Hoy he querido hacer pública la explicación que les debo, sobre mi decisión no solo de votar, sino de promover abiertamente el Sí.
Por Jair Vega
Hoy quiero explicarles mi decisión no solo de votar, sino de promover abiertamente el Sí a la implementación de los Acuerdos de La Habana. Lo hago ateniéndome a esa premisa que he llevado en mi vida desde que ustedes existen de mantener una transparencia de mis actos, de tal forma que pueda explicarles cada una de las decisiones que tomo en mi vida.
A ti, mi pequeña, pues dada tu edad podrás ser tan solo una expectante de lo que te heredemos las personas mayores con la decisión que tomemos este domingo. Y a ti, mi grandota, porque en esta ocasión tendrás por primera vez la posibilidad de depositar tu voto y elegir la opción de futuro que consideres más conveniente para ti y para tu país.
Creo que la firma de estos Acuerdos es una gran oportunidad para plantearse cambios muy importantes en este país. Ustedes bien saben que nací en el campo, en esa pequeña finca de su abuelo a donde han ido a pasar algunas vacaciones, por lo cual conozco la precaria realidad del campesinado, que se hace necesario transformar.
Saben también que he trabajado muchos años en una apuesta por ampliar los procesos de participación que conduzcan a un país más incluyente y equitativo.
Sin embargo, al estar llamados a tomar una decisión, encuentro dos tipos de argumentos: los que soportan el No, sustentados más en el miedo, y los que defienden el Sí ilusionados con la esperanza.
En muchos casos, quienes se oponen a los Acuerdos nos quieren imponer miedos infundados: bien sea el de una revolución que traerá opresión y pobreza y que llaman castrochavismo, o el de una amenaza que destruirá a las familias y que llaman ideología de género.
En el primer caso, hijas mías, hay un profundo desconocimiento de la historia y de otros procesos similares a nivel mundial, en los cuales este tipo de negociaciones para acabar la guerra, tan solo han traído beneficios para los países. En el segundo, en aras de atemorizar a las familias, se quiere adjudicar al proceso de negociación el interés de imponer unas reglas que terminarían pervirtiendo a la sociedad. Eso que llaman ideología de género, y que ahora quieren desvirtuar, es algo que ha sido una lucha que muchos sectores de la sociedad hemos ido librando para hacer de Colombia un país más incluyente, para que ustedes puedan vivir y estudiar en ambientes en donde no se discrimine a alguien por ser mujer, afro, indígena, gay, lesbiana, una persona con alguna discapacidad, entre muchas otras.
Recuerdo que cuando yo iba al colegio en los años 80, algunos de mis compañeros de clase eran discriminados por tener una religión distinta a la católica; luego, años después, nos la jugamos por la Constitución del 91, y con ella por derechos como la libertad de culto. Y ha sido gracias a ello, que hoy ustedes han podido optar por su propia orientación espiritual, sin que por ello sean estigmatizadas. Entonces, no es cierto que estos Acuerdos dañen a la familia, como estas falsas consignas lo proponen. Por el contrario, va a haber muchas familias felices porque sus hijos volverán de la guerra, porque sus hijos ya no irán a la guerra o porque sabrán que pasó con sus hijos o con sus familiares víctimas de la guerra.
Dicen también que no habrá justicia, porque los victimarios no irán a la cárcel, pero ustedes mismas entienden que existen otras formas de hacer justicia, porque si en algún momento hubo un castigo para ustedes, estará muy lejano en nuestra memoria; porque siempre hemos creído en formas alternativas de resarcir las faltas. La palabra castigo tan solo la conocen del diccionario o de los malos ejemplos que nos da la sociedad.
Algunos defensores del Sí también exageran, dicen que los acuerdos traerán la paz, cuando bien sabemos que mientras existan inequidades y exclusión habrá un caldo de cultivo para la corrupción, el narcotráfico y la violencia, entre muchos otros problemas.
Es también muy cierto que hay desconfianza tanto en las Farc, por su misma historia, como en los gobiernos, también por su misma historia. Por supuesto que en lo acordado hay muchas cosas aún sin definir, otras que generan preocupaciones y otras que infunden muchas expectativas. Pero siempre he pensado que decidir por el miedo es ceder a la imposición, mientras que decidir por la esperanza es atender a una invitación, es hacerlo en libertad.
En todo caso, votar por el Sí o por el No es una gran responsabilidad, no solo por nosotros mismos, sino por todas las víctimas que están a la espera de una verdad, de justicia y reparación. Por ello, debemos sentirnos capaces de asumir el compromiso de hacer el seguimiento y las acciones que se deriven de la decisión tomada.
A ti, mi pequeña, te pido que me acompañes de la mano a depositar este voto, para que también seas testigo de esta historia; y a ti, mi grandota, espero tomarte de la mano, como la primera vez que te llevé al colegio, a tu primer lugar de actuación pública, donde ya no ibas a estar regida sólo por las normas y valores de la casa, sino por un marco de derechos comunes para todos. Esta vez tendrás tres opciones: abstenerte, votar No o votar Sí. Yo, como siempre lo he hecho, respetaré tu decisión, así no la comparta, porque en mi caso, al votar por el Sí, estoy votando precisamente por el sueño de una sociedad donde estas diferencias sean posibles y no haya ningún tipo de imposición. Una sociedad donde podamos seguir decidiendo no a partir del miedo, sino a partir de la esperanza.