
Con la canción “Ciegos nosotros» ganó en la categoría canción inédita en el Festival de la Leyenda Vallenata en 2011.
Debajo del uniforme de médico de Adrían Villamizar Zapata se escondía un talentoso compositor vallenato. Sus canciones apuntan al corazón humano y reflejan, en gran medida, el amor por San Juan del Cesar Guajira, con la que lo unen profundos lazos afectivos, pese a que nació en Buenos Aires, Argentina.
Tan solo Adrián tenía tres meses de edad cuando sus padres, Jorge Villamizar y Evelina Zapata se trasladaron a Colombia radicándose en Santa Marta y luego en San Juan del Cesar donde, transcurrió allí gran parte de su niñez. La música siempre estuvo presente en su casa en esta etapa de su vida, dado que su padre, Jorge, fue un melómano que le gustaba la música tropical, el bolero, el tango y el vallenato, entre otros; lo que propició el acceso del niño Adrián a la música de Bovea y sus vallenatos, Alejandro Durán y los Corraleros de Majagual que su progenitor escuchaba con frecuencia.
La música vallenata se metió en lo más profundo del alma de Adrián, al ser testigo de las frecuentes parrandas en las que participaba su padre Jorge. En esa parrandas conoció a muchos personajes del mundo vallenato, entre ellos a Isaac Carrillo, Máximo Móvil y Hernando Marín quienes frecuentaban su casa.
A los cinco años de edad, la familia Villamizar Zapata regresa a Buenos Aires. Durante su estancia de cuatro años en Buenos Aires, el nuevo espacio familiar de Adrián continuó en un ambiente de música en el que se entremezclaban canciones de Lucho Bermúdez, Lisandro Meza, Alfredo Gutiérrez, Los Hermanos López, Palito Ortega y Sandro con música brasilera, argentina y paraguaya, esta última preferida por su madre, dada su ascendencia guaraní.
En ese contexto, Adrián tuvo su primer instrumento musical, un xilófono de metal en el que cada tecla tenía un color, un número, una letra, un animal y una nota musical distinta. Era como un “arco iris de colores” que hacía sonar con una baqueta de plástico, intentando acompañar los arpegios de la música paraguaya interpretados por el cubano Alfredo Rolando Ortiz; recuerda con especial alegría la canción “El Pájaro Campana¨, relata Ángel Massiris Cabeza.
En el año 1974, a sus casi nueve años de edad, el niño Adrián regresa con su padre a Valledupar, después de la prematura muerte de su madre ocurrida un año antes. Aunque dicho cambio desprende al niño de un espacio en el que ya estaba arraigado, le entusiasma la expectativa de una nueva vida y el retorno a la tierra que su mente infantil recordaba con alegría por sus ríos, paisajes, arenas y amigos.
Inicialmente, su interés por la música de sus primeros años pierde fuerza ante otras inclinaciones, en especial el fútbol. Sin embargo, su vena musical afloraba a través de exitosas presentaciones que durante sus estudios primarios realizó en los eventos culturales que organizaban en su colegio Ateneo del Rosario en Valledupar, institución donde ganó cuatro concursos cantando canciones de Camilo Sesto. Uno de los primeros en advertir esta vena musical fue Isaac «Tijito» Carrillo en el año 1975, quien le comunicó a su padre el buen canto y afinación que le veía al muchacho y le recomendó comprarle un acordeón, para llevarlo a donde los hermanos Granados que le enseñaran a tocarlo.
El padre le compró un acordeón de dos hileras y Hugo Carlos Granados le dio las primeras clases, intentando interpretar la tonada «Tiempos de cometas» que era la que en aquel momento más le gustaba. Entre los años 1976 y 1981, Adrián realiza sus estudios de bachillerato. Cinco de los seis años los realizó en la Institución Educativa Nacional Loperena. Su paso por el Loperena en Valledupar dejó una honda huella en el joven, así como amigos entrañables con quienes aún hoy mantiene estrechos vínculos.
Durante su estancia Adrián Villamizar en Argentina (1983-1985), para adelantar estudios de medicina de la Universidad de Buenos Aires, se unió a un grupo de colombianos, compañeros de estudios, con quienes se reunía en tiempos de descanso para realizar parrandas para mitigar la nostalgia que producía estar lejos de Colombia y de disfrutar de las noche de la luna sanjuanera.
Hacia el año 1984, uno de sus amigos de universitarios le dio las primeras lecciones de guitarra las que practicaba con la canción vallenata que para ese entonces era la que más le gustaba: Tiempos de cometas del compositor Freddy Molina, grabada doce años atrás por el cantautor Alfredo Gutiérrez. Hacia 1988, Adrián Villamizar Zapata suspende sus estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires, dura un año sin estudiar, dedicándose a trabajar en dos lugares en distintos turnos y jornadas y en diciembre de 1989 se traslada a Colombia para continuar sus estudios en la Universidad Libre.
La decisión ya estaba tomada, la idea musical ya existía solo faltaba algo en su alma para escribir la primera canción y ese algo ocurrió ya en desarrollo de su año rural, en el Centro de Salud del corregimiento de Cotoprix, municipio de Riohacha. «En Cotoprix pude conocer a personas mayores que me contaban las historias de Francisco el Hombre quien había vivido en algún momento por esos lugares.
Fue en medio de una noche de soledad en Cotoprix, muy lejos de mi novia Angélica por quien sentía un amor profundo y acompañado por la música de parrandas de Carlos Huertas y Hernando Marín que escuchaba en una grabadora y por una guitarra, una botella de aguardiente, dos gaseosas como diluyentes y un picada de limón, mango y queso; cuando Adrián sentí la necesidad de componer una canción. Mi primera canción, fue una continuación de la canción “Bebiendo yo” del compositor Hernando Marín. Así inicié, mi vida de compositor» revela Adrián Villamizar.
De la primera composición ´Bebiendo yo´, Adrián ha sido una fuente inagotable de excelentes temas. El ranking para él de los mejores 10 composiciones aparecen:1) NACHO LEE 2) PALOMAS QUE VAN SIN PRISA 3)EL ANGEL BOHEMIO 4) ME PINTO 5) DE IDA Y VUELTA 6) CAFÉ EN OLLITA 7) LA ESQUINA 8) IDENTIDAD 9) CANCIÓN IMAGINADA y 10) SOLAMENTE EL AIRE Ahora Adrián tiene el reto de ser protagonista del concurso Rey de reyes de la canción inédita, no con la meta de ganar sino de deleitar a los amantes de la música vallenata.