
EL COMENTARIO DE ELIAS por Jorge Elías Guebely
¡Maravillosa especie humana! ¡Maravillosa su inteligencia! Ha creado tecnologías con insólitos niveles de elaboración. Ha fabricado robots ataviados con sorprendente inteligencia artificial, entes superiores a cualquier persona en materia de información.
Antropológicamente: máquinas sofisticadas para liberar a hombres y mujeres de la inhumana rutina, de la muerte diaria en las garras de la repetición intrascendente. Posibilidad de poderosos instantes de vida para ascender a las alturas de un auténtico ser humano. Liberación para iniciar el vuelo real.
Pero la codicia de los poderosos ha convertido el talento humano en maldición para los pobres. Incrustada en sus consciencias, ha poblado sus negocios con robots. Sus robots ensamblan vehículos en la industria automotriz, clasifican productos en Amazon, recogen fresas y tomates en la agricultura.
En Japón y China ofician de recepcionista en costosos hoteles conversando en todas las lenguas del mundo; en restaurantes, reemplazan a meseros; en salud, practican operaciones complejas, menos invasivas con mejores resultados. La empresa constructora, Sam 100 los utiliza para pegar ladrillos reduciendo el número de obreros, los bancos reemplazan empleados por cajeros automáticos.
La codicia de la elite se apropia mezquinamente de la tecnología únicamente para acrecentar beneficios económicos.
Nunca antes en la Historia, los pobres de la tierra enfrentaron tan enorme peligro como hoy. Ni vieron en la tecnología, en robots ataviados con la inteligencia artificial, el riesgo de desaparecer. Ni vivieron una revolución subrepticiamente mortal como la quinta revolución industrial.
Pero no son los robots los enemigos ni los depredadores de los pobres en el mundo. Lo son las elites codiciosas en su insaciable voracidad económica, sueltas en un mercado sin ley. Verdaderas enemigas de todas las especies, del planeta, de ellas mismas, por su patológico anhelo de acumulación.
Un rico codicioso resulta un peligro para la humanidad igual si estamos programados para creer lo contrario. No utilizará los robots para liberar al ser humano de su rutina mortal, lo hará para amontonar más dinero, para complacer mejor su anómala codicia.
Inquieta el futuro si no se logra humanizar a esa elite deshumanizada. Los pobres se tornarán en objetos innecesarios, “irrelevante” según Yuval Harari. Carecerán de importancia social. Ni siquiera servirán para los roles tradicionales: esclavos, explotados, siervos, obreros, empleados, habitantes de la calle… No servirán para nada o casi nada: no servirán para trabajar, los robots trabajarán por ellos; no servirán para el mercado, no ganarán dinero para consumir. “Los algoritmos podrían crear una clase inútil de humanos, desposeídos de valor económico y político.”, afirma Harari en su texto “Homo Deus”. Los pobres, por supuesto.