Crónicas

El pueblo más bonito de Colombia

Cuando se llega al municipio de La Playa de Belén, en Norte de Santander, uno tiene la impresión de que llegó a un pueblo perfecto, en donde no sobra nada, como si hubiese sido dispuesto por una mano maravillosa.

Por Adlai Stevenson Samper – Chacharero

Casi un decorado escenográfico en sus cuatro calles y escasas 8 carreras, en el marco de un paisaje de montañas y extensos sembradíos.unnamed

Una población extraviada de las rutas, pues se encuentra a 45 minutos de Ocaña, en una desviación de la carretera a Cúcuta, tomando una angosta vía coronada al principio de algunos inquietantes abismos, curvas cerradas y puentes entre las montañas, hasta que desemboca felizmente en el extenso valle en donde antaño habitaron los indios patatoques, aratoques, aspasicas, borras, curasicas y peritamas.

Es una verdadera delicia recorrer, con alguna placidez concertada de disposición de tiempo, ese valle parcelado con cultivos de cebolla, ají pimentón, cebollín y tomate, dominados por pequeñas casas campesinas en donde se expenden cuajadas, quesos, brevas y dulces en medio de una parafernalia colorida de todo tipo de flores, algunas de ellas verdaderamente gigantescas. Una especie de exagerado edén florido.unnamed (4)

Al final se encuentra el municipio de La Playa de Belén, ubicado en la mitad de las formaciones rocosas de Los Estoraques, altas montañas erosionadas desde hace 4 millones de años que forman extrañas esculturas y que por sus singulares características geológicas fue declarado Parque Nacional.

Algunos le encuentran similitud con el Cañón del Colorado en Estados Unidos. Para mí, parece un reflejo natural del sobrecogedor paso del tiempo labrando con agua y brisa su recorrido en las rocas y en donde bien se hubiese podido inspirar el arquitecto Antonio Gaudí para su Catedral de Barcelona.

Son esas mismas antiguas figuras a las que el poeta Eduardo Cote Lemus le compondría una de sus visiones: Los Estoraques. En uno de sus versos intenta explicar la índole de su construcción: “El viento suena, suena el viento/ el viento suena y la erosión golpea en los ojos del tiempo/ que aquí nunca vieron ciudades/sino a los árboles de arena”.

unnamed (3)Todas las calles de La Playa están empedradas a la usanza antigua. Las casas rigurosamente blancas e inmaculadas brillando ante la luz del sol que se cuela por el espacio de sus callejuelas. Todas llevan una franja terracota en su parte inferior que recorre irregular cada vivienda, apenas interrumpida por el paso de las pesadas puertas de madera marrón que ostentan a sus lados floreros naturales de bienvenida.

Arriba, los tejados coloniales repletos de musgos. Los negocios tienen avisos especiales labrados en madera presentando sin mayor ostentación su carácter comercial. Es comprensible esa especie de respeto publicitario en un pueblo de escasos 800 habitantes en su casco urbano, en que todos saben dónde quedan las tiendas y quién es su propietario señalando las horas de despacho y cuál su especialidad sin mayores prosopopeyas de anuncio.

La mayoría de los pobladores lleva los apellidos Arevalo y Claro; lo cual los convierte, en el fondo, en una especie de amplia parentela. Es más, cada uno de los habitantes sabe en dónde vive el resto, excepto la despreocupada juventud que pretende imponer un ritmo urbano que la población no tiene circulando en motocicletas con cierto desaliño. Escasas, es cierto, pero insidiosas ante la belleza histórica de la población que flota en una especie de calma chicha en sus mínimos detalles urbanísticos.

unnamed (1)El clima de 20 grados favorece las caminatas por las calles del pueblo que se recorre en menos de media hora sin mayoresunnamed (2) afanes, para saborearlo en toda la belleza de su arquitectura y comprender porqué fue declarado por el Ministerio de Cultura entre las 10 poblaciones de la Red de Patrimonios Nacionales.

Allí se encuentran la Playa de Belén, Honda, Barichara, Girón, Lorica, Monguí, Mompox, Salamina de Caldas, Santa Fe de Antioquia y Villa de Leyva. Los playeros conocen y valoran esta distinción y dejan que el visitante se tome sus espacios con toda la tranquilidad del mundo, aunque no permiten que el orden urbano se trastoque con basuras o griterías.

Quizás uno de los cementerios más poéticos del mundo lo tenga La Playa. No se encuentra al final o a la vera de su casco urbano sino encima de todos, cerca al poético cielo, incrustado en el corazón mismo de Los Estoraques. Se sube por un empinado camino que parte desde la misma iglesia. Arriba, encaramado mirando y respirando el aire puro de las montañas con unas tumbas que dominan desde las alturas la vida misma del pueblo. Total silencio, solo cortado por la gélida brisa que sopla desde la cordillera y mueve mansamente los arrayanes, encenillos, chaparros y guayabos.

La lluvia cae lenta y obliga al refugio en una tienda de esquina, frente de la pequeña plaza en donde se expenden calientes empanadas con agua de horchata. Al rato, se deshace el sereno y cae un plácido sol de venados que medio calienta las buganvilias que cuelgan de tapias o saltan airosas de los patios a depositar sus flores de colores en las angostas callejuelas.

Una placida vida dentro de un hermoso pueblo metido en las montañas. El poeta Jorge Serna describe el espíritu que vive en cada uno de los pobladores de San José de La Playa de Belén en unos versos suyos: “Quién no es una iglesia, parte de un monumento o el polvo suspendido en un hilo de luz que penetra por el hueco de un salón?/ A veces creo que voy, pero en verdad me llevan / Ese soy yo, la prolongación de mi ciudad”. Pa

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