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¡Qué bonita vecindad!

Por: Oscar Arias-Diaz

“Es la vecindad del Chavo, no valdrá medio centavo, pero es linda de verdad.”

Y con esa frase, cargada de nostalgia y de historia compartida por generaciones, se abre paso Chespirito: Sin querer queriendo,disponible en Max, la nueva serie biográfica producida por Warner Bros. Discovery que busca rendir homenaje a uno de los íconos más grandes de la televisión latinoamericana: Roberto Gómez Bolaños.

¿Qué más se puede contar de Chespirito? ¿Por qué no hacer una biopic del hombre detrás de El Chavo del 8El Chapulín ColoradoEl Doctor Chapatín y tantos personajes que, sin querer queriendo, nos formaron emocional y culturalmente a millones en toda la región? Esas preguntas seguramente se hicieron en las oficinas de Warner y los showrunners respondieron con una apuesta cargada de amor, referencias y un claro guiño a la nostalgia.

La serie, producida desde México, sorprende al conectar también con la región —como lo demuestra una imagen de la Caminata de la Solidaridad por Colombia— y evidencia desde el inicio que el fenómeno Chavo del 8 no fue solo un producto mexicano, sino un fenómeno latinoamericano, donde las risas trascendieron fronteras, clases sociales y generaciones.

Narrativamente, la serie avanza con diálogos a veces algo forzados, con ritmo de telenovela y un tono que parece no definirse del todo entre el homenaje y la dramatización convencional. Hay momentos logrados, especialmente al recrear el México setentero de los foros de Televisa, los sets improvisados y esa televisión familiar y blanca, donde el humor se tejía desde lo físico y lo repetitivo, pero siempre con una enorme dignidad.

Un acierto notable está en el elenco: los actores logran transmitir la esencia de los personajes sin caer en la imitación burda. Los intérpretes que encarnan a Don Ramón, Quico, la Chilindrina o el propio Bolaños son convincentes y consiguen transportarnos a esos días frente al televisor, en formato 4:3, donde lo más sencillo podría hacernos reír y llorar. Ver en pantalla a Ñoño y el Señor Barriga compartiendo cuadro, como en los mejores tiempos, es un guiño que emociona.

Pero no todo brilla con la misma fuerza. La serie, en sus dos primeros episodios (con estrenos semanales los jueves por Max), se queda corta en riesgo. La fotografía es funcional, pero poco creativa; el arte luce más como escenografía impuesta que como parte orgánica del relato. Y, aunque la intención es clara —celebrar un legado—, por momentos el guión se esfuerza demasiado en explicar lo que el espectador ya sabe o siente.

Aun así, Chespirito: Sin querer queriendo no es una serie que deba avergonzarse de lo que es. Es una carta de amor a un creador que entendió, como pocos, el alma popular. Bolaños supo retratar con humor las realidades de una América Latina marcada por la pobreza, la desigualdad y las diferencias de clase. Lo hizo desde la ternura y la risa, sin necesidad de burlarse del otro, y con una ética que hoy parece casi revolucionaria.

Porque El Chavo del 8 no solo fue el programa número uno de la televisión humorística, fue —y sigue siendo— un espejo de nuestras propias vecindades, reales o simbólicas. Donde los niños enfrentan el hambre con imaginación, los adultos sobreviven como pueden, y la chusma —esa palabra tan cargada de desprecio— reclama su espacio desde la humanidad.

El legado de Chespirito merece ser contado. Ojalá que esta serie, con sus aciertos y tropiezos, abra la baraja para nuevas biopics desde el México lindo y querido: tal vez llegue Chabelo: La voz detrás del niño o Raúl Velasco: Todos los días son domingo.

Por ahora, nadie contaba con su astucia, pero ahí está, nuevamente, el Chavo en nuestras pantallas, recordándonos que la buena televisión puede seguir tocando el corazón, incluso en tiempos de streaming y consumo fugaz. Definitivamente, fue sin querer queriendo que en nuestras retinas de una forma u otra todos tenemos algún recuerdo de los programas escritos bajo la pluma de Roberto Gomez Bolaños. 

Lo bueno: Los actores que encarnan la piel de la popular vecindad del Chavo son convincentes y llevan a aquellos tiempos infantiles. 

Lo malo: El ritmo es de telenovela mexicana que no acaba de convencer. Poco riesgo desde la fotografía y el arte se ve impuesto más que armónico en el transcurrir de los episodios. 

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