Se había impuesto otro reto en la vida: llegar hasta donde Radamel Falcao y entregarle una de las caricaturas que Omar, su hijo menor, le había pintado. La tildaron de ‘ilusa’.
Escrito por: Uchy Figueroa Turcios Especial para lachachara.coMuchos vecinos y familiares se rieron de su ilusión. Pero eso mismo le dijeron en Corozal, pueblo donde vivió muchos años y tuvo a sus ocho hijos, cuando echó en un camión materas, muebles, ropa y se fue para Barranquilla, en 1980, a la caza de de otro objetivo: entregarnos la mejor herencia inagotable: el título de profesional.
Llegó estropeada por el largo viaje por esa carretera semi-destapada, pero cargada de ilusión. Acampó en una casa a medio hacer, rodeada aún de monte, donde prácticamente aterrizaba, en ese entonces, el norte de Barranquilla.
Nunca se quejó y trató de organizarlo todo. Sin lujos y con mucho entusiasmo buscó aquí y allá dinero para cinco matrículas de universidad.
No sé cómo hizo, pero lo logró. En casa ayudaba, no a lavar platos ni a cocinar, sino a las tareas de las universitarias: retorcía telas para el batik, urdía hilos y monitoreaba radio para que a su yerno Rafael Sarmiento Coley (en ese entonces periodista de El Tiempo), no lo “chiviaran”.
Cuidó a sus primeros nietos para que Nira, su hija mayor, acudiera a los salones de clases sin afanes.
Buscó siete veces la mejor pinta para ir, en diversas fechas, a los teatros de las universidades a ser testigo de la entrega de los respectivos diplomas.
Solo le faltaba el título del último hijo, el de Omar, quien se rehusaba a terminar la carrera argumentando que nada tenía que ver con lo que le gustaba: dibujar caricaturas.
El grado con la Selección
Pero el martes buscó la manera de alcanzar su meta. Se puso el vestido de encaje, retocó sus carnosos labios, calzó las zapatillas y le pidió a su nieto mayor, Rafael Filocaris (de quien ella fue prácticamente su partera en la Clínica San José de Bogotá y luego su nana día y noche), que la llevara hasta el hotel donde se hospedaba Falcao.
Con una sonrisa pícara asintió y la orden fue cumplida. Bajó del automóvil, se dirigió a la recepción y preguntó por el número 9 de la Selección.
Ante la respuesta de: siga, su nieto abrió los ojos como interrogándose ¿cómo lo hizo? De inmediato le entregó su celular para que se hiciera tomar la foto.
Entró al hotel y ahí, efectivamente, la esperaba Radamel Falcao García. Lo saludó con mucha emoción, pero serena. Le sacó dos caricaturas: una se la regaló y la otra hizo que estampara su firma.
Narciza Turcios Sebá entregó el teléfono al botones que la acompañó para que le tomara la foto.
Acomodó la media cartulina de tal manera que la caricatura y el autógrafo se vieran perfectamente como mostrándole al mundo el otro diploma que esperaba con ansias: el de su hijo menor.
Salió y de inmediato su nieto publicó la foto en Facebook en donde se activaron los “Me gusta” y decenas de comentarios que aplaudían su gran hazaña, el golazo de la Turcios, una mujer ejemplar, con una vitalidad y audacia que envidiaría cualquier muchachita de 15.
Nota: esta crónica es dedicada a un héroe anónimo en el hotel Sonesta de Barranquilla a quien la familia Figueroa Turcios y Sarmiento Figueroa le deben una inmensa gratitud.
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