EL COMENTARIO DE ELIAS por Jorge Guebely
Ver libre de recetas culturales, de conceptos ideológicos; percibir sin prejuicios sociales ni morales para sentir el Mundo en su verdad íntima, para oír la frescura del Universo. Fundamentos básicos del laboratorio creativo de Juan Rulfo. Así oía y escribía sus textos literarios.
No había mucho por inventar, el campo mexicano proveía cantidades de historias. Bastaba mirar y escuchar con la consciencia libre de escritor para percibir lo esencial y develar la condición humana mancillada por el poder terrateniente.
Suficiente una frase dicha por alguien en la calle, el tono de una voz, un gesto, una angustia, y allí se engendraba la historia. La guardaba en los anaqueles de la consciencia durante mucho tiempo mientras se decantaba. Paulatinamente iba creciendo, tomando su forma.
Le daba libertad en su gestación, le permitía desenvolverse, tomar sus rumbos inesperados. Su función de escritor consistía en observar el proceso, convertirse en espectador de sí mismo, de su interior, del proceso creador. Quizás una fuerza superior instalada en su subconsciente hacía el puente con la fuerza invisible del Universo.
Un día cualquiera, la historia tocaba a la puerta, lista para salir al mundo. Entonces escribía rápido sobre un material completamente revelado. Hacía pocas correcciones, ya venía corregido. Agregaba algunas precisiones antes de su publicación, algunos giros lingüísticos de campesinos mexicanos.
No le interesaba mucho los argumentos; prefería las atmósferas emocionales reflejadas en paisajes y escenas. Así sus relatos resultaban más vivos, menos artificiales.
Prefería las historias cerradas para no distraer al lector con rumbos innecesarios. Para conectarlo mejor en la emoción del relato, ese espejo donde debía verse con claridad y entrar en el fondo de sí mismo.
En los años 80, le preguntaron por la ausencia de obras después de El Llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Interesaba al entrevistador conocer los motivos de su sequía literaria después de los maravillosos libros.
Su respuesta resultó natural, desconcertante y contundente: -Es que se me murieron los personajes-. Reafirmaba su estilo creador: no inventaba historias, simplemente las escuchaba después de haber visto el Mundo. Él se limitaba a transcribir; un verdadero amanuense del Universo, de la energía celestial.
En la misma entrevista explicó cómo esas voces dejaron de hablarle. Los pueblos, los caminos polvorientos, las viudas y los arrieros de su infancia se habían desvanecido, sus muertos se habían quedado mudos. Sin ellos ya no tenía historias para escribir.
Al finalizar terminó con una afirmación reveladora: “Yo no invento nada. Todo está en el recuerdo. Lo único que hago es ponerlo en orden”.










