Los Chaparrines eran los hermanos Víctor, Mario y Augusto Saquicelas. Marcos Pérez tomó algo del tumbao del argentino-norteamericano Bob Canel. Esas voces impostadas con olor a naftalina.
El Rincón del Búho
El libro de Álvaro Ruíz Hernández, ‘Al aire: época de oro de la radio en Barranquilla’, además de ser un admirable documento histórico de necesaria consulta cada vez que se quiera hablar o escribir del tema, tiene el indiscutible valor de estar escrito en una prosa agradable y con un nivel literario de primera línea. Se lee de un tirón. Como suelen leerse los buenos libros.
Sin embargo, tiene algunas pequeñas minucias que es bueno complementar. Como diría don Chelo De Castro, pruebas al canto. No es cierto que Marcos Pérez Caicedo estuviera totalmente alejado del fantasma de Bob Canel, el legendario narrador beisbolero de las Grandes Ligas norteamericanas. El argentino nacionalizado gringo tuvo una notable influencia en el estilo de Marcos Pérez, aunque hay que reconocer que el hijo epónimo de Calamar, “Marquitos”, como le decía su abuelita antes de que cogiera su guitarra y se fuera a Cartagena a formar un dúo de boleristas al lado de Bob Toledo (Roberto Basmaggi), tenía su tumbao. Marcos, sin duda, nació con un enorme talento para la radio. Pero de que le cogió mucho del bailao al argentino-gringo, no hay duda.
«Te olvidé» por borracho
Alberto Fernández, uno de los hijos más famosos de Atanquez (Cesar), no estaba pautado, en principio, para ponerle la voz a ‘Te olvidé’. José María Fuentes, mejor conocido como ‘El Curro’ por ser el menor de los hermanos Fuentes de Cartagena, había contratado previamente al tumaqueño Tito Cortez. Pero el día anterior, con el adelanto que le dio el dueño de Discos Curro, se fue a un burdel bogotano por Las Tres Cruces y se pegó la juma de ayer, de hoy y de mañana. No pudo levantar cabeza. Antonio María Peñaloza, el director de la orquesta que estaba parqueado desde hacía tres semanas para grabar, peleando turno, cascarrabias eterno, le dijo a ‘El Curro’: “ya yo me mamé de esta vaina, tú sabes que aquí en los estudios de Radio Continental los turnos para grabar hay que conseguirlos a trompada limpia. Yo me la juego con Alberto Fernández, que está por ahí para hacerle coros a una agrupación argentina. Vamos a grabar con él”. A regañadientes, José María Fuentes aceptó la decisión de Peñaloza y Alberto Fernández fue quien coronó con esos dos temazos (porque además grabó el segundo tema del sencillo ‘La danza del torito’), que 60 años después siguen sonando, como dice Álvaro Ruiz, desde cuando recogen cada año los arbolitos de Navidad y Año Nuevo.
Víctor, Mario y Augusto ¡Los Chaparrines!
Buena cosa que Álvaro Ruíz hubiese recordado a esos gigantes del humor en aquella bella época de la radio local y nacional. Nombres como los del antioqueño Montecristo, el chileno Everth Castro y los ecuatorianos Los Chaparrines.
Sólo que Álvaro, tal vez por los afanes de no extenderse porque las editoriales le advierten al escritor que el papel está muy caro, se quedó corto en la semblanza de los ecuatorianos. Ellos eran Víctor, Mario, Augusto y Enrique Saquicelas. Hijos de José y Eloisa Saquicelas. Toda la familia era integrante de un circo. José era el payaso y la esposa la trapecista, y los muchachos hacían de todo un poco.
El circo vino a Colombia. Rodó por varias ciudades del país, incluida Barranquilla y anclaron en Bogotá, en donde gracias a su chispa para el humor, pronto encontraron cabida en una de las grandes cadenas radiales. Por su baja estatura, se autobautizaron Los Chaparrines, que hicieron célebres los personajes de Mamerto, Juanito y hermano Lechuga, representados por Víctor, Mario y Augusto. Enrique, el menor, era el libretista. Excelente para escribir esos libretos. La familia se quedó a vivir en Bogotá.
El viejo José murió atropellado por un carro, la señora murió de un coma diabético; Víctor murió en un accidente de tránsito; Mario y Augusto, de deficiencias cardíacas y renales. Sobrevive Enrique, haciendo los libretos para el programa “Picardía” que se emite por Radio 1.500 de lunes a viernes a las siete de la noche.
Y por último, en un acto de nobleza, Alvarito Ruíz elogia en exceso la voz de Leoniditas Otálora Arango, el hijo mayor de don Leonidas Otálora Gómez. Era una voz demasiado impostada. Nada natural, como la de un Abel González Chávez, Marcos Pérez, Roger Araújo. Es como la voz rebuscada de Rafael Páez Rodríguez. Son voces que huelen a naftalina en estos tiempos en que las exigencias de las tendencias es que todo sea lo más natural del mundo. Bueno, no todo, porque los cirujanos plásticos cada día son más millonarios con tanta vaina postiza por delante y por detrás.