Dijeron que no sabían si se sentían mejor con personas conocidas o con desconocidas. ¿Cómo se siente una cucaracha en un cuarto con humanos?
Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa
«¿Será que uno es más libre y sincero al comunicarse con personas desconocidas, que con personas a las que uno conoce?». Esta pregunta la hizo hace pocos días una señora en una terapia grupal de danza y meditación. Yo estaba presente cuando hizo la pregunta y comprendí que su inquietud estaba influenciada por la integración que se había generado esa noche en el grupo, a pesar de que casi todos los que allí estábamos nos acabábamos de conocer durante la terapia. Ella se sentía cómoda, comprendida, en confianza, y eso le generó dudas respecto de otros escenarios en los que personas conocidas no le hacían sentir así
Al día siguiente, como si fuera una historia que debiera continuar, otra persona en un escenario distinto hizo una pregunta similar. Fue en Facebook, una persona a la que podría decir que conozco pero en realidad debo decir que no pasa de ser un buen contacto. Ella posteó: «¿Hasta qué punto le permitimos a una persona que tenga el poder de subirte o destruirte con una pregunta? Con una frase…con palabras. ¿Será que es más fácil cuando la persona es desconocida?».
Por el encuentro coincidente de esos dos interrogantes tomé la decisión de escribir sobre el tema, que versa sobre las relaciones humanas y que siento que lleva ideas profundas de libertad, amor y miedos.
La sensación de libertad la producen en este caso las personas desconocidas; pero, al mismo tiempo, puede surgir el miedo que genera eso desconocido, la incertidumbre. No olvidemos que las personas que conocemos también tienen para nosotros sensación de libertad y confianza, como reza el refrán: es mejor malo conocido que bueno por conocer.
El amor también está en las preguntas que hicieron esas personas porque cuando lo conocido o lo desconocido pasan el filtro de nuestra alma, tenemos la oportunidad de decidir cómo actuar ante las sensaciones que tenemos respecto de las personas, de las cosas, del universo. Por lo menos eso parece suceder en este plano de cuerpo y mente en el que nos encontramos.
Nuestros estados de ánimo, de salud, nuestra memoria, nuestras sensaciones, hacen que las personas seamos desconocidas siempre. Empezando por lo que creemos saber de nosotros mismos. Es decir, una mañana podemos despertar e impresionarnos de lo distinto que tenemos el humor, el conocimento, el cuerpo, el corazón. Gregorio Samsa, el célebre personaje de la novela La Metamorfosis, una mañana despertó en su habitación convertido en una cucaracha. ¿O sintiéndose como una? Habría que preguntarle a Franz Kafka, el autor de esa historia.
Las preguntas que nos hacen las personas, conocidas o desconocidas, las recibimos influenciados por la memoria emocional que tenemos de dicha persona, que se convierte en expectativa. «Esta persona suele hablarme así», pensamos-sentimos. Pero puede que ese día esa persona no sea lo que esperábamos. O que los distintos seamos nosotros.
Sócrates decía -según nos narra Platón en el Diálogo de Teeteto- que una persona puede ser alguien distinto en sí mismo según el estado en que su cuerpo y su mente se encuentren. Si una persona está enferma, por ejemplo, sentirá las cosas de una manera diferente a cuando está sana, y así reaccionará. El ejemplo práctico que pone el filósofo es el de un hombre que toma vino con deleite, pero al enfermarse no lo quiere ni oler porque le provoca una sensación desagradable.
Pienso que si los seres humanos naciéramos solos en el universo, es decir, tú por allá, yo por acá, ni siquiera sabríamos que existimos, no tendríamos relación clara de qué es lo conocido o lo desconocido. Ni tendríamos la incertidumbre o la incomodidad que tuvo Gregorio Samsa, quien sabiéndose ser humano despertó un día en su habitación convertido en una aterrada cucaracha.