La pregunta se hace en cada temporada: ¿Los festivales de jazz en Colombia son en verdad de jazz o un salpicón musical para el hígado de las masas?
Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa
«En Mompox ni siquiera se contentan con llevar vallenateros al festival de jazz, sino que todo lo hacen con las arcas de la gobernación de Bolívar para diversión de las oligarquías de Cartagena», dijo este viernes un periodista durante la rueda de prensa del Barranquijazz 2018. Una voz le secundó: «No solo a los ricos de Cartagena, sino a los de toda Colombia».
Esta conversación ocurrió y la mirada se pasó de inmediato para el ombligo de Barranquilla, porque en la capital del Atlántico la polémica también es anual y con la misma pregunta, de si los artistas que vienen son de jazz o de otros géneros.
El director y fundador del Barranquijazz, Samuel Minski, expuso la cartelera del Festival que se realizará del 12 al 16 de septiembre, y resaltó la bandera con el Houston Person Quartet, de los Estados Unidos.
Minski destacó que en cada día del Barranquijazz figuran representantes del género a nivel internacional y nacional, como Benny Green (Nueva York, EU) y el colombiano Antonio Arnedo.
Pero no había terminado la lluvia del viernes cuando Adlai Stevenson, avezado periodista cultural y melómano de quilates que conoce las entrañas del Barranquijazz porque trabajó en su organización varios años, agitó la polémica de siempre preguntando con sarcasmo: «¿El jazz es el eje del Barranquijazz?… (Pablo) Milanés es jazzista. Sara Tabares también. Ni se diga de esos grandes cantantes de jazz como Ismael Miranda, Olivera y Ray de la Paz».
En este punto cabe recordar que esa misma pregunta que se hace en cada temporada de Jazz en Colombia aplica también para todos los demás festivales musicales, que suelen mezclar chicha con limonada con la intención de atraer público con los géneros masivos y los artistas de moda. En el Festival de la Leyenda Vallenata hemos visto, por ejemplo, el ‘espectáculo’ de Daddy Yankee, el esqueleto salsero de Marc Anthony, a Ricky Martín y al merenguero Juan Luis Guerra. Y si seguimos revisando festival por festival, como el del ‘pito atravesao’ en Morroa, Sucre, o el de gaitas en San Jacinto, Bolívar, entenderemos porqué Farid Ortíz se ganó su título de ‘el rey de los pueblos’ sin importar si su presencia rompía con la tradición de cada género.
«No considero que sea necesario mezclar artistas de otros géneros para formar públicos en el jazz. Y bajo la mampara de un festival de jazz no pueden patrocinarse apoyos al folclor musical que deben tener sus propios espacios representativos tal como ocurre en el Petronio Álvarez, cuya buena fama se debe precisamente a su especialización regional Sonora. Al contrario, creo que mezclar las cosas es peor. ¿En qué se benefició el jazz cuando trajeron a Rosario Flores o a Armando Manzanero?», pregunta Adlai Stevenson quien no obstante elaboró para La Cháchara su propio Top de los que considera son los mayores aciertos de artistas que ha traído Barranquijazz. «Los mejores han sido Ahmad Jamal, el excelso bajista Ron Carter y el pianista Cedar Walton. También están Chick Corea, Mulgrew Miller y Al McKibbon. Podría incluir a otros, sobre todo del Latin Jazz, los grandes de Cuba como Chucho Valdez, pero elijo a esos del jazz, jazz».
Otro de los aspectos de indudable mérito del Barranquijazz es haber traído el repertorio completo de orquestas salseras como Spanish Harlem Orchestra, Bobby Valentin, Bailatino y Alfredo Naranjo y Guajeo. «Han venido completas, con todos sus integrantes y no los clasicos ‘ven tu para armar moñas de conciertos'», reconoce el investigador musical.
Samuel Minski hace balance y destaca que «en más de dos décadas nos ha tocado hacer público para el jazz en Barranquilla», sin olvidar que el género es parte de la historia de la ciudad con nombres prominentes, como la Atlántico Jazz Band de la que hizo parte el célebre hombre del Merecumbé, Pacho Galán. Pero el jazz, como muchos otros géneros que deleitaron a los barranquilleros en las primarias del siglo XX, fue desplazado a medida que ascendían el vallenato, la salsa y posteriormente el merengue. Ese declive del jazz en la ciudad causó que cuando Samuel Minski, Antonio Caballero y ‘Mingo’ De la Cruz decidieron crear el festival de jazz de Barranquilla, en 1997, más de uno los vio como un ‘trío de locos’, o de cuatro, considerando que el poeta Miguel Iriarte también está en la semilla del Barranquijazz.
Pero hoy la historia es otra, el Festival ya goza de un prestigio de ribetes nacionales e internacionales.
En ese camino de reconstruir plaza y volver a formar público para el jazz en nuestra capital se destacan las presentaciones denominadas ‘Barranquijazz a la calle’, en las que exponentes del género tocan al aire libre y de manera gratuita; las invitaciones especiales para comunidades vulnerables, entre las cuales figuran y conmueven las que se hacen a los ancianos del asilo San Antonio. Y este martes, previo a la inauguración, la agrupación Papayebrass Nueva Banda tocó en la estación Joe Arroyo del Transmetro, para disfrute de los usuarios y transeúntes.
Durante la rueda de prensa, Samuel Minski hizo reconocimiento de organizaciones que han aportado para el resurgir del jazz como género presente en la ciudad. Instituciones como La Cueva, que cada semana dedica una noche denominada ‘Miércoles de jazz’, coordinada por destacados músicos como Einer Escaf, Rodrigo Villalón, Israel Charris y Robbiro Márquez.
La Alianza Francesa organiza por lo menos dos conciertos de jazz al año. «La Fiesta de la música tiene su escenario para el jazz, que lo organizamos en conjunto con el Centro Cultural Cayena de Uninorte», dice Jorge Ferreira, gestor cultural de la Alianza Francesa de Barranquilla, organización que siempre aporta grupos para conciertos y eventos académicos para Barranquijazz y Atlantijazz.
Así mismo la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta, a través de la Biblioteca Piloto del Caribe, tiene en su agenda cultural de cada año presentaciones y eventos musicales dentro los cuales figuran destacados exponentes del jazz.
La alcaldía de Barranquilla también ha puesto lo suyo con las presentaciones gratuitas de ‘Jazz al parque’ y millonarias inversiones para adquirir instrumentos para la Escuela Distrital de Artes. A su vez, la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico hace su propio festival a nivel departamental, que es el Atlantijazz.
Es clave también la oferta de programación de jazz de la Uninorte FM Stereo y, un poco más reciente, de la Uniautonoma FM Stereo. Hablando de universidades, el Barranquijazz y la Universidad del Norte, con el apoyo de la Alcaldía de Barranquilla y de la Gobernación del Atlántico, brindaron el pasado 31 de agosto un majestuoso espectáculo de jazz, jazz, en el Gran Malecón del Río, con el Jazztet de la University of South Florida y el acompañamiento de artistas del programa de Música de la Uninorte, como abrebocas de lo que los organizadores del festival están haciendo para Barranquilla. Esa tarde, noche, el río y el jazz hicieron que la ciudad se pareciera más a Nueva Orleans. Fue tanta la paridad, la armonía, que un barco que emprendía su partida justo cuando tocaban los trombones decidió unirse a la música sonando sus sirenas.
De estos datos «sacan pecho» el secretario de Cultura de Barranquilla, ‘Juancho’ Jaramillo, y la secretaria de Cultura del Atlántico, María Teresa Fernández. «Lo que estamos haciendo con este trabajo en equipo es formar públicos y músicos más universales que hacen ciudad a través de las artes», expresó Jaramillo durante la rueda de prensa del Barranquijazz.
Se abre así el telón para una nueva temporada de jazz en la que el epicentro de la polémica esta vez no alcanza tanto al Barranquijazz. Minski y su equipo centraron el jazz en la agenda de cada día como baluartes del festival aunque brillen Sara Tavares y Pablo Milanés. Además de esta parte musical, el festival cuenta con los importantes respaldos del sector público y privado para construir su agenda, se sumaron medios periodísticos cada vez más abiertos a la diversidad cultural, y ya se cuenta con un público estimulado por la coyuntura de ciudad que quiere volver a contar con el arte como uno de sus pilares de identidad.
La hojarasca ahora mismo está es en Mompox, en esa bella isla del Magdalena donde los amantes del género se quedaron imaginando un río de luna con el deleite de sonoridades azules, y lo que escucharon fue un «¡Qué barbaro!… Nada que hacer, es un hit», de Silvestre Dangond.