
En el marco del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), el evento cinematográfico más importante de Colombia, que este año celebra su edición número 64, se le rindió homenaje a varias figuras destacadas del cine mundial. Una de ellas fue el cineasta chileno Pablo Larraín, reconocido internacionalmente por su estilo autoral, político y profundamente humano. En una masterclass íntima y lúcida, Larraín compartió con el público reflexiones sobre su vida, su método de trabajo, y la forma en que entiende el arte cinematográfico.
Desde el inicio, Larraín agradeció al festival por su relevancia para quienes hacen parte o sueñan con hacer parte de la industria del cine. Se dirigió directamente a Natalia Reyes, directora del FICCI y presidenta de la Academia Colombiana de Cine, para destacar el valor de este tipo de encuentros. Luego, sin rodeos ni pretensiones, afirmó: “No conozco a nadie que, con suficiente disciplina, no haya logrado su sueño.”
A lo que Reyes respondió con complicidad: “A veces me siento más disciplinada que artista.”
Esta idea de la disciplina como fuerza motora del arte cruzó varias veces la conversación. Para Larraín, la constancia es lo que ha permitido que sus ideas se concreten y, sobre todo, que no se pierda la chispa inicial que las motiva.
Cuando le preguntaron sobre cómo logra crear esa incomodidad tan característica de su cine, respondió que no es algo que espere del público, ni una estrategia para generar impacto: “Lo primero que hago es tratar de incomodarme a mí mismo. Si no me sacude a mí, no tiene sentido.” Esa emoción, esa chispa, debe salir de adentro, no desde la expectativa de los otros.
Habló también sobre sus raíces y su decisión —que parece más visceral que racional— de no abandonar Chile como centro de su vida y su cine: “Ahí están mis hijos, mi familia, la cordillera, la Patagonia… cada vez que puedo, vuelvo.” Aunque reconoce que Chile tiene aspectos que le incomodan, como su idiosincrasia aislada, su mirada ensimismada y cierta mentalidad insular, también valora profundamente su conexión con la naturaleza y la cotidianidad de su país. Natalia Reyes contrastó esto con su propia experiencia en Colombia, y lo interesante fue ver cómo, desde dos geografías distintas, ambos reconocen un mismo pulso latinoamericano que atraviesa sus obras.
Al hablar de su cercanía con Hollywood —una industria que ha celebrado varias de sus películas— Larraín fue claro: “Hollywood es algo muy mental.” Aunque ha trabajado con actores de renombre internacional y sus películas se han distribuido ampliamente en Estados Unidos, subrayó que su cine nunca ha sido producido ni concebido desde la lógica hollywoodense. La mayoría de sus películas han sido financiadas con recursos europeos y producidas desde Chile, lo que le permite mantener su independencia creativa. “Nunca he hecho una película enteramente estadounidense,” remató con firmeza.
Una de las respuestas más contundentes llegó cuando Natalia Reyes le preguntó qué es lo que realmente lo mueve. Su respuesta fue inmediata y clara: “Me interesan las humanidades en riesgo. Ese es el gran tema.”
Y es que si algo caracteriza a Larraín es esa obsesión por capturar personajes que caminan sobre el filo, figuras históricas o anónimas enfrentadas al derrumbe de lo que creían ser.
El público también quiso saber cómo es posible que tenga tantas películas en distribución al mismo tiempo. Larraín explicó que no hay una fórmula concreta, simplemente es algo que le sucede porque siempre está involucrado en varios proyectos a la vez. Considera que es saludable tener distintas ideas en paralelo, y que no todos los proyectos arrancan al mismo ritmo: “Ese deseo de hacer muchas cosas a la vez es lo que me ha permitido que eso pase.”
Finalmente, una pregunta sobre cómo es para él, como hombre, dirigir mujeres en pantalla, abrió una reflexión interesante: “Me parece más interesante dirigir mujeres. Me encanta. Y además, después de cierto punto en el rodaje, dejo de dar direcciones. No me gusta interrumpir el proceso. Si tienen que llamarme, que me llamen.” Esta manera de confiar en el trabajo actoral y dejar que las escenas respiren por sí solas es otra muestra de su estilo: intuitivo, respetuoso y cargado de verdad.
La conversación con Pablo Larraín fue una ventana privilegiada no solo a su cine, sino a su forma de ver el mundo. Disciplina, riesgo, identidad, incomodidad creativa y amor por lo propio fueron los temas que cruzaron un encuentro que, más que una clase magistral, fue una conversación entre pares, entre personas que creen que el cine sigue siendo uno de los espacios más poderosos para incomodar, emocionar y transformar.
Por: Danitza Alemán