A la decisión del Procurador Alejandro Ordóñez, de destituir al alcalde de Bogotá, le salió al ruedo el Tribunal Administrativo de Cundinamarca, que suspendió su fallo por una tutela.
Por Jorge Sarmiento Figueroa – Editor General
Yamid Amat, quizás el más curtido de los periodistas vivos en Colombia, le preguntó al Procurador en su programa de entrevistas: «¿Usted no destituye a Gustavo Petro de la Alcaldía de Bogotá, y lo inhabilita por quince años para ejercer cargos públicos o contratar con el Estado, por cometer un delito?». – No-, respondió con fuerza el Procurador: -Yo fallo en su contra por razones administrativas que causaron despilfarro en los dineros del Estado. Cuando él actuó en el tema del manejo de las basuras lo hizo tan improvisadamente, desobedeciendo procedimientos administrativos de sus funciones como Alcalde, que la Procuraduría, sin que esto tenga nada ver que con un delito sino con gestión de la administración pública, se dio cuenta que Petro merecía ser destituido-.
Yamid Amat volvió a preguntarle: «¿Es decir que el Alcalde no cometió un delito?», y la respuesta de nuevo fue: «No».
Más allá de que Yamid Amat no le preguntó a Ordóñez cómo fue que ‘Pacho’ Santos y otros interesados se enteraron de su decisión de destituir a Petro antes de ser pública, algo que sí daría para configurarse incluso en delito, el periodista acertó en reiterar la pregunta en torno a lo que se presenta hoy como la esencia del debate Petro-Ordóñez: ¿Tiene la Procuraduría General de la Nación el poder para destituir e inhabilitar a funcionarios públicos elegidos por voto popular, aún sin que medie la causal de un delito?
Esta pregunta es la misma que se acaba de hacer el Tribunal Adminstrativo de Cundinamarca para suspender de manera provisional, mientras estudia a fondo el caso, el fallo de la Procuraduría, aceptando así una tutela interpuesta en defensa de Petro por el ciudadano José Gotardo Pérez.
Lo que piensa el Tribunal es que «No puede el Ministerio Público tener la competencia para investigar y sancionar a los servidores públicos elegidos popularmente (…) están investidos por un poder soberano directamente otorgado por el pueblo a través del voto popular, por lo que solo el pueblo puede desinvestirlos».
A Petro le convienen las elecciones
Así las cosas, a Petro le convendrían ahora hasta las votaciones para su revocatoria, que fueron convocadas y luego canceladas por la Registraduría por el fallo de la «ía» que maneja Ordóñez. Esto debido a que su imagen se encuentra en lo más alto del fervor popular, gracias a que la opinión pública capitalina ve en él la pelea de un David bíblico, pequeño, debilucho, desarmado e izquierdoso, pero valiente, frente a un Procurador que se ha encargado de parecerse a un Goliat grandulón, bien armado, cruel y demasiado osado con su poder.
Lo cierto es que ninguno de los que se enfrentan es un pintado en la pared. Petro sabe más de política que de gobierno, es decir que aprovecha mejor la plaza pública, las arengas, las multitudes, los votos, el poder de masas del pueblo, a la vez que a demostrado su ineptitud para la administración, la gestión, la ejecución de proyectos. Y eso, en momentos calientes de política electoral como la que vive Colombia actualmente, lo pone en el mejor escenario para agitar su nombre como si fuera un candidato ganador y no como un Alcalde perdedor, que es lo que en realidad ha sido, por su ineficiente gestión, sea destituido o no.
Para los que hacen votos en la pelea entre Ordóñez y Petro como si se tratara de un ring de boxeo o una tarde de toros, o una escena de la Biblia, no se nos puede olvidar que alrededor de estos dos personajes lo que ocurre es un enfrentamiento real entre los poderes corruptos que tradicionalmente se han repartido a dentelladas el presupuesto de Bogotá, que al fin y al cabo es la capital del país y es la que debería llevar las riendas del buen gobierno y de la proyección internacional de una Colombia institucional y democrática.
Este mal ejemplo de Bogotá no tiene buenos en la izquierda ni la derecha, no tiene ganadores. Es al fin y al cabo una muestra de lo que resulta cuando en un país los poderes crecen demasiado en las personas y no en las instituciones, porque si Ordóñez gana, sálvese quien pueda después; y si es Petro el que gana, cualquiera en lo sucesivo hará lo que le venga en gana en nombre del voto popular, sin dios ni ley.
Ni qué decir del tamaño que tiene Bogotá como capital de Colombia: esta pelea intestinal tiene a las demás ciudades haciendo manifestaciones y cábalas mediáticas para ver qué ocurre. Al fin y al cabo, lo que pase 2.300 metros más cerca de las estrellas tiene su impacto hasta en el desierto.