No pocas veces nosotros creemos que lo contrario de la esperanza es la desesperación.
Por: Padre Rafael Castillo
Hoy la pérdida de la esperanza…es la desesperanza que lo penetra todo. En Cartagena, tanto en lo personal como institucional, percibimos un “desgaste” de la esperanza. Es razón suficiente para que el arzobispo haya declarado 2018 como el ‘Año de la esperanza’.
Hay rasgos que son evidentes y que se deben señalar: la actitud negativa frente a los proyectos buenos de la ciudad, así como el ver todo con una carga muy negativa. La imposibilidad para captar lo que es bueno y provechoso y que es parte fundamental del alma de esta ciudad. Gente que no es capaz de ver el lado positivo de las cosas, las personas y los acontecimientos. Para ellos todo está mal y es inútil. Lo triste es que, en esa desesperanza, de ver el vaso medio vacío, se malgastan las mejores energías.
A ello se le suma la pérdida de la confianza que hoy percibimos en las periferias de Cartagena. Aquí tenemos gente que ya no espera nada de la vida, ni de nadie. Tampoco de sí misma. Poco a poco ha ido rebajando sus aspiraciones. Se siente mal con ella misma. Y lo que es peor: es incapaz de reaccionar. Esta es la razón por la que tantas personas han caído en la pasividad, el escepticismo y la indiferencia.
Todo esto viene acompañado, casi siempre, de la tristeza. Se perdió la alegría de vivir. Nos vamos de rumba con “El Rey de Rocha” donde no faltan la champeta y el sabor, pero hay algo muerto dentro de todos los presentes. El mal humor, el pesimismo y la amargura están ahí. Nada vale la pena. Sólo queda dejarse llevar por la vida.
También tenemos mucha gente cansada. La vida se les convirtió en carga pesada. Falta empuje y entusiasmo, todo le cansa; y no me refiero a la fatiga de los coteros de Bazurto después de sus duras jornadas. Me refiero a un cansancio vital y a un aburrimiento profundo que nace desde dentro y que está acabando con todo.
¿Qué hay detrás de este desmoronamiento de la esperanza? El papa Francisco responde diciendo que “perdimos el camino de la vida interior y que el problema no es tener problemas, sino, no tener la fuerza interior para enfrentarlos”. Bajo la apariencia de sus fortalezas y murallas; de sus gestas heroicas y su belleza colonial; se esconde la debilidad sustancial que tiene la ciudad: se adelgazó la silueta espiritual de sus hijos. Y, aunque nos duela, debemos reconocer que esta es la raíz de nuestros miedos, inseguridades e inconsistencias. Es decir, de nuestra desesperanza. El papa tiene razón.
¡Ay de aquel que deje apagar el “ahumado candil” de la esperanza!, diría el Tuerto López en su ironía de ciudad.











