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Dolcey Gutiérrez, el mago de la música picante y recochera

Nacido en un hogar de hacendados y ganaderos, eran frecuentes las parrandas en la casa paterna en Nervití, corregimiento de El Guamo, Bolívar. Es una de las estrellas del XIII Internacional de las Artes. 

Por Rafael Sarmiento Coley

 

En esos tiempos (años 40 del siglo pasado), los ‘blancos’ del pueblo (así denominaba la clase popular a quienes tuvieran una buena finca y numerosas cabezas de ganado), para ocasiones especiales como fiestas patronales, cumpleaños, y hasta para celebrar que “ha comenzado a llover y los campos recuperarán el pasto para las vacas”, se contrataba a los acordeonistas de moda: Luis Enrique Martínez, Alejo Durán, Juancho Polo Valencia, Carlos Araque, Germán Serna, Geño Gil.

Nervití. El pueblo era pequeño. Es pequeño aún, corregimiento de El Guamo, Bolívar. Allí nació Dolcey el 23 de octubre de 1941. Este mismo Dolcey Gutiérrez quien será una de las atracciones del XIII Carnaval Internacional de las Artes que organiza la Fundación La Cueva, y quien en la primera mañana de este martes sorprendió a los pasajeros de uno de los buses de Transmetro, con su acordeón terciado y cantando a capela.

Dolcey Gutiérrez, tocó su acordeón, cantó y concedió una rueda de prensa. Lo acompañan el gerente de Transmetro Ricardo Restrepo y el escritor Efraim Medina, codirector del Carnaval de las Artes.

En una casa de árboles frondosos en un patio inmenso que bien podría convertirse en la ‘caseta del pueblo’, el niño Dolcey Gutiérrez De la Cruz aguzaba sus oídos para llenar su cabeza de las mejores notas de los exponentes de lo que en ese momento de la historia de la música colombiana se consideraba “música pueblerina, para que baile y se emborrache la peonada, los vaqueros y jornaleros. O como decían las señoras dedito parado: ‘música plebe para oídos pervertidos’. Cosa rara, tanto que criticaban la música de acordeón, y hacia la media noche, cuando los maridos estaban en tres quince o ‘ajumaos’, eran las primeras que salían al ruedo a bailar”.

Desde luego que quienes contrataban (y pagaban) a esos juglares que vienen y van por la geografía del Caribe colombiano, eran quienes más gozaban de las coplas que les dedicaban esos músicos primitivos y auténticos.

Por supuesto…la primera canción que interpretó Dolcey Gutiérrez, el único buen músico que ha dado Nervití, fue ‘Cantinero sirva trago’.

Papá se puso guapo

Rufino, el hermano mayor de Dolcey, compró un acordeón Honner de tres teclados. Lo tocaba a escondidas porque el padre no quería que ninguno de sus hijos le saliera “borrachín y sin fundamento algunos. Sobre todo, porque ya uno de los hermanos mayores, Pedro Gutiérrez De la Cruz, se distinguía como uno de los mejores alumnos de medicina, hasta el punto de haber sido becado por la Universidad. Lo que entusiasmó mucho más al padre, quien así se llenó de razones para impedir que alguien de su prole se dedicara a la música de jornaleros.

Pudo más la terquedad de Dolcey que los azotes del padre para disuadirlo “de esas locuras de meterte a músico. Eso es una vergüenza para la familia”.

Como muchos de sus colegas lo hicieron en sus comienzos, esta vez Dolcey Gutiérrez sorprendió y alegró a los pasajeros de uno de los buses de Transmetro.

Con el fin de intentar alejarlo por siempre y para siempre de seguir los pasos de juglares con fama y sin fortuna, lo enviaron a los mejores colegios de Barranquilla (Colegio Americano y Fernández Baena, Biffi…), más todo era en balde. El muchachito travieso se rajaba en casi todas las materias. La única nota que sacaba bien alta era la música. En un último intento por “enderezar a este muchacho travieso” lo matricularon en el mejor colegio de Cartagena, ‘La Esperanza’, de propiedad de una familia española de aquellas acostumbradas a castigar con regla y látigo.

El papá se emberracó con el terco Dolcey, y, admitiendo su derrota, le dijo, una mañana mientras tomaba el café viendo ordeñar unas 50 vacas de su numeroso hato, “no te voy a decir más nada. Haz con tu vida lo que quieras…¡eso sí, lejos de mi vista!”.

“Para mí aquello fue muy, muy doloroso. Más yo tenía la seguridad de que me iría bien con la música. Eso era lo mío. Y cuando me vine para Barranquilla, suelto de madrina, le solté la rienda al acordeón”.

“Me dolía un poco porque había dejado a mi papá guapo. Yo me dije: tengo que demostrarle a mi viejo que no seré un musico borrachón, y así fue”, dice Dolcey hoy con la satisfacción de quien ha matado el tigre que se comía las vacas del corral.

Una línea musical distinta

En la medida en que avanzaba en la música, florecía el amor y los retoños empezaron a multiplicarse. Dos por aquí en unión libre; luego una novia de ojos ensoñadores lo atrajo con una fuerza descomunal. Tuvieron dos hijos de ese matrimonio legítimo. Y así, de dos en dos llegó a completar la decena de “dolceicitos”.

“A veces tenía dudas. Sufría con la emputada de mi padre, que no me hablaba. Hasta cuando, como mandado de Dios, me inspiré con el primer tema que grabé en 1963 (a los 22 años, todavía muy muchacho). Ese primer tema, que todavía la gente lo pide en cada presentación mía, es ‘Cantinero sirva trago’, también conocido como ‘Parranda en tecnicolor’. Y ese fue el motor que me puso a volar en el panorama musical colombiano. Enseguida me llamaron de discos Sonolux, CBS, Discos Tropical, Discos Fuentes. No me desesperé. Pensé: ‘Ya voy llegando a donde quería llegar’. Y fue así como surgieron otros grandes temas que todavía tienen vigencia: ‘La picada comelona’, ‘Ron pa’todo el mundo’, ‘La huesera en televisión’ y ‘La chupa’, un tema jocoso, de doble sentido, que nació de una manera inocente, un día que, viniendo de tocar una verbena, se estrelló contra un árbol. Todo turulato salió del carro. Lo primero que se le ocurrió fue llamar a un mecánico amigo a quien apodaban ‘Tornillito Eléctrico’. Tenía una moto y a los cinco minutos estaba valorando los daños que había sufrido el carro de Dolcey.

“Con la mayor tranquilidad me dijo: no es nada grave. Es que se te dañó la chupa y te quedaste sin frenos. Aquí a la vuelta hay un almacén de repuesto, cómprala”. Llegué al almacén de marras y me atendió unan señorita muy jovial. Vio el caucho que llevaba en la mano y dijo “¡AAh! Es la chupa”.

“Con la mayor inocencia, y sin pensar nada malo, le pregunté: por cuánto la chupa”, es decir, le estaba preguntando el valor del repuesto de la manera más sencilla. Y ella empezó fue a reír y a reír. Entonces fue cuando entendí que mi pregunta tenía doble sentido. Y apenas llegué a la casa, donde tengo un moderno estudio de grabación, me dediqué a darle forma a lo que sería uno de mis cinco grandes éxitos que me piden en todas partes donde voy”.

Con su estilo musical ha ganado dos Congos de Oro en el Festival de Orquestas y Conjuntos del Carnaval de Barranquilla.

Música picante, no vulgar

Dolcey Gutiérrez, Efraim Medina y Ruby Rubio. Una charla con el artista de la música picante, quien también respondió a numerosas inquietudes de los periodistas y entusiastas usuarios del Transmetro.

“Con frecuencia algún melómano me dice que cuándo voy a tocar música decente. Yo le respondo: Estás equivocado. No interpreto música indecente. Mis letras son ‘picantes’, de doble sentido, es cierto, eso sí, sin traspasar la raya de lo vulgar”, sostiene Gutiérrez, quien en el XIII Festival Internacional de las Artes será entrevistado por el connotado periodista Alberto Salcedo Ramos, quien, por supuesto, se ha gozado hasta el amanecer la música de doble sentido de Dolcey.

Sobre el autor

Director general de Lachachara.co y del programa radial La Cháchara. Con dos libros publicados, uno en producción, cuatro décadas de periodismo escrito, radial y televisivo, varios reconocimientos y distinciones a nivel nacional, regresa Rafael Sarmiento Coley para contarnos cómo observa nuestra actualidad. Email: rafaelsarmientocoley@gmail.com Móvil: 3156360238 Twitter: @BuhoColey
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