Por: Jorge Guebely
¡Brillante Ciorán! Desconciertan sus aforismos, sin pesimismos ni optimismos, solo inquietante realismo.
Según el rumano, si Cristo hubiese muerto en una cama, nos habríamos evitado muchos siglos de poder católico. Si hubiese terminado su vida -digo yo- anónimamente, como buen cristiano, no habríamos conocido la Santa Inquisición, ni habrían quemado vivo a Giordano Bruno, tampoco a Galileo Galilei, ni a Nicolás Copérnico.
Si no hubiesen expulsado a los saduceos del segundo templo de Jerusalén, elite judía quienes intrigaron la crucifixión de Cristo, habríamos evitado la proliferación de usureros internacionales. No estaríamos tan endeudados con la banca mundial. Habríamos obviado la existencia de los Rothschild, patrocinadores de guerras, de ambos bandos como en la primera guerra mundial, según Andrew Hitchcock. No asesinarían tantos palestinos, los cristos de hoy.
Si Nietzsche no hubiese advertido el superhombre, el hombre corriente de consciencia limpia, capaz de captar lo humano del ser humano, visualizar lo trascendente de lo intrascendente, habríamos evitado un Hitler. Los once millones de asesinatos; seis de los cuales, judíos inocentes con la anuencia de judíos ricos norteamericanos. Ni habríamos visto conservadores marchando con la esvástica por las calles de Bogotá.
Si Marx no hubiese promovido el comunismo científico, igualdad universal de existir con dignidad humana, habríamos evitado un Stalin, su millón y medio de ejecuciones, sus terribles gulags, su infame poder.
Si Montesquieu, Rousseau y Tocqueville no se hubiesen dedicado a teorizar sobre la democracia liberal, habríamos evitado el imperialismo norteamericano. Sus guerras por imponer la democracia en el mundo, sus bombas en Japón, la masacre de las bananeras, la elite colombiana sumisa, el negocio de las drogas ilícitas.
Si Ten Xiao Ping no hubiese desacreditado el color del gato con tal de cazar ratones, habríamos evitado la masacre estudiantil en plaza de Tiananmen en 1989. No viviríamos la nueva estrategia del capitalismo mundial con su democracia dictatorial, ni habríamos escuchado el apoyo al represivo Maduro por razones económicas, moral cínica de la política.
Pero no hemos podido liberarnos de los estragos del poder: la codicia, las traiciones, la banalidad, la criminalidad, la podredumbre, las locuras de los mandatarios, su desdén por el ser humano. De tanto poder, nos acostumbramos a sus ignominias. Los hemos normalizado, idolatrado, tanto como los masoquistas idolatran a sus sádicos.
Hemos olvidado la naturaleza del poder: privilegio material para los gobernantes, somnífero para los gobernados. Por los excesos de poder, hemos olvidados el ser; incluso, el propio ser. Revelador Milán Kundera cuando afirma: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.” Olvido de nuestra propia identidad humana. El lamentable olvido.