultural para desarrollar formas de vida armónicas con el ambiente con el fin de proteger y conservar los recursos naturales. Finalmente, el predominio de relaciones sociales y culturales basadas en la confianza y la solidaridad son aspectos que constituyen una mayor riqueza social de la época (Ortiz, Pérez, & Muñoz, 2007).
Queda claro que la Mojana es un mito prehispánico asociado a la cultura anfibia zenú, entre tanto, el mito de La Marquesita surge en otro momento histórico del territorio, cuando acontece la ocupación y poblamiento español en el bajo río San Jorge y la Mojana, a través de instituciones económicas como encomiendas, mercedes de tierra y haciendas ganaderas esclavistas.
Los tiempos de La Marquesita

El contexto histórico donde surge el mito de la Marquesita se sitúa después de la conquista del pueblo zenú. Luego de someter a la población indígena mediante la violencia y el engaño, el interés de los españoles se concentró en ejercer control estable con el objetivo de enriquecerse rápidamente a través de la explotación de la mano de obra en la extracción del oro. Una vez agotada gran parte de la riqueza aurífera acumulada, se implantó la encomienda, sistema que obligaba a pagar un tributo al encomendero, lo que fue fatal para las poblaciones indígenas, que se disminuyeron de forma paulatina, con agravantes como epidemias y la violencia de los españoles (Méisel Roca, 1998).
El régimen de la encomienda estuvo vigente en la región Caribe entre 1540 y Pedro de Heredia inició la repartición de tierras entre los vecinos españoles. Las primeras se entregaron en Mompox a través de 35 encomiendas, luego continuaron en Cartagena y Tolú a finales de 1541, por lo que este sistema se convirtió en la principal fuente de ingresos para los españoles que poblaron la Provincia de Cartagena.
La destrucción atroz de la población indígena ocurrida en el siglo XVI produjo una crisis en el suministro de alimentos que se agravó a finales de ese siglo. La población que quedaba no alcanzaba a producir lo suficiente para satisfacer la demanda de productos agrícolas de Cartagena. Esta razón incentivó a los españoles a acaparar vastas extensiones de tierra a través de los mecanismos legales que establecía la corona española, como la merced de tierra, y a traer esclavos negros para reemplazar la casi exterminada mano de obra indígena. De esta forma se empezaron a establecer las estancias y los hatos con mano de obra esclava, que luego sería reemplazada por mestizos (Méisel Roca, 1998).
Las mercedes de tierra jugaron un papel esencial para el desarrollo de la ganadería en el Caribe colombiano, especialmente, en las sabanas, en bajo del río San Jorge y en la Mojana por tener tierras aptas para la ganadería de trashumancia. Sobre la importancia de la hacienda ganadera en estas regiones “(…) fue la más generalizada. Esta hacienda utilizaba pocos esclavos, pues su tecnología era rudimentaria, predominaba la utilización de grandes extensiones de tierras y la trashumancia durante el verano. En el siglo XVIII la hacienda ganadera “típica” tenía una gran extensión de territorio donde pastaba un ganado semisalvaje. El principal problema que afrontaba era que, en verano, el pasto moría rápidamente, pues se trataba de praderas naturales, razón por el cual el ganado tenía que ser trasladado a tierras bajas y cenagosas”. (Méisel Roca, 1998)
Del mismo modo en que las mercedes de tierra propiciaron el desarrollo de la hacienda ganadera, asimismo, la formación de grandes latifundios en la Depresión Momposina. Orlando Fals Borda (1989) afirma:
Con la modalidad legal de las mercedes de tierras concedidas por el cabildo, gobernadores, oidores y audiencia – con la firma del rey – nació en Colombia la propiedad territorial […] El exterminio de los indios facilitó este proceso legal en la depresión momposina, ya que los nuevos propietarios pudieron aducir, como lo exigían las leyes, que la tierra pedida en merced había quedado ‘vaca’ (vacía).
Es precisamente en este momento histórico, en el que la ganadería se introdujo al bajo San Jorge y La Mojana y el latifundio se extendió en el territorio a través de las haciendas ganaderas esclavistas, cuando surge el mito de La Marquesita. La primera versión registrada es la de Striffler (1958), quien de inmediato ofreció una explicación racionalizada de cómo habían podido ocurrir en realidad estos hechos; describiendo el estado de la mentalidad de sus narradores y calificándolos implícitamente de primitivos o salvajes “(…) se ha conservado el lejano recuerdo de una doña Isabel Madariaga, que vivió algún tiempo en la hacienda principal y emprendió después un viaje muy lejos, del cual no volvió. Hay mil versiones respecto a esta desaparición. La imaginación del negro gira siempre sobre cosas sobre naturales; según decían ellos, la extraordinaria multiplicación de las vacas de doña Isabel provenía de un pacto con el diablo”.
Striffler (1958) notó la existencia de varias versiones sobre este mito, por tal razón afirmó que “cada uno compuso a su antojo la parte final de la historia de la pobre señora”. Es así que en muchas partes del territorio del bajo San Jorge y la Mojana se encuentran muchas versiones del mismo mito, donde las variantes son pocas y solo el nombre de la marquesita es cambiado: Isabel Madariaga (Striffler, 1958), Ángela Susana de la Sierpe y Guevara (Álvarez, 2017) y María Amalia Sampayo de Álvarez (Saldivar, 1997), pero en general, es el mismo mito.
Los datos históricos corroboran la existencia de marqueses con inmensas propiedades en el territorio, producto de herencias y de mercedes de tierra otorgadas. Juan Bautista de Mier y la Torre, marqués de Santa Coa y conde de Santa Cruz de la Torre, tenían grandes extensiones de tierra en el bajo río San Jorge y La Mojana. Entre los herederos del marquesado de Santa Coa hay una marquesa con una historia que bien cumple con detalles propios de La Marquesita y que con el tiempo y los correveidiles se fue transformando de modo que terminó convertida en mito.
El marquesado de Torre Hoyos tiene el mejor partido momposino en su hija doña María Isabel, sin una gota de sangre fuera de su alcurnia. Doña María Isabel contrae nupcias con don Mateo de Espalsa y Santa Cruz, subdecano del Real Colegio Universidad, heredero del título. En 1816, doña María Isabel enviuda y queda joven y rica. Al paso de las tropas de la reconquista olvida la vanidad de su abolengo y se enloquece de amor por un oficial español. Con permanentes regalos de frutos y ganados de sus haciendas, la marquesa festeja al ejército del General Morillo. El corazón de doña María Isabel supera la mojigatería de esa sociedad provinciana y reclama en matrimonio al capitán Juan Antonio Imbrech (Noguera, 1979).
Otro aspecto importante de resaltar en el mito de La Marquesita es cómo se construyó el paisaje del territorio del bajo río Jorge y de La Mojana después de su muerte en el mito, en donde claramente evidencia que es el ganado con sus pezuñas el que va crear las ciénagas, caños y zapales.
Cuando falleció la Marquesita, se arremolinaron los ganados y las bestias emprendieron fuga (…) hacia las cumbres del “Corcovado”, donde la imaginación palúdica de los moradores del hato ubicó los millares cornúpetos, que al fugarse de sus pegujales abrieron el cauce del caño “Carate”, tributario del río San Jorge. (Percy Vivero, 1942).
La versión mojanera del mito La Marquesita cuenta: era tanto su ganado que con su movilización transformó el relieve, formando caños, quebradas, zápales y ciénagas, como la Quitasó, el Bajo Pureza y la quebrada de la sangre (…) El día de su muerte hubo tormentas con truenos, ráfagas de fuego, se eclipsó el sol y se formó la ciénaga de la Sierpe con el girar de sus ganados al rededor de su mansión. (Secretaría de Educación Departamento de Sucre, 1992).
Por consiguiente, la ganadería queda siendo bien vista en el territorio en donde el agua es su principal componente y de cierta forma evita cualquier tipo de resistencia. Esto ayudó a que el mito de La Marquesita se convirtiera en un referente de identidad colectiva en el bajo del río San Jorge y La Mojana, producto de la transición en el cambio de uso del suelo que se produjo en el territorio; de un modelo anfibio sostenible zenú de adaptación a condiciones geográficas, climáticas y ambientales a uno totalmente opuesto, marcado por un modelo económico utilitarista y sin límites en el uso de los recursos naturales, que pone en riesgo la milenaria cultura anfibia asentada en las subregiones.
Coda: diálogo entre la Mojana y La Marquesita
Hoy, cuando los discursos económicos, ambientales, políticos y sociales se detienen para reflexionar y mirar las sendas andadas, urge también que se realice en los territorios este ejercicio de reflexión, pues la incertidumbre del futuro lo exige. Los problemas de las subregiones San Jorge y Mojana en el departamento Sucre apremian; los de carácter socioambiental asociados al cambio de uso del suelo, pérdidas de humedales y de biodiversidad y la contaminación de agua por metales pesados, entre otros, obligan a que la Mohana y La Marquesita dialoguen para encontrar soluciones ambientales y sociales que generen una transición socioecológica sostenible y así enfrentar el panorama incierto que advierte el cambio climático.
Este ensayo fue seleccionado en la convocatoria ConfinArtes 2020 del Fondo Mixto de Promoción de la Cultura y las Artes de Sucre y hace parte del libro digital «Travesía por la Sucreñidad; 15 textos para viajar por Sucre sin salir de casa«
Trabajos Citados
Álvarez, I. (2017). El País de las aguas. Bogotá: Erikaletra.
Cobo Borda, J. (1995). Repertorio crítico de Gabriel García Márquez. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
Del Castillo, N. (1994). Población aborigen y conquista 1498-1540. En A. (Meisel Roca, Historia Económica y Social del Caribe Colombiano. Bogotá: Uninorte.
Eliade, M. (1991). Mito y realidad. Barcelona: Editorial Labor S.A.
Fals Borda, O. (1979). Historia doble de la costa. Mompox y Loba. Bogotá: Carlos Valencia Editores.
Fals Borda, O. (1984). Historia doble de la Costa. Resistencia en el San Jorge. Bogotá: Carlos Valencia Editores.
García Márquez, G. (1976). Crónicas y reportajes. Bogotá: Biblioteca Colombiana de Cultura.
García Márquez, G. (1986). Todos los cuentos. Bogotá: Oveja Negra.
Huertas, H. (2007). San Marcos del Carate. Historia social de un pueblo anfibio. Medellín: Lealon.
Méisel Roca, A. (1998). Esclavitud, mestizaje y hacienda en la provincia de Cartagena 1.533-1.851. En G. Bell Lemus, El Caribe Colombiano. Barranquilla: Uninorte.
Noguera, A. (1979). Episodios Históricos de Mompox: Dos Condes y cuatro Marqueses. Boletín Cultura y Bibliográfico Vol. 16. N°798.
Ortiz, C., Pérez, M., & Muñoz, L. (2007). Los cambios institucionales y el conflicto ambiental. El caso de los valles del río Sinú y San Jorge. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.
Percy Vivero, C. (1942). Leyendas olvidadas: Llanuras y Marquesado. Río San Jorge Vol. 1.
Plazas, C., & Falchetti, Ana María. (1981). Asentamientos Prehispánicos en el bajo río San Jorge. Bogotá: Litografía Arco.
Plazas, C., Falchetti, A. M., Van der Hammen, T., & Botero, P. (1988). Cambios ambientales y desarrollo cultural en el bajo rio San Jorge. Boletín Museo Del Oro, (20), 55-88.
Ramirez del Valle, B. (2013). Mohanpó, la cuna de la Sierra. Serie País caribe, 1- 16.
Ramirez del Valle, B., & Rey Sinning, E. (1994). La Mojana. Poblamiento, producción y conflicto social. Cartagena: Costa Norte Editores.
Saldivar, D. (1997). Viaje a la semilla. Bogotá: Alfaguara.
Secretaría de educación Departamento de Sucre. (1992). La Mojana Cartilla de alfabetización. Sincelejo: Talleres de impresos del Caribe.
Striffler, L. (1958). Río San Jorge. Monteria.