El caso de la congresista escandalizó al país, pero no solo por ella, sino por la cultura de politiquería que sigue proyectando la capital del Atlántico.
Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa
Con apoyo de La Silla Vacía – www.lasillavacia.com/silla-caribe
¿Que Aída Merlano compraba votos? Eso no es noticia. ¿Que la Justicia esta vez sí actuó sobre ella? Eso sí lo es, sobre todo porque para estas elecciones ella figuraba como el supuesto símbolo de alianza entre las casas políticas Gerlein y Char. Es decir, se cayó delante de todos una ficha del ajedrez que no patea cualquiera.
Pocos días antes de las elecciones de 2014, cuando Aída Merlano resultó elegida como Representante a la Cámara, esa misma sede que la Fiscalía allanó este domingo fue también noticia por un atraco millonario relacionado con la congresista. Y sin embargo, la Justicia esa vez ni siquiera preguntó qué hacía tanto dinero en una sede política. Es decir, plata por montones se movía desde hace tiempo en esa ‘Casa Blanca’, y masas de gentes estaban ya acostumbradas a hacer fila cada cuatro años para participar de manera evidente y descarada de eso que ahora la Justicia y la opinión local y nacional ve como una fuerte sorpresa de la corrupción electoral.
Pero no es solo Aída Merlano la que está convirtiendo a Barranquilla desde hace años en un lugar dantesco donde la corrupción camina elegante y con cuello blanco mientras a su alrededor el mundo se cae a pedazos. En la capital del Atlántico muchas figuras políticas se muestran y se expresan como incólumes líderes de progreso y bienestar para todos, siendo que por debajo de cuerda aplican, promueven y se benefician igual que Aída Merlano de la compra de votos, del constreñmiento al elector, del fraude, del clientelismo y de todos los males que puedan salir de esa caja de Pandora.
Y, al mismo ritmo, muchos ciudadanos, por inconsciencia, por ignorancia, por ingenuidad, por miedo o por lo que sea, se han unido a la danza de plata y poder mal habidos sin poner en la balanza principios, valores, moral, ética ni mucho menos solidaridad y amor propio.
Porque esto es distinto a la gratitud, que nace como respuesta a una acción de servicio recibida y que no se alimenta de prebendas ni de intereses.
Lo otro es interés puro, poder puro, miedo puro, ego puro.
Por supuesto que es sano que la Justicia encuentre pruebas y razones suficientes para investigar y actuar sobre al menos uno de los tantos personajes de la corrupción local. Ojalá sucediera en el plano nacional también. Y se vuelve esta noticia una buena oportunidad para que todas las filas se muevan a seguir limpiando el sucio evidente. Así como también a todos nos toca empezar a aportar mejor con nuestra propia escoba, limpiando la manera en que nos movemos en política, dejando de vender el voto, dejando la supuesta disciplina de que votamos por quien nos ha dado un contrato, un puesto o una gestión de influencia, como si no tuviéramos el talento y la voluntad suficientes para lograr con honestidad un mejor presente para nuestras vidas y para beneficio de los demás. ¿O es que nos sentimos todos como una ficha de ajedrez?
La relación que hay entre la manera de hacer votos de Aída Merlano con otros políticos, no es una opinión. No. De hecho, no es gratuita la cantidad de plata que manejaba la congresista a nombre suyo y de las casas políticas que la respaldaban. Están surgiendo evidencias de que hoy en día en Barranquilla son raras excepciones quienes no compran votos o quienes no usan sus posiciones públicas y privadas para presionar al elector. En muy poco difieren en este caso la gravedad de la compraventa del voto con la del intercambio de bienes y servicios por el voto, y ambas prácticas politiqueras, que suelen llamarse ‘maquinarias’, se configuran como delito en la medida en que no hay una elección libre de candidatos.
Por ejemplo, a La Cháchara y otros medios periodísticos están llegando estos días decenas de testimonios de empleados del sector público y privado de la ciudad que describen cómo durante estos meses electorales los fueron reuniendo Secretaría por Secretaría, oficina por oficina, empresa por empresa, barrio por barrio, calle por calle, para presionarlos a que recogieran decenas de firmas y después votos en favor de los candidatos que los «jefes» de cada quién dijera, a cambio de mantenerle el puesto, ascenderlos o conseguirle trabajo a un familiar. ¿No es esa presión un delito e incluso una violación a derechos fundamentales?
Los empleados públicos y privados incluso nos piden que no revelemos sus nombres como fuente, precisamente por el miedo que les produce denunciar sus casos.
Con realidades como esa, uno se pregunta, por ejemplo: ¿Si Barranquilla y el Atlántico tienen a Alejandro Char y a Eduardo Verano como los dirigentes con mejores índices de aceptación de Colombia, por qué oficinas de la Alcaldía y de la Gobernación se tendrían que prestar para obligar a sus empleados y contratistas a conseguir votos? ¿Acaso el talento y voluntad de esos líderes y de los que ahora resultaron electos al Congreso en representación de Barranquilla no bastan para que se irradie desde ellos mismos la confianza y el respaldo necesarios para que el voto de la gente sea limpio, y no bajo presión?
Para las personas que dependen laboral o económicamente de los candidatos políticos y de sus maquinarias que ganaron el domingo, a leguas se ve que esa victoria no fue un triunfo de ilusión propia, sino un alivio forzado y temeroso que no vale nada ni aporta nada en la construcción de una mejor sociedad.
Si uno va haciendo esa pregunta oficina por oficina, entidad por entidad, empresa por empresa, calle por calle, va viendo cómo en el fondo Barranquilla va pareciéndose en verdad a sus Aída Merlano, y no tanto a lo que la ciudad quisiera parecerse. Porque una sociedad, como cada persona, no es lo que su maquillaje muestre, sino lo que su alma contiene. ¿Qué contiene la nuestra?
Para la muestra, un tuit:
Hilo desde Soledad (Atlántico): Fuimos testigos de la compra de votos de dos candidatos de Cambio Radical. pic.twitter.com/E8556sgQJX
— La Silla Vacía (@lasillaenvivo) 11 de marzo de 2018