La ceremonia de entrega del Balón de Oro a los mejores del fútbol en el planeta, que otorga la Fifa cada año, evidencia hasta dónde el poder y la política hacen parte del deporte.
Por Jorge Sarmiento Figueroa – Editor general
De este tema, la noticia que se ha replicado en infinitas imágenes en los medios de comunicación y en las redes sociales es que Cristiano Ronaldo lloró al recibir su segundo Balón de oro como el mejor jugador del balompié mundial, de conformidad con las normas de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (Fifa) en el año 2013, y que Lionel Messi, sonriente con cuatro Balones dorados consecutivos en su casa, se vistió con un traje rojo circense para esta gala.
Pero debajo de esos reflectores que son hoy en día Messi y Cristiano Ronaldo, la Fifa se movió hábil para esto que se cita al pie de la letra: El Premio Fair Play de la Fifa se dio a la Federación de Fútbol de Afganistán «por defender el espíritu de valentía y solidaridad contra todo pronóstico a través de las secuelas de la guerra, el desorden y el conflicto. Aunque el país ha sido devastado por la violencia y la guerra en los últimos tiempos, la Federación de Fútbol de Afganistán ha continuado construyendo una infraestructura futbolística, y también ha desarrollado el fútbol base y abrió el juego a un público más amplio, incluyendo a las mujeres y las familias».
Como es sabido, Estados Unidos decidió invadir a Afganistán en 2001 luego de los atentados del 11 de septiembre de ese año contra las Torres Gemelas, con la excusa de emprender una búsqueda por cielo y tierra del entonces enemigo público «number one» y antiguo agente encubierto de la CIA, Osama Bin Laden.
Más de una década después, y con Bin Laden muerto, Afganistán, en donde fue abatido Bin Laden, sin embargo, sigue invadida por los Estados Unidos.
Por eso esta decisión de la Fifa parece presagiar que la guerra en el país asiático ya no sirve a los intereses del país del Norte ni de sus potencias aliadas, porque todo indica, según observadores suspicaces, ya saquearon lo que iban a saquear y necesitan enviar a la opinión pública del mundo un mensaje de paz, de libertad, de reconciliación y de orden desde las cenizas de Afganistán.
Y qué mejor forma de hacerlo que en la gala de oro del deporte más apasionado del planeta, que tiene más aficionados y países afiliados que la ONU o la Iglesia Católica.
La noche fue dorada
Dorada, más brillante que el oro, porque la gala del Balón de oro se tiñó con el amarillo más fulgurante, el de la «canarinha», el color de Brasil.
Pelé, Amarildo, Cafú, Ronaldo «el fenómeno», Bebeto, Carlos Alberto, Julio Cesar, uno a uno fueron subiendo al podium dorado para recibir merecidos homenajes del mundo del fútbol, entronizados por una Fifa que quiso desde el principio de la gala dejar en claro que este año el Mundial de fútbol se jugará en el país que más ha aportado en términos deportivos al crecimiento y consolidación del balompié en su historia.
En otras palabras, la Fifa sabía que poner a brillar a los mejores era ponerse a brillar a ella misma. Así es como esa poderosa y multimillonaria Asociación futbolera ha llegado a convertirse en una de las más influyentes instituciones del mundo, hasta el punto de que en la mayoría de los países en donde ella tiene afincado su poder valen más las reglas de juego de Fifa que las de la propia nación anfitriona. Es decir, la Fifa es un Estado paraestatal, con una fortuna que nadie es capaz de calcular por temor a equivocarse. Tiene tanto dinero que en los últimos quince años, según su propia página web (www.fifa.com), han invertido en desarrollo de sus proyectos en varios países la bobadita de mil millones de dólares.
«Brasil es la selección que más títulos ha ganado en la historia de los mundiales», citaba el título de un video proyectado durante la ceremonia. «Pelé es el único jugador que ha ganado tres títulos mundiales», dijo Joseph Blatter, presidente de la Fifa, para entregar con sólidos argumentos el único trofeo que le hizo falta en su carrera deportiva a Pelé: el Balón de Oro; título que no le dieron porque en la época de su vigencia este solo se entregaba a jugadores europeos. Todos, de todas las latitudes, se levantaron para aplaudir al que es considerado «El embajador planetario del fútbol».
Y, para hacer más planetaria la ceremonia, esa noche también se entregó con sobrados destellos el Balón de oro a la mejor jugadora de fútbol del año 2013. En este título, ni en el mejor gol del año, no se llevó la corona una persona oriunda de Brasil, a pesar de que en ambos tenía sendos candidatos, ya que Marta, del país carioca, es la quíntuple ganadora del Balón de oro y era firme aspirante a uno más, pero lo ganó la cancerbera de la selección Alemania, Nadine Angerer. Tampoco ganó Neymar al mejor gol, ya que lo recibió un alegre pero a la vez desconsolado Zlatan Ibrahimovic, goleador sueco que pese a hacer la más bella de las anotaciones del año no podrá asistir al mundial porque su selección cayó eliminada en repechaje contra Portugal.
Uno de los momentos más bellos fue el cierre con broche de oro a la carrera como técnico del alemán Jupp Heynckes, que lo ganó todo con el Bayern München y luego le dejó en bandeja el equipo al nuevo técnico, Pep Guardiola. Heynckes recibió, por encima de Alex Ferguson (Inglaterra) y de su compatriota Jurgen Klopp, el Balón de oro como mejor técnico.
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Conclusión: Al final de los destellos quedó en la retina la sonrisa llorona de Cristiano Ronaldo, el rojo rojísimo del traje de Messi y la «amarela» de Brasil. Pero también quedó la sensación negra, como el color que domina la bandera de Afganistán, de que desde cuando el fútbol existe oficialmente se ha usado y se sigue usando para fines políticos más allá de lo deportivo. Lo hizo Italia como mecanismo político. Lo hizo Argentina para tratar de tapar los crímines de la dictadura militar. Lo hizo Hitler (quien además organizó unos Juegos Olímpicos para ostentar la presunta superioridad de la raza aria, pero lo humilló un negrito llamado Jessi Owen), lo hizo la reina Isabel II, lo hizo Franco; y en Colombia lo hacen Ardilla Lülle, los Char… y a punta de asesinatos los hicieron mafiosos como Pablo Escobar y Rodriguez Gacha.