
Por Jorge Guebely
Propaganda sionista, cine lacrimógeno. La más reciente de la saga del mismo género: El pianista, El niño del piyama a raya, La zona gris… Uso y abuso publicitarios del inhumano holocausto judío para ocultar aún más el rostro de una élite poderosa de banqueros y empresarios. Productos con calidad cinematográfica, de poderosos contrastes emocionales, de terribles victimarios e indefensas víctimas judías.
Trabaja un doble relato. Uno explícito: el ficticio arquitecto László Tóth, liberado de un campo de concentración, cae en una democracia decrépita, la norteamericana. Los dos sistemas lo victimizan. Y otro relato implícito: solo lo salva el retorno a Israel, la bíblica tierra prometida.
Bandera sionista ondeada desde finales del XIX, consolidada en la primera guerra mundial europea con el tratado Balfour en Inglaterra. Tratado consultado con un Rothschild, poderoso judío; de geopolítica perversa: Israel estaría en tierras palestinas e Inglaterra aseguraría el Canal de Suez.
No devela esta película, ni las otras, el origen del infame holocausto. La codicia de la élite judía, sus banqueros, los Rothschild. Su maquiavélica actividad comercial: financiar guerras en ambos bandos.
Normal colegir del público tratado Balfour, uno privado: desfinanciar a Alemania, única explicación de su repentina derrota a pesar de ir ganando en el frente de oriente. Su peor revés, el de Versalles. La conminaron a pagar el desastre bélico. Horrendo matoneo político, origen de resentimientos nacionalistas y de la Alemania hitleriana.
Tampoco explica el ardid político de la élite hebrea: llamar judío a todos sin diferenciar desigualdades económicas, el pobre del rico, el arquitecto László Tóth del barón de Rothschild o el banquero Rockefeller.
En su demencia genocida, Hitler arrasó con judíos de veredas y barrios. Jamás uno de alta alcurnia entró a sus campos de concentración. Como en Colombia, jamás un hijo de Uribe irá al frente de guerra; para eso existen: los negros, los indígenas y los pobres.
Tampoco la élite se preocupó por los judíos de barrios y veredas; ni la de antes, ni la de ahora. La de antes suministró el gas Zyklon B, el utilizado en los hornos crematorios, por una empresa de Rockefeller. La de ahora, utiliza a los secuestrados por el incoherente grupo Hamás como justificación de guerra. Solo les interesa la confrontación, resulta un gran negocio, produce enormes dividendos y amplia las fronteras.
Miente la película, Israel no es la bíblica tierra prometida, sino el purgatorio para sus habitantes y el infierno para los palestinos. Como la Alemania de Hitler, la Israel de Netanyahu es otra vergüenza más para la especie humana, un bodrio humano.