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El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas

Por Samuel Solórzano Cisery

Me gustan los libros donde se te prepara para morir o, al menos, exageran aquella metamorfosis fúnebre hasta darle una dimensión apabullante.

Quizás de esta manera es fácil despotricar contra todo el mundo y burlarse de los que, a estas alturas de la vida, defienden con ahínco que “no hay verdades absolutas”. He aquí una definitiva, querido lector (ahora me permito un breve espacio de cinismo): tú y yo moriremos. Y tus hijos y mis hijos morirán, y los que nacerán en el año 2325 no respirarán jamás el aire del año 2996, ¿y acaso para ese año todavía habrá planeta para tanta estupidez que acoge el alma humana?

Si he sonado histérico, exagerado, como payaso de circo encaramado en un altar, es porque en mi teclado tal vez se ha colado El mejor libro del mundo,del escritor aragonés Manuel Vilas, y la propuesta estilística y desfachatez con la que este libro se presenta me da licencia también, de alguna manera, de abordarlo con ligereza.

Yo me atrevo a decir que esto no es una novela, sino una colección ficticia de ensayos personales de un personaje-escritor sexagenario que se ha atragantado con la vida y que curiosamente tiene el nombre homónimo del autor. 

Manuel Vilas (real) se mete en la senectud del Manuel Vilas (personaje de este libro), y dentro de ese juego metaficcional se barajan las nuevas sensibilidades del escritor del siglo XXI, donde lo vago, lo superfluo y la frustración se alimentan con los intereses del mercado editorial y los festivales literarios, en los que todo eso es ilusión como el dinero, y sucumben ante la verdad de la muerte.

Quienes lean El mejor libro del mundo seguirán las cavilaciones de un personaje fatalista y ocurrente que lo atrapó la vejez: “Envejecer es perder la partida, te hacen jaque mate en cuatro días. Ves venir el jaque mate, envejecer es una aberración, es la humillación más humillante que existe, pero nadie te lo confesará, todos te dirán que sigues vivo, etc., etc., nadie quiere confesar que el envejecimiento no vale la pena porque el cuerpo ha sido consumido y el alma no existe” (p.394).

Un personaje que asume con histrionismo su ego quebrado de escritor que viaja por el mundo de festival en festival de literatura, pero se siente pisado bajo la alfombra de los sin pena y sin gloria. Un personaje macabro y ateo (vea, pues, la ironía) con aire shakesperiano que cree ver los espíritus de sus antecesores y se sorprende empujado por la rueda de la vida a llegar con prontitud a la conclusión de sus días.

El viaje definitivo

Me llamó la atención la obsesión por el futuro que transpiran las páginas de esta autoficción biográfica. En algunos capítulos consigue una falsa atmósfera de terror cósmico, en el sentido de infligir la angustia de pensar en el tiempo y en el espacio como criatura consciente que subsiste a la muerte del individuo. Poner cifra a ese tiempo y pensar en la gente y las cosas que jamás veré puede resultar agobiante.

¿Cómo será mi casa en el año 2643? ¿Qué festivales de libros se desarrollarán en el 2825? Cifras alegres, como mucho, pero la misma humanidad de siempre con sus virtudes y defectos; en ese sentido, por mi parte, no me perdería de nada. Y he dicho falsa atmósfera, pero mejor decir emulación explayada a los conocidos versos del poema El viaje definitivo de Juan Ramón Jiménez.

Y citando referencias de escritores, este libro de Manuel Vilas me gana. De forma irreverente y casi ingeniosa habla de las vidas de diferentes escritores y los relaciona con el ego herido del personaje principal de El mejor libro del mundo. Jorge Manrique, Lou Reed, Herman Broch, T. S. Eliot, Javier Marías, Nietzsche, Pergolesi, Lorca, Kierkegaard, entre otros, a todos les dedica palabras en medio de las cavilaciones fatalistas y los aborda con irreverencia y humor. 

Me reí por la forma cómo el personaje de este libro profesa el amor por Kafka, porque parecería que se estuviera comparando envidiosamente para luego jactarse  de haber viajado en avión por muchas partes del mundo y haber conocido más ciudades que Kafka, pero el balde de agua fría es que luego reconoce que, sin importar todos los viajes por el mundo, jamás ha escrito un libro con el talante de Kafka.

Quizá de todos estos autores citados, el que más le sirve de brújula al fatalista es Baudelaire, con el verso: “Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo” (p.286).

El mejor libro del mundo de Manuel Vilas es una distensión de temas donde la enfermedad por la literatura y la obsesión por la muerte produce locura y resignación: “La ceremonia del adiós, qué gran título para el mejor libro del mundo. Ay, el miedo a la vida. El miedo a la vida lo ha sido todo en este gran y terrible país de mi alma” (p.540).

Aunque es un libro con muchas referencias y de reflexiones intelectuales, no considero que sea el libro más inteligente y audaz que haya leído este año, pero al menos lo compensa con un humor asiduo que —para contradicción mía— propone una forma genuina e ingeniosa de atisbar los males que padece el mundo hiperconectado y los vicios del escritor moderno ante la ilusión del éxito.

Manuel Vilas

El mejor libro del mundo

Autor: Manuel Vilas

Editorial: Planeta. Ediciones Destino.

Género: No ficción novelada

Páginas: 592

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