Nació para ser pobre, pese a que tuvo la suerte de ganarse dos loterías. Aníbal Taborda es el protagonista de la octava historia de vida de “Hombres de Hierro”.
Por:Francisco Figueroa Turcios
Vino a este mundo lleno de misterio y cosas insólitas, en el hogar formado por Luis María Taborda y Cándida Rosa Ríos, una familia que estaba económicamente bien en San Rafael, Antioquia.
Sus padres tenían una hacienda donde cultivaban pancoger. Allí aprendió las duras pero agradables labores del campo, por lo que a los 12 años decidió independizarse y trabajar en otras fincas realizando con maestría la labor que le enseñó su padre, un agricultor.
«Sembré café, arroz ,maíz, frijol, piña, ñame, yuca; lo único que no cultivé fue marihuana. Una vez un amigo me lo propuso y yo le dije que a eso no le jalaba porque esa sería la maldición del campesino de la zona. Y él me ripostó: ‘no seas tan güevón, Aníbal, que esto lo que nos va a dar es plata, mi hermano, pura lana cantante y sonante’. Yo le insistí en que mejor seguía limpio como el ñanguito del Niño Dios», recuerda Aníbal.
Comenzó su actividades en tierras antioqueñas, pero pronto se casó con María Eugenia Ferraro, quien tenía un hermano que vivía en el barrio El Ferri de Soledad y que acabó convenciéndolo de que se trasladaran a buscar nuevos aires a Barranquilla.
Inicialmente vivió con su cuñado, pero un vecino les avisó de la invasión de un terreno y les brindó la ayuda para que le concedieran un lote con la única condición de que debía hacer parte de esa «toma» para tener el derecho. Al barrio lo bautizaron con el nombre de la ‘Chinita’. Por casualidad, le tocó vivir a dos cuadras de donde posteriormente naciera el futbolista Teófilo Gutiérrez.
Allí comenzó a trabajar como ayudante de albañilería. Fue tan rápido su aprendizaje y con tal ahínco, que un amigo se lo recomendó a un ingeniero contratista de Cementos del Caribe, y en esa empresa fue donde debutó como albañil.
En el año 1977 la suerte estuvo de su lado. El propio Aníbal lo cataloga como «un año flor». Se ganó la lotería de Bolívar; un mes después, el premio seco de la Extra de Colombia; y para cerrar con broche de oro, se ganó durante toda la semana la ‘bolita’.
Los vecinos de Anibal Taborda, en el barrio la Chinita, ante la seguidilla de «el golpe de suerte» pensaban que el «Cachaco» – como le decían- tenía un pacto con el Diablo. Comentaban que no era normal ganarse la ‘bolita’ todos los días durante una semana, ni todas las rifas que hacía en ese sector de Barranquilla.
Con el antecedente de haber ganado el premio mayor de la Lotería de Bolívar y un seco de Extra, trajo como consecuencia que le cogieran recelo y en muchos casos envidia.
«Recuerdo todavía el número con que me gané el premio mayor de la lotería de Bolívar: 7867. El hecho de ser un analfabeta, no tenía la sabiduría para saber afrontar el cuarto de hora que me dio la suerte y, de la noche a la mañana, sólo me quedó una ferretería. Le puse ‘El Cachaco’, como mi apodo, pero a los tres meses tuve que cerrarla porque la gente me fiaba y no me pagaba, porque decían que yo era millonario, que dizque tenía pacto con el Diablo», relata Aníbal mientras empañeta una pared.
«Quedé sin un peso, pero eso no fue nada, a mi mujer me le echaron un maleficio y murió. Al año muere mi hijastro, de una forma misteriosa. Haber ganado la lotería en vez de mejorar mi situación, fue una desgracia. Me gané la mala voluntad de la gente. Como dicen en Cartagena, la plata ‘atudde’ ,para los que no estamos preparados para invertirla», añade.
Vuelve y juega la albañilería
Al mal tiempo buena cara, se dijo Aníbal Taborda. Se acordó de ese refrán de su padre Luis María. Con los escasos recursos que le quedaban compró lo básico para retomar la profesión de albañil y comenzó a ofrecer su trabajo por la zona norte de Barranquilla y poco a poco fue obteniendo su clientela.
Lleva 35 años en esta labor para ganarse el sustento de su familia. Se comprometió con Ana Cecilia Ramírez, una mujer nacida en el Barrio Rebolo, con quien hoy tiene un hijo de 15 años.
La profesión de albañil es una de las duras y más en Barranquilla por las altas temperaturas, por lo que para Anibal, a sus 76 años, todavía le es más difícil.
Apela a trucos como preparar la mezcla: la hace por parte y con el palustre. No utiliza la pala, para evitar hacer mucha fuerza. Tiene sus mañanas. Dice que perro viejo late echa’o. “Mire, yo tenía un ladrador, más flojo que el diablo. Una noche, allá en La Chinita, en donde uno tiene que dormir con un ojo abierto y el otro también, sentía que el perro ladraba. Primero despacio. Después subió el tono, hasta cuando sacó fuerza de su barriga y pegó un ladrido que era un grito de rabia. Me levanté, salí al patio y vi a uno de los dos tipos que trataban de robarnos cuando ya le iba a dar un machetazo en el cuello. Yo por suerte tenía un chopo, lo disparé al aire y esos tipos se volaron esa pared como alma perseguida por el diablo, uno de ellos hasta se cagó del susto, porque la pared amaneció sucia».
Aníbal admite que ya está viejo. Que dejó ir, como agua entre los dedos, toda la fortuna que la vida le deparó. Tanta plata a su alcance y él sin poder administrarlo. Por eso piensa que la plata es como una mujer coqueta, se va y se viene con el que más le gusta. Hoy sueña despierto en sus largas noches de insomnio. Pudo haber sido un empresario notable. Un dueño de buses. O de taxis. O de muchas tiendas. Nada. Todo se le esfumó. Solo quedan estos sueños despiertos, dando vueltas en el camastro sin poder pegar un ojo. «Cada día me aparecen nuevas dolencia, es la edad. Ahora tengo un dolor en la pierna izquierda”.
Aníbal dice con rabia que uno de los médicos que lo vio le dijo: “viejo, esos son los achaques que vienen con la edad. Achaques de viejos“. Recuerda que hace poco fue al centro de salud del barrio, “me inyectan, pero apenas se me pasa el efecto, me vuelve el dolor», comenta Anibal.
Trabaja despacio, debe hacer muchas pausas en su trabajo de albañilería. No se puede dar el lujo de quedarse descansando en su casa porque deberá trabajar hasta el último día de su existencia, porque no tiene ningún tipo de seguridad social.
Anibal saca un poco de dinero del que se gana en el día a día, para hacer el apunte del chance, pero la suerte le es esquiva. Deberá afrontar la cruda realidad: pasó de millonario a albañil. Aunque él no quiere aceptar que el plátano maduro no vuelve a verde. No le importa. Él sigue cantando: “cuando volverá/ el día de mi suerte”.