Gerald Martin (Londres, 1944), me dice de entrada que ya no concede entrevistas, pero está muy feliz que sea este cronista montuno del que tiene buenos recuerdos, al que se le ocurra llegar hasta él, para intentar un retrato.
Por: Gustavo Tatis Guerra
Y me dice que lo hace complacido por la noticia de que por fin los pétalos sueltos de una flor amarilla hayan podido juntarse y atravesar el océano. Me pregunta por noticias de Cartagena y si es cierto el rumor de que están vendiendo la casa de García Márquez. Lo consulto para decirle que no. Los chismes también viajan por el mundo. Solo la paciencia puede fecundar biografías como la de Gerald Martin, que tardó 17 años en investigar y escribir la de García Márquez; quince años el estudio de Miguel Ángel Asturias y, desde 2010, escribe la biografía de Mario Vargas Llosa.
El biógrafo, autor de “Gabriel García Márquez, una vida” (2008), tiene una sonrisa pícara, una mirada de un azul sereno, una palabra pausada y meditativa, como quien cruza intersticios de luz y memoria.
Luego de tantos años de vigilias como biógrafo de García Márquez, ¿qué fue lo más complicado a la hora de desentrañar las tres vidas del escritor: La vida privada, pública y secreta?
La vida pública fue fácil, naturalmente, aunque ahora, con la expansión del Internet, hay muchísimo más información. Obviamente Gabo no podía impedir que otros me hablaran de su vida secreta compartida. Sobre su vida interior nadie podía ayudarme. Un biógrafo literario tiene que ser, en cierta medida, historiador, novelista, psicólogo y crítico literario a la vez.
Para imaginar la vida interior de un escritor el crítico literario y el psicólogo tienen que trabajar juntos y aún así solo pueden llegar a la persuasión, a la convicción; no pueden demostrar nada. Gabo siempre me dijo que no me iba a hablar de su vida secreta pero que era fácil encontrarla y descifrarla porque estaba en sus libros. Cuando el libro fue reseñado me sorprendió constatar que recibió más elogios por sus lecturas de las novelas de Gabo que por cualquier otro aspecto. Pero hasta qué punto llegué a la ‘verdad’, ¿quién sabe?
Para decir verdad, el único lugar importante que no visité fue Caracas, donde había estado en 1981, antes de embarcarme en la biografía, pero no logré volver durante los más de quince años en que estaba investigando la vida de GGM. ¡Ya es un poco tarde! Otra omisión relativa ya dentro de Colombia es que nunca pasé suficiente tiempo en Ciénaga, solo dos o tres visitas más bien cortas que no fueron suficientes.
Cinco años después de la muerte del escritor, ¿qué aspecto de su vida y su obra se agiganta en la humanidad?
Gabriel García Márquez, con su vida y también, especialmente, con su obra, nos convenció de que, pese a todo, la vida es bella y vale la pena vivirla. Suena fácil comunicar ese mensaje pero no lo es: la mayoría de las novelas clásicas son más bien deprimentes. Y desde que se nos fue, el mundo lo está echando de menos y nadie como él nos enseña esa lección fundamental. Gabo nos consolaba, nos enriquecía, nos inspiraba, nos divertía. No sé si esto ha pasado, de la misma manera y con la misma intensidad, en el caso de otro escritor nacido en el siglo veinte. Me parece que no.
¿Qué episodio de la obra de García Márquez es capaz de sacudirlo y elevarlo interiormente?
A mí me inspira especialmente—es más, me conmueve—toda la época, durísima, desde que se murió su abuelo, cuando García Márquez tenía 11 años, hasta que empezó a escribir ‘La hojarasca’, su primera novela publicada en 1950, cuando tenía 23. Me parece no solamente ejemplar sino casi milagrosa. Demuestra lo que pueden hacer, juntos, el talento, la vocación y la valentía.
¿Qué biografías leídas por usted siguen siendo deslumbrantes y ejemplarizantes en belleza, rigor investigativo y excelencia narrativa?
Mis dos favoritas son la biografía de Samuel Johnson, escrita por Boswell en el siglo 18, y la biografía de James Joyce, escrita por Richard Ellman en el siglo 20.
¿Cómo fue su último encuentro con García Márquez y cuándo presintió que estaba entrando en la laguna del olvido?
Gabo no me dijo todo, obviamente, pero algunas cosas fundamentales sí me contó y eso casi desde el comienzo. En algunos aspectos existía mucha confianza entre nosotros. Inicié la biografía en 1990 y él ya me estaba diciendo, casi desde los primeros encuentros, que sentía que la memoria se le iba enflaqueciendo: Es que un biógrafo no es un pariente y tampoco un reportero: se confía diferentes cosas a personas diferentes… Y de todos modos, para una persona que lo veía cada año o cada dos años ese fenómeno era evidente. A partir del tratamiento que empezaron a darle para controlar su cáncer en 1999, el proceso de erosión se hacía muy notable. ¡Fíjate que las palabras que me dedicó en el ejemplar de sus memorias que me regaló en 2004 rezaron: ‘Para Gerald, con lo que todavía me queda de la memoria’! La última vez que lo vi fue en enero de 2009, en La Habana. Me dijo que leía mi libro para saber qué le había pasado en la vida ¡Su sentido de humor no le falló jamás! Y me di cuenta, con una pena infinita, que nuestras conversaciones habían llegado a su final y que mi deber, de ahora en adelante, era dejarlo en paz.
¿En qué proporción cree usted que influyó la herencia cultural ancestral guajira de su madre y la herencia cultural sucreña de su padre? ¿Cómo fue la relación entre aldeas, ciudades y metrópolis?
Esa influencia fue muy importante pero creo que la influencia de sus abuelos lo fue mucho más porque vivió sus primeros once años con ellos. Esas complejidades me ayudó a entenderlas mi propia situación al nacer: hijo de un inglés protestante y una celta (irlandesa y galesa) católica. ¡Los británicos también somos ‘mestizos’!
¿Hay alguna escena de su vida en la infancia o juventud en la que usted intuyera su destino de biógrafo?
Como hijo de casa humilde mis ambiciones literarias fueron forzosamente modestas en mis primeros años. Sin embargo, me doy cuenta ahora, muchos años después, que saber que Charles Chaplin nació en mi barrio londinense, a 400 metros de donde yo mismo nací, y que sacó todas las historias para sus películas universalmente populares desde nuestra propia particularidad londinense, me dio fe en mi propia cultura y mi propia imaginación para investigar, “muchos años después”, las vidas de otras figuras también universales.
¿Cómo es un día en la vida de Gerald Martin, qué horas del día o de la noche prefiere sentarse a escribir o leer?
Bueno, mi rutina ahora es la de un viejo. Me levanto temprano y tomo dos vasos de agua. Salgo a caminar media hora antes de desayunar. Si no lo hago mi cuerpo no funciona y mi mente muchísimo menos. A veces las reflexiones ambulantes me dan ideas importantes sobre lo que voy a escribir pero eso lo considero un plus, no es el propósito fundamental de la salida. Al volver a casa mi desayuno es, esencialmente, un plato de avena sin cocinar y leche fría: no solo es muy saludable sino que me ayuda a llegar al almuerzo sin tener que comer otra cosa menos nutritiva. Me dio ese consejo la señora Luisa Santiaga Márquez Iguarán de García hace casi treinta años antes de despedirse de mí con el deseo de que la Santísima Trinidad me protegiera y me acompañara en todas mis empresas.
Cuando era joven las horas laborales no me importaban, podía concentrarme y trabajar a cualquier hora del día o de la noche. Si era necesario podía trabajar toda la noche y podía tomar dos o tres cafés y dormirme una hora después. Pero con la edad he perdido esa versatilidad y ahora es imprescindible reservarme las mañanas para escribir. No veo a nadie en la mañana ni acepto llamadas pero después del almuerzo (a la una y media) ya no puedo escribir nada que valga la pena, así que me limito a lecturas, cartas, tareas administrativas, etc. En la noche vuelvo a mi estatuto humano y mis actividades ya no dependen de mis obsesiones y fanatismos sino de las realidades y necesidades de la vida.
Gerald me dice que espera que la biografía de Mario Vargas Llosa salga en 2020. “Está muy avanzada”. Relee a Homero, Cervantes, Shakespeare, Flaubert, Joyce, Proust, Woolf, Faulkner y Asturias. También a Tolstoy, Dostoievski, Borges, Rulfo, Lispector y Bolaño. Me confiesa que, con el paso de los años, perdió “el miedo a las mujeres y al agua”. Espera volver a Cartagena, a reencontrarse con la luz del mar y con la memoria viva de García Márquez.