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Gabo, el vuelo inmortal

Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa
Ilustraciones por Turcios

El 26 de marzo de 2007 es una fecha que tengo clavada como una estaca, porque ese día cometí una de las estupideces más grandes entre todas las que podría contar.

Ese día estaba en Cartagena trabajando en el Centro de Convenciones, donde se celebraba el IV Congreso Internacional de la Lengua Española. Personajes mundiales como el Rey de España de ese momento, el ex presidente Bill Clinton y luminarias de las artes, como Carlos Fuentes, rendirían homenaje a Gabo como celebración de los 40 años de la primera edición de su novela Cien años de soledad y de los 25 años de la obtención del Premio Nobel.

Gabo, ilustrado por Turcios

Como yo hacía parte del equipo de la empresa Telefónica, que era patrocinadora del evento, tendría el privilegio de asistir al homenaje, al que solo tenían acceso 1.200 mortales.

Unos minutos antes de entrar al auditorio, un compañero de la empresa me dice que el asistente de un noble español que iba a estar entre las personalidades necesitaba con urgencia un lugar con computador donde sentarse a enviar un mail. Yo no vacilé en ayudar, pero eso me tomó los minutos necesarios para que al volver me haya topado con que las puertas del auditorio estaban cerradas y nadie, absolutamente nadie, tenía autorización para ingresar porque el evento había empezado.

Sé que en ese momento no comprendí la fatal pérdida que estaba ocurriendo en mi vida. Solo pude constatarlo años después, cuando me atreví a ver el video del discurso que Gabriel García Márquez dio ese día.

Quienes en alguna ocasión lograron estar en un mismo lugar con Gabo, han memorizado cada detalle de sus gestos, de su voz, de sus palabras, de su presencia, y lo han narrado como una maravilla de sus vidas. Así de magnética y descollante era la figura del Nobel de Aracataca, que se elevaba por encima de presidentes, reyes y artistas encumbrados. Porque Gabo fue quien le recordó a la humanidad que en la punta de sus narices todavía hay una fantástica realidad en la que vuelan mariposas.

Esa existencia mítica y muy real en la que Gabo vivió, parece haber salido de sus libros. Cada palabra que él pronunciaba tenía un tono y una precisión tan medida, que causaba la sensación de ser un diálogo memorizado de una novela, un cuento o un verso.

Pero todo esto lo sé como lo saben casi todos los mortales que seguimos su estela: por las contadas entrevistas y discursos que Gabo dio. Nunca pude estar a su lado, ni en el mismo lugar. Solo supe que allá adentro estaba él, dando uno de sus discursos más conmovedores.

Envidio y celebro a quienes sí lograron esos momentos de luz. Y quisiera yo volver a estar frente al joven de 27 años que se puso a buscarle un lugar con computador al asistente del noble español, para sacudirlo por los brazos: «¡Jorge Mario, despierta! Dile a ese tipo que no hay mail en el mundo que pueda superar la historia que allá dentro está por suceder. ¡Entra ya a ese lugar y permite que la vida te de un honor que no vas a vivir jamás!».

Así me hablo hoy, 6 de marzo de 2024, recordando aquel episodio, ahora que el mundo de la cultura celebra la publicación que los hijos de Gabo acaban de hacer de la novela póstuma de su padre, titulada En agosto nos vemos.

Hoy decido escribirme, hoy consagro mi voluntad a esto, a lo único que sé hacer: contarme esta historia como si este fuera el único día de mi vida para contármela. Y lo es, porque de eso se trata el vuelo inmortal que Gabo con sus libros me enseñó.

«Sí, porque la Literatura, mucho más que el Poder, promete la inmortalidad», escribió Gerald Martin, biógrafo de García Márquez, el 26 de marzo de 2007, después de salir del evento.

Gabo, ilustrado por Turcios.
Sobre el autor

Practicante del periodismo desde niño, comunicador de profesión, artista por vocación. Email: jorgemariosarfi@gmail.com Móvil: 3185062634
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