Arte y CulturaCrónicas

Cheo García, cantante de cantantes II

Por Ricardo Bustamante 
 
Camino por la calle 72 a la altura de la carrera 46 (Olaya Herrera), debo llegar a la 49 y girar a la izquierda, así lo hago; al llegar a la esquina, allí en ese instante, diviso inmediatamente el hotel que me había indicado el periodista Erasmo Padilla; segundos después, mis ojos quedan fijados en un señor que está almorzando en un restaurante ubicado al frente del hospedaje. Esta solo en una mesa de cuatro sillas, dándole la espalda a la carrera, es Cheo García, de cuerpo presente.

Me acerco y le pido permiso para acompañarlo, asiente sin manifestarlo, pero percibo que quiere estar solo, adivinando, creo que algo en su cuerpo no anda bien. Efectivamente, pasa por momentos malos y solo le faltan dos años para irse del mundo.

Es el año 1992 y Cheo vino a Barranquilla a ganarse unos pesos, pero, más bien, a sentirse vivo, contratado por el propietario del estadero de baile “Rancho Currambero”, en compañía de otros ex cantantes de las orquestas Los Melódicos y Billos.

Mientras los otros vocalistas bromean entre sí a pocos metros de distancia, Cheo no quiere saber nada de chistes. Parece malhumorado. Tal vez por eso se sentó dándoles la espalda. Minutos después llegan a saludarlo los cantantes de la agrupación musical de Pacho Galán, Ali Pérez y su hijo Pocho, se sientan y le transmiten a Cheo su admiración, pero tampoco a ellos Cheo les presta atención. Alí, buscando mi atención, me mira y se lleva la mano derecha a su garganta, la empuña y la agita haciéndome ver que estamos al lado de un cañón de voz, única y privilegiada. De un momento a otro y sin despedirse, Cheo se pone de pie, da media vuelta y atraviesa la calzada, camina maltrecho, inclinando su cuerpo para un lado, y entra al hotel perdiéndose de vista. No más de media hora de sus 68 años de vida lo tuve allí, a centímetros. Pocas palabras cruzadas, pero millones de millas de veneración artística de mi parte. Después supe que todo se debía a un avanzado y severo enfisema pulmonar que lo tenía cabizbajo y arrinconado. 
 
Visita a la casa de Cheo

Ahora estoy en Caracas, corre el año 2008, vine a conocer la capital de Venezuela. Preguntando aquí y allá, tal vez fue Charlie Frometa, hijo del maestro Billo, o Roman Martinez, exdirector alterno de la orquesta, con quienes previamente había hablado por teléfono, los que me dieron la dirección de los familiares de Cheo. Una mañana temprano me dirijo a San Antonio de los Altos, municipio anexo a la gran ciudad, y procedo a ubicar la urbanización Los Castores.

Estando allí empiezo a caminar y a subir, el sector es empinado, tengo la suerte de encontrarme con un señor que limpia una camioneta en las afueras de su residencia, lo interrogo sobre la ubicación de la vivienda de Cheo García, me informa que me falta bastante por andar y se ofrece a llevarme en su vehículo. En tres minutos, con precisión, el amable y voluntarioso vecino de la familia García Ostos me deja en la puerta de la Casa No. 262. 
 
Me abre la puerta Jackeline, hija de Cheo, está de visita una hermana de este de nombre Nelia y se encuentra la señora Alida Ostos, primera esposa del cantante y madre de Jackeline. Empezamos a conversar, mostrando mi admiración por el padre, hermano y esposo de mis contertulias. Lo de siempre, primero es la sorpresa y cautela disimulada que se siente cuando alguien que viene de lejos transmite simpatía por una persona, que en ese momento de mi visita hacía 14 años había partido a la eternidad.

Muchas veces pasa que, teniendo al lado todos los días al ser humano, conviviendo con sus virtudes y defectos, no son vistos en su real dimensión los dones artísticos de ese individuo. Jackeline me informa que está por llegar José Rafael, su hermano, pero este se demora y me despido. Salgo y camino de bajada a tomar el transporte, pero sucede algo que no olvidaré porque muestra la noble alma y buen corazón de Jackeline: estando ya en una esquina esperando un taxi, llega ella en su carro y me informa que había llegado José Rafael y volvemos a la casa de los García Ostos. José Rafael tiene la cara de Cheo, es cauto y al principio alerta y extrañado del porqué tanta admiración hacia su papá. Poco a poco se suelta y, finalmente, después de conversar y agradecer, me marcho de este bonito hogar, que fue el de Cheo. 
 
Su grandeza

Celia Cruz se lo decía cada vez que se encontraba con Cheo: «tú eres el mejor guarachero del mundo, mi amor”.
Billo también lo manifestó: “es el mejor guarachero que yo conozco”.
Porfi Jiménez, no se quedó atrás: “es el mejor guarachero, con una voz muy potente, una garganta de hierro, muy afinado”.
Pero el que con cuatro palabras mejor abarcó todo lo que representó Cheo, fue el cantante de gaitas Ricardo Cepeda: “Cheo es la orquesta”.

Estamos totalmente de acuerdo con el profesor Yovani Barragán Zambrano, quien en su hermoso y documentado libro “Cheo García, el mejor guarachero de Latinoamérica”,  manifestó que con la salida el 1 de junio de 1981 de Cheo García de la orquesta Billos, ambas partes, vocalista y agrupación, quedaron mutilados. Ni Cheo fue el mismo después de su salida, ni la orquesta fue la misma después que Cheo dijo adiós. Todo fue magia entre este portentoso vocalista maracucho y el genial maestro venezolano nacido en Santo Domingo. Lo demás, lo puso Dios, quien fue el que los unió.

Ver otra crónica sobre Cheo García, por Ricardo Bustamante

Los dejo, para finalizar, con uno de los temas predilectos de Cheo García: Pensándolo bien, de la autoría del compositor dominicano Rafael Solano.

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