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De mitos y Miss Universo

Por Soledad LealChacharera [caption id="attachment_25230" align="alignright" width="200"]Paulina Vega, Miss Universo nacida en Barranquilla. Paulina Vega, Miss Universo nacida en Barranquilla.[/caption]

Suelo hacer con mis estudiantes un ejercicio que a mí me ha enseñado incluso más que a ellos mismos. Les pido que me digan qué es lo que más disfrutan de Barranquilla, pero no en abstracto, sino con cosas concretas, lugares o planes concretos. Por ejemplo, salir a caminar con una amiga (o). Después de dos o tres horas de depurar respuestas indefectiblemente terminan concluyendo que lo que disfrutan es que aquí están su familia y sus amigos, y que el “plan” más acostumbrado es encontrarse en un centro comercial de la ciudad. Las respuestas abstractas siempre ganan: la alegría, el ambiente, el Carnaval, la música, la brisa, la espontaneidad del barranquillero, y llegamos claro, nuevamente, la gente.

Cuando veía la transmisión de Miss Universo pensaba (aunque me maten): “sí, indudablemente Paulina es hermosa. Pero igual hay otras chicas lindas como España, Italia, Jamaica y Holanda. Lo que hace a Paulina muy, muy, destacable, es su alegría, su espontaneidad y ese “tumbao” al caminar”. Creo que esta niña ganó por esa conjunción de atributos: belleza y personalidad. Y tal reflexión me llevó a los chicos, a mis cientos de estudiantes a lo largo de estos años, quienes suelen poner de relieve esta condición del barranquillero.

Amparados –o más bien, agazapados- en esa alegría, en ese ritmo, en ese ambiente cálido y de fresca brisa, nos hemos ocultado a las otras realidades duras, que han terminado convirtiéndose en mitos: ¿ésta es una ciudad acogedora, amable, con sus habitantes? Los urbanistas y arquitectos nos dicen lo contrario: hay carencia de espacios públicos, es una ciudad “hostil” que desconoce al ciudadano y no está construida para su goce. Ni siquiera hay andenes decentes que permitan transitar tranquilamente por ella. No hay parques sombreados donde escapar del resplandor y del calor sin tener que “pagar” el rato comprando un jugo que no queremos realmente o incomodándonos porque nos limpian la mesa cuando el “consumo” se acaba en cualquier centro comercial. Lo cierto es que pagamos por el tiempo que pasamos sentados o hablando. Es una ciudad que no contempla espacios para la gente y que así como tantos años le ha vuelto la espalda al Río, también se la ha vuelto a sus habitantes. No existe el encuentro, el compartir solidario, sino que se ha comercializado el uso del espacio que debería ser público.

Y esta realidad, que derriba uno de los tantos mitos alrededor de la “amable” Barranquilla, explica en parte nuestro desbordado desorden: si no hay espacios públicos viene la insolidaridad frente a lo común, la destrucción de lo recién construido porque no hay apropiación de lo público; el irrespeto a la normatividad porque no se ha aprendido a reconocer y respetar al otro, es la cultura del yo contra el mundo, contra lo que no tengo y que sólo puedo tomar la fuerza.

Y debemos volver entonces a nuestros “refugios”: la exultante alegría por “nuestro” triunfo en Miss Universo, por una Shakira, por una Sofía Vergara, por un “Pibe” adoptado barranquillero. A todos ellos que representan lo intangible, nuestra alegría, nuestro modo de ser, no les permitimos ser humanos. Deben ser perfectos, deben ser un mito intocable para poder seguir viviendo en una ciudad edificada también sobre un mito. Si éstos se caen, se nos cae el castillo de naipes que hemos decidido construir.

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