
Por Miguel Iriarte
Antes de que las nuevas corrientes intelectuales y académicas de la historia como disciplina, empezaran a producir entre nosotros sus primeros frutos a través de los nuevos materiales de los historiadores profesionales de la ciudad y del Caribe colombiano, don Alfredo de la Espriella, un hombre vinculado desde joven a los avatares locales de la cultura y el civismo en la ciudad de Barranquilla y del departamento del Atlántico, era sin duda la autoridad a la que los estamentos políticos, educativos y culturales de estos lares acudían para todo. Para los discursos ceremoniales de las posesiones, para las charlas y conferencias oficiales, para escribir los bandos del Carnaval, para ser la persona que sacara la cara por las administraciones locales en las ocasiones que así lo requerían, para ilustrar a los estudiantes y a todo el que pudiera, sobre las referencias históricas, sociales y culturales de esta ciudad, porque conocía las fuentes, los documentos y era o había sido testigo de excepción de muchos de sus procesos contemporáneos.
Había sido un ferviente animador y promotor durante décadas de la construcción de un nuevo teatro municipal, que al final terminó siendo el Amira de la Rosa. Y miembro gestor y obrero cultural del Centro Artístico, institución de recordadas ejecutorias. Había sido también, con Amira de la Rosa y para Amira de la Rosa, actor y libretista de un legendario grupo de teatro de esta ciudad que creó la escritora barranquillera en los años 50, y que ponía en escena su propia dramaturgia.
Fue pionero en la región de unas interesantes piezas escénicas denominadas “café conciertos” que hacían las delicias en nuestros salones sociales. Tenía una memoria extraordinaria que atesoraba secretos, episodios curiosos y múltiples anécdotas de la vida política, social y cultural de la ciudad y de la zona bananera, que manejaba en privado y muchas nunca aparecieron en sus exquisitas crónicas, muchas veces acusadas de edulcorada nostalgia.
Escribió y locutó con su voz teatral múltiples programas cívicos y culturales en Radio Cultural Uniatónoma. Era autor de varios trabajos que historiaban a su modo la experiencia de los teatros en la ciudad, el lenguaje coloquial de los barranquilleros y costeños, la memoria de la vieja nomenclatura urbana, la iconografía histórica de la ciudad y el Carnaval de barranquilla…
Esta manera de entender y de tratar la historia es probable que no haya sido plenamente valorada por esa nueva camada de historiadores que no entendieron cabalmente la importancia del mito y de la microhistoria, de alguna forma ajena, o en las antípodas, de los “rigores” en el hacer de los historiadores profesionales contemporáneos.
Pero don Alfredo representaba lo suyo indiscutible. Y desde luego, con todo este acervo informativo, su experiencia y sus contactos en las altas esferas locales, hizo posible una idea extraordinaria: la creación del Museo Romántico, para el cual fue depositario de una nutrida colección de objetos y documentos de muchas fuentes familiares e institucionales que conforman una extraordinaria memorabilia de la ciudad, que desgraciadamente nunca fue asistida por una mínima organización museográfica, y que hoy, desgraciadamente, está en imperdonable y dolorosa agonía.
Las autoridades de la ciudad nunca entendieron la importancia cultural de esta obra (ni de otras muchas). Sé de algunos intentos para salvarla. Pero ninguno ha servido para nada. Él era director vitalicio del museo por una precondición legal de la familia que donó su sede y esto impedía de algún modo inaceptable que el gobierno tomara cartas en el asunto. Pero era pura falta de voluntad política.
Esperemos que ahora que murió puedan por fin hacer algo.
¡Vaya en paz, don Alfredo, y perdone usted a tanto muérgano!