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¡Y que viva Sucre, nojoda!

Tanto que los terratenientes odiaron a García Márquez, y nadie le ha dado más gloria a sus pueblos que aquel corroncho que solo sabía escribir.

En Lachachara.co hemos contado ya la historia detrás de Crónica de una muerte anunciada. Pero qué bueno que ahora también Caracol televisión lo haga en una crónica audiovisual de belleza criolla. Tan conmovedor es ese video, que al médico alternativo y poeta guardao Pacho Fadul le hizo estremecerse y sacarse un embuchao sobre su tierra. Aquí está:

Por Pacho Fadul

Yo nací y me crié en Sucre. Un pueblo bonito rodeado de agua por todas partes. Allí viven aún mis hermanos Carmelo, Rita y sus hijos que, como la inmensa mayoría de la gente de por allá, son de esos a los que se suele llamar ‘buenas personas’.
También conocí una mano de gente violenta y  grandes líderes oscuros godos rodeados de asesinos a los que el padre Cueto llamaba ‘perros de presa’. Los campesinos aprovechaban los días santos para matarse. También conocí algunos líderes liberales con parientes asesinos de sangre fría y guerrilleros camuflados en oficios varios. Esas cosas es mejor callarlas.
A Cueto lo echaron los conservadores. Le empataron de mierda el candado de la casa cural. Era el último golconda que organizó a los campesinos de Anuc. Bien. Así fue.
Me consta que todo este doloroso, morboso y escandaloso caso que Gabo relata en su ‘crónica de una muerte anunciada’ era un secreto sotto voce en mi pueblo. Siendo niño, un día empecé a preguntar qué diablos era lo que había pasado, eso que los mayores sabían y a los demás nos ocultaban; por poco me dan «un alrevés» o sea un ‘tapaboca’ con el dorso de la mano. Ley del silencio. Nadie sabía nada.

Años después, cuando Gabo empezó a hacerse famoso, los ricachones de Sucre lo odiaban. Decían que era marica y comunista. Que ‘Perucho’ lo violó, que no era ningún genio sino un pendejo que escribía todo lo que sus amigos le contaban en las cantinas; y así mismo lanzaban salvas de improperios y ofensas a las intimidades de su infancia. Que «la espuelúa» lo desvirgó, que el papá era un yerbatero, que llegó limpio, con una mano alante y la otra atrás; esas y más cosas impublicables en el periódico escolar que editaba con mis amigos nos restregaban en la cara un cerco de infelices a los pequeños admiradores del genio de «Gabito».

Todavía, voces sin aliento, siguen pidiendo que el ministerio de Cultura y el de Desarrollo paguen con obras turísticas al pueblo el saqueo de sus mitos que tanta fama y gloria han dado a este país de mierda.
Nadie escuchaba. El pueblo estaba maldito desde que los sicarios humillaron al cura. Aunque para Gabito, la mala hora venía de mucho antes.
Creo que se está «trabajando» en eso de declarar a plazas y caños, ciénagas y sapales, píguas y  chavarríes que reinen en las islas,  los caminos ocultos del caimán, la mansedumbre inocente del chigüiro (que allá  le decimos ponche) y el filo mortal de los labios de la icotea (que allá se llama galápago), patrimonio intocable del planeta Tierra y además declarar también al perro galapaguero,  al burro pingón,  azulejos, guacharacas, picaflores y pájaros cantores de La Paja de la niña Josefa, patrimonio ecológico-histórico-cultural y político de este mundo y del otro.
La bendición ha empezado a llegar con el profesor Isidro Álvarez, quien regresara a Sucre años después del entierro de su tatarabuela, la Mama Grande. Pertrechado por la Universidad Santo Tomás como licenciado, el silencioso investigador, antropólogo social, se asentó en su pueblo, desenterró el pasado, devolvió en pequeños libros que los amigos le ayudábamos a vender, la memoria genealógica real de los personajes trastrocados por Gabo en ‘100 años’ , ‘los funerales’, ‘la mala hora’,’el coronel’, por supuesto, ‘la crónica’ y decenas de cuentos del Nobel raptados sin permiso al alma de los sucreños y, de alguna manera -luchando con alcaldes brutos y gobernadores macos sin más armas que la verdad-, regaló a las nuevas generaciones el orgullo de haber tenido entre sus habitantes un niño que por allá en los cuarenta se hizo hombre entre las piernas negras y encorvadas de Segunda Orfelina Gutiérrez, ese vergajo que muchos años después, frente a los sabios de la Academia Sueca, había de contarse entre los cuenteros más grandes de su siglo.
Cual si fuera poco, justo ahora, con el amigo Justo otra vez Isidro tras bambalinas, ha ‘resucitado’ con permiso a un personaje ficticio, Bayardo San Román y, sin permiso, a Santiago Nasar, un muerto que vive en las calles de un pueblo que se niega a hundirse bajo la creciente del olvido, la pobreza, el abandono y la soledad. ¡Y que viva Sucre, nojoda!

La crónica audiovisual de Caracol Televisión

 

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