
Por Jorge Guebely
Las élites colombianas nos aterrorizan con el desastre venezolano. Disfrazadas de justas y seguras, nos previenen de caer en la misma hecatombe.
Solo estrategia electoral. Colombia y Venezuela padecen desde siempre un mismo destino, semejan dos gotas. Allá, en los 50 del siglo XX tuvieron su dictador, Marco Pérez Jiménez; acá tuvimos nuestro Gustavo Rojas Pinilla.
Al final de la dictadura, allá implementaron el sistema de Punto Fijo. Maniobra para repartirse el gobierno en forma alternada entre dos élites, AD y COPEI, organizaciones políticas corruptas, excluyentes y codiciosas. Acá tuvimos el Frente Nacional, dos banderas similares, liberal y conservadora, alternándose los gobiernos.
Allá como acá, las élites se ceban incrustadas en el Estado chupando presupuesto. Voracidad insaciable, origen de hondas desigualdades y horribles miserias.
Tuvieron el boom petrolero, década de los 70. Millones de colombianos se desplazaron hacia allá huyendo de acá. Cuando las élites devoraron esa riqueza, fomentaron la penuria popular y el madurismo la empeoró, entonces regresaron los compatriotas junto a millones de desplazados. Montoneras de venezolanos huyendo de la miseria humana de sus políticos a un país donde esa miseria es patrimonio histórico de nuestras élites. Hoy, por esa misma miseria, millones de venezolanos y colombianos cruzan el Darién hacia Estados Unidos donde poco los quieren.
Allá, ante el exceso de pauperización, surgió el caracazo. Carlos Andrés Pérez soltó el ejército, asesinaron a muchos manifestantes por pedir pan y justicia. Nunca supieron el número de asesinados. Acá, por la misma razón, tampoco lo hemos sabido: son 6402 y muchísimos más. Tanto a las élites tradicionales de allá como las de acá los posee un espíritu asesino.
Un mismo infierno para dos pueblos hermanos. Ambos, víctimas de una misma raza de élites. Casi sin ninguna diferencia, excepto una: allá apareció Chávez, la catástrofe de la dictadura. Todavía en Colombia ningún Maduro se perfila a la vista, pero condiciones objetivas sí existen.
Ya se oyen voces populares invocando a los bukeles nacionales. Desconocen el desastre humano de unos y otros. El cáncer depreda desde el pulmón derecho o izquierdo, o desde el centro. La política distorsionada actúa como un cáncer.
Ningún sentido humano oscilar entre dictaduras corrompidas y democracias delincuenciales. Ambas construyen pobreza, el alimento predilecto del poder económico y político. No les importa el ser humano, solo el poder.
Por eso, aterrorizan con la venezualización porque: «El terrorismo de estado es una forma de violencia, se utiliza para mantener el poder y el control sobre la población, y se disfraza de justicia y seguridad.», según Naomi Klein.