
Por Ricardo Bustamante
Mi mamá acudía mucho a consultas médicas; yo de muchacho, creía y aseguraba, en baja voz, que esas visitas en exceso no tenían real justificación; en otras palabras, era ella una hiperfrecuentadora clásica a los especialistas.
Aparentemente, mi progenitora calificaba como hipocondríaca, teniendo en cuenta las constantes preocupaciones por su salud y, digo que en apariencia, porque, a estas alturas de la vida, considero que más bien lo de ella no eran padecimientos corporales, sino una compulsiva y sagrada admiración hacia la ciencia médica y los médicos de antes, aquellos de batas blancas y estetoscopio sujetados en el cuello, que atendían en consultorios refrigerados y de antesalas con modosas secretarias y con revistas para hojear, mientras le llegaba el turno de ser atendida.
Mi madre, alrededor de las nueve de la mañana de cualquier día, tomaba el auricular del teléfono para llamar a la secretaria del médico a apartar la cita. Eran los tiempos de los teléfonos fijos de color negro, de disco y cable, aquellos que debíamos esperar a que dieran tono, para luego meter el índice y llevar a la fuerza el disco hasta el extremo y esperar que este regresara solito. A la hora y día señalado mi mamá estaba allí en la sala de espera, vestida para la ocasión y atenta al llamado. A mi me gustaba acompañarla por razones confesables: primero por el confort que daba el aire acondicionado que en el clima cálido de Barranquilla era y es apreciado y ,por otra parte, por el olor de los consultorios, que por razones que desconozco, me eran agradables. Algunas veces entraba a la consulta con mi mamá solo para apreciar la ritualidad ordenada, esmerada y sin prisa del médico en la atención.
Ahora todo es distinto, el médico que nos atiende en las EPS, solo tiene veinte minutos para auscultarnos. De esos se le va 17 con la vista fija en la pantalla del computador y digitando, el restante tiempo, y por fin nos
mira a la cara, nos lleva a la pesa, nos toma la presión y nos entrega el recetario. No hay tiempo para nada mas. Yo salgo de estos consultorios muy triste y con pena ajena, pero no por mi, porque al fin y al cabo, me dieron lo que vine a buscar, salud y medicamentos, sino por los médicos que ya dejaron de ser, los de antes.