Por Rafael Sarmiento Coley
En el Festival Vallenato, como en todas las historias, suceden episodios extraños e inverosímiles tras bambalinas.
Durante años, como enviados especiales de los periódicos barranquilleros Diario del Caribe y El Heraldo, y El Tiempo de Bogotá, estuvimos en los entresijos de la Plaza Alfonso López.
Es un evento que despierta muchas pasiones debido a que cada día es más cotizado como plataforma de lanzamiento de acordeonistas, cantantes, compositores, verseadores (término que la Real Academia no ha querido admitir), cajeros y guacharaqueros.
Por esos tiempos los generosos anfitriones de los personajes importantes que venían de Bogotá y otras ciudades eran doña Paulina viuda de Castro Monsalvo, Iván Gil Molina y Roberto «El Turco» Pavajeau. Y, por supuesto, los hoteles de la ciudad, en especial el «Sicarare».
Para la final de la muy disputada categoría profesional el jurado estuvo conformado por Alberto «Beto» Rada (hijo del llamado padre del acordeón, Pacho Rada), Omar Geles y el boyacense Álvaro Mendoza, colocado allí por lambonería de la entonces «dueña» de la Fundación de la Leyenda Vallenata, Consuelo Araújo, porque les había dado un buen dinero como patrocinio para el evento.
Fué una competencia dura y pareja entre los finalistas Alfredo Gutiérrez y Juan David «El Pollito» Herrera. Por supuesto que Gutiérrez se lo llevó en banda, tal como lo proclamó el reverendo público.
Pero ocurre que Beto Rada le había dado a «El Pollito’ Herrera tres canciones para que se las incluyera en el próximo trabajo discográfico que grabaría; Omar Geles de tiempo atrás tenía roces con Alfredo Gutiérrez.
Y Álvaro Mendoza, que nunca en su vida había escuchado un Vallenato porque, según confesó por esos días previos en una entrevista radial, sus preferencias era la música carranguera y «Pueblito viejo».
Además, fué hospedado en casa de Hernadito Molina Araujo, hijo mayor de Consuelo, la inolvidable «Cacica». El único jurado imparcial era Raúl «El Chiche» Martínez.
El impecable son que interpretó Alfredo Gutiérrez fue «Mí muchachita» de la autoría de Alejandro Durán.
Los anfitriones de Álvaro Mendoza, tan pronto llegó a Valledupar le entregaron una grabadora con casettes de música vallenata clásica para que escuchara la música sobre la cual calificaría a los intérpretes. Y le explicaron hasta el cansancio la diferencia entre el paseo, el son, metengue y la puya.
El secretario del jurado fue Iván Gil Molina.
Y un periodista amigo era el alter ego de la secretaria general de la Fundación de la Leyenda Vallenata Cecilia «La Polla» Monsalve. Por lo que tuvo acceso directo a las hojas del Jurado.
Estaba escrito en forma clara y nítida que los jurados Rada y Geles (por los motivos antes descritos), votaron por «El Pollito» Herrera. Y Raúl «Chiche» Martínez votó por Alfredo.
Cuando el secretario del jurado revisó las tarjetas de votación vió que Álvaro Mendoza descalificó a Alfredo Gutiérrez porque » se equivocó al tocar un paseo como si fuera son». Cuando el secretario le explicó que todo el mundo en la plaza estaba de acuerdo que el de Alfredo había sido el mejor son. Álvaro Mendoza le contradijo: «Pero es que aquí en la carátula dice que es paseo».
El secretario le explicó, aunque ya era muy tarde, que ahí estaba el talento de un músico que podía convertir una sinfonía de Beethoven en un bolero. Mendoza quedó viendo un chispero. Pero ya era muy tarde.
Por ese tipo de circunstancias es que a lo largo de la historia del Festival han sido coronados reyes intrascendentes, insípidos y con inocultables limitaciones. Acordeonistas del montón, que no trascienden ni mucho menos dejan un legado para la música colombiana.