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Con Gabo se va la mejor parte del boom

Después de la salida arrolladora de ‘Cien años de soledad’  fue cuando el viejo continente y el mundo en general descubrió la nueva fuerza  narrativa.

Por Rafael Sarmiento Coley – Director

Gabriel Garcia Marquez[1]Exactamente a los 40 años de edad, el colombiano Gabriel García Márquez se convirtió en el más descollante miembro del que entonces fue considerado como el exclusivo club de los escritores latinoamericanos. Lo que se conoce desde entonces como el boom de la nueva narrativa universal.

A pesar de que antes había escrito y publicado “La hojarasca”, “Los funerales de la Mamá Grande” y numerosos cuentos, su Ópera Prima que lo lanzó a la fama mundial fue “Cien años de soledad”, que le cambió la vida, para bien o para mal, por siempre y para siempre. Para bien, porque a todo ser humano, por muy resentido o amargado que sea, le gusta la fama y el dinero. Y para mal, porque, en el fondo, Gabo, apelativo con el cual lo llamaron desde niño familiares y luego amigos y seguidores, era un ser solitario y pensativo.

Gabo, dibujado por Turcios

Gabo, dibujado por Turcios

Siempre declaró ser un hombre tímido. Lo cual le granjeó el concepto, algo erróneo por cierto, de que era una persona engreída y vanidosa. Al revés: era un mamagallista de tiempo completo y a quienes más solía hacerles pilatunas era a sus propios colegas periodistas. Travesuras que les hizo hasta después de muerto. ¡Venirse a morir un Jueves Santos cuando él sabía que ese día era descanso para casi todos los periodistas colombianos y del mundo católico! Por eso, aunque los medios estaban como jauría esperando su muerte, se cogió a casi todo el gremio con los pantalones abajo. ¡Ahí está el Gabo pintado!

Su periplo vital, tal como lo describen sus más autorizados biógrafos, entre ellos el inglés Gerard Martin, el francés Jack Girard y los propios hermanos de García Márquez Gabriel Eligio y Aída Rosa, tuvo los más increíbles sobresaltos. De niño consentido por su abuelo el general Nicolás Márquez y toda la familia, pasó a sufrir las verdes y las maduras en el  internado de bachillerato de Chiquinquirá, luego en la Universidad Nacional (en su fallida intención de ser abogado como lo pretendía a la fuerza su padre), retornó a la Costa Caribe en donde, de la mano del escritor y pintor sucreño Héctor Rojas Herazo, entró a El Universal de Cartagena y poco después se vino a Barranquilla a trabajar en El Heraldo.

Los biógrafos sostienen que Gabo vivió tres etapas importantes en su vida en Barranquilla. La primera fue cuando su abuelo el general Márquez obligó a sus padres a que trajeran al niño, ya de 6 años, a estudiar en “un buen colegio”. Ya había iniciado primaria en el colegio de la señor Ferguson en Aracataca.Gabriel García Márquez

En Barranquilla terminó la primaria y estudió primero y segundo de bachillerato. Ganó una beca y se fue a estudiar a Chiquiquirá.

La segunda etapa fue la más fructífera para afinar su oficio de escritor, aunque dura y difícil porque le tocó vivir en un edificio ruinoso, refugio de prostitutas y “cabrones de puta pobre”, tal como lo narra él en su  novela corta “Recuerdos de mis putas tristes”. En El Heraldo le pagaban muy poco por escribir su diaria columna La Jirafa, que firmaba con el pseudónimo de Séptimus, sin embargo, su principal labor diaria (que era revisar los cables del teletipo que en esa época eran breves como un telegrama, comentarlos y titularlos y escribir uno que otro editorial o comentario al margen), fue puliendo su habilidad, que no tenía, para titular. De paso, ese mundo de los cables nacionales y de los sucesos insólitos de la ciudad y la región, permitió moldear con precisión y algo de magia el perfil de sus personajes.

En la redacción del diario barranquillero desarrolló al máximo lo que lo haría famoso mundialmente: el realismo mágico. El taller en donde, como un carpintero, construyó pieza por pieza el mundo mágico de Macondo fue en Barranquilla, con la asesoría serena del Sabio Catalán (Ramón Vinyes), el huracán humano llamado Álvaro Cepeda Samudio que lo empujaba a leer cuanto libro nuevo le llegaba, más la lectura que en forma cotidiana la recomendaban lectores consumados como los maestros Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas y los vallenatos costumbristas de Rafael Escalona. Gabo admiraba mucho en Escalona la capacidad de describir toda una grandiosa historia en dos o tres estrofas. Una proeza insuperable. Una capacidad de síntesis que Gabo envidiaba, tanto así, que en más de una ocasión sostuvo que “Cien años de soledad” no era más que un vallenato de 450 páginas.

Y su tercera etapa fue la más feliz y fecunda. Después de haberla conocido en el pueblo de Sucre (en ese entonces departamento de Bolívar, hoy en el departamento de Sucre, zona de la Mojana), Gabo nunca jamás olvidó a Mercedes Barcha Pardo, que era una niña de doce o trece año cuando él, ya pasado de sus 20 años, sufrió una crisis nerviosa y se fue un tiempo a donde sus padres, que en esos momentos vivían allá.

La conoció en un baile. En una entrevista nos contó que le había encantado el cuello largo y de piel hermosa. Como el de una jirafa. De ahí el nombre de su columna.

Jose-Salgar-y-Gabriel-Garcia-Marquez

Jose-Salgar-y-Gabriel-Garcia-Marquez

No se volvieron a ver  más. Se escribían de vez en cuando. Gabo, entre tanto, hizo un extenso recorrido por Bogotá, Paris (corresponsal de El Espectador), una muy provechosa (periodísticamente) travesía por la exUnión Soviética, una estancia en  Nueva York con la agencia cubana Prensa Latina, un periplo en Venezuela al lado de Plinio Apuleyo por varios periódicos y revistas caraqueños.

Hasta que los padres de Mercedes decidieron venirse a Barranquilla, la ciudad pujante del Caribe colombiano, a proseguir con su negocio de farmaceuta. Por suerte para Gabo y Mercedes, la droguería la montaron cerca de La Cueva, se reencontraron, empezaron las visitas y pronto vino el matrimonio en la iglesia del Perpetuo Socorro, con Meira Del Mar, el maestro Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Quike Scopell,  Juancho Jinete, Germán Vargas, Juan B. Fernández Renowitzky y el resto de la patota denominado desde entonces como “el Grupo de Barranquilla”, como padrinos.

Del Grupo de Barranquilla ya solo viven Fernández Renowtzky y Quike Scopell. De aquí, ya con su esposa Mercedes al lado, se fueron a México, en donde terminó de parir su monumental obra “Cien años de Soledad”.

Gabo también aprovechó México para despedirse del mundo real. Por eso, la última vez que se le vio en la puerta de su casa tenía una flor en el pecho. Estaba listo para subir al cielo.

Sobre el autor

Director general de Lachachara.co y del programa radial La Cháchara. Con dos libros publicados, uno en producción, cuatro décadas de periodismo escrito, radial y televisivo, varios reconocimientos y distinciones a nivel nacional, regresa Rafael Sarmiento Coley para contarnos cómo observa nuestra actualidad. Email: rafaelsarmientocoley@gmail.com Móvil: 3156360238 Twitter: @BuhoColey
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